En tiempos en que
el debate político se sitúa en la primera plana de la actualidad, entre otras
cuestiones, por mor de la aparición de múltiples escándalos de corrupción, difícil
resulta evitar la presencia de Francisco Marhuenda García (Barcelona, 1961) en las
mesas de debate, ya que se ha convertido en habitual contertulio de
televisiones privadas, públicas o emisoras radiofónicas. De entrada sorprende el don de la «ubicuidad» mediática de Marhuenda dada su condición, en
teoría, de director del diario La razón.
Concesiones, intuyo, de los accionistas del rotativo madrileño a cambio de que
esa cuota de opinión resulte rentable para la empresa. En este sentido, la
estrategia de situar a Marhuenda en el punto de mira de los espacios de
opinión, en especial los televisivos, ha contribuido a un incremento significativo de ventas
de La razón, que parece haberse
quedado solo en la defensa de las políticas auspiciadas por el PP en el primer
tramo de la legislatura, y sobre todo valida a pies juntillas las explicaciones de la cúpula del
partido sobre el «caso Bárcenas»
sin encomendarse a una información
objetiva que cualquier de los mortales razonaría, cuanto menos, susceptible de
ser veraz. No en vano, la impronta de Marhuenda se deja sentir en la
orientación de un periódico que, a veces, abandona uno de los principales
mandatos de tan noble profesión para fiar la suerte de sus escritos a la bondad que su director atribuye a la persona de Mariano Rajoy y quienes lo
rodean, con la salvedad del ex tesorero Luis Bárcenas.
Un personaje de la catadura moral de
Marhuenda denigra la profesión de periodista hasta límites insospechados. Jamás
le vemos en una actitud de conceder ni tan siquiera el beneplácito de la duda
en torno a asuntos que llevan “carga explosiva” en sus contenidos referidos a
la persona de Mariano Rajoy convirtiéndose, de esta forma, en correa de
transmisión de la cúpula directiva del PP que niega sistemáticamente la mayor.
Más allá de los colores políticos por
los que sienta más o menos simpatía, mi visión del periodismo se
sitúa a las antípodas de la de Marhuenda, enrocado en un posicionamiento a la
defensiva cuando se sitúa en el disparadero el PP, cuestionado por distintos
frentes en el manejo del «caso Bárcenas», sinónimo de prácticas de financiación ilegal
sostenidas en el tiempo por espacio de veinte años. Él parece sentirse cómodo
en ese oasis de autocomplacencia; se
parapeta en su hoja curricular para aplacar las insidias (según su
razonamiento) de algunos de sus compañeros de debate; repite el mantra de la honorabilidad de su
Presidente (y amigo para el que había trabajado durante seis años en calidad de Director de Gabinete del Ministerio de Administraciones Públicas y Director General de Relaciones con las Cortes durante el mandato de José María Aznar) y juega a retroalimentar la
dicotomía izquierdas y derechas en un ejercicio de simplismo que provoca
sonrojo en la voz de alguien que imparte clases en una universidad. «No es verdad» repite en forma de
latiguillo alguien que se siente “acorralado” por sus compañeros de mesa. En
ocasiones éstos no dan crédito a las palabras expresadas por un Marhuenda
ensimismado en sus paupérrimas argumentaciones disculpatorias en que el
periodismo no rima con el ejercicio
que practica en su defensa numantina en torno al Presidente del Gobierno.
Expreso mi convencimiento que Marhuenda
acompañará a Rajoy y otros miembros del actual gobierno del PP prestos a rendir
cuentas en virtud de esa red de mentiras que han tratado de ocultar en relación al estercolero de corrupción que se localizaba bajo sus pies durante un largo
periodo de tiempo. En las facultades de periodismo deberían mostrarse participaciones
radiofónicas y televisivas de Marhuenda a modo de ejemplo de lo que lamina la
imagen de la profesión. Que alguien como él llegara a ser director de un
rotativo de alcance nacional expresa en qué manos descansa la información. Marhuenda
representa la peor cara del periodismo no por el discurso de sesgo
(ultra)conservador que maneja sino por el profundo desprecio que siente por lo
que debería ser una práctica amparada en la búsqueda de la verdad de las cosas a
partir de una concienzuda labor de investigación. Todas esas bravatas, sentencias “a la
contra” expresadas en la persona de Marhuenda llevan curso de caer en saco roto. Cuando se le
recuerde lo errática de sus predicciones se mostrará, a buen seguro, impertérrito,
como si no fuera con él. Ilustrativo de un personaje cuyo recuerdo perdurará en
la “cámara de horrores” de un periodismo zafio que busca cobijo bajo la sombra de un árbol. Un árbol con demasiadas ramas torcidas que ofrecen una
silueta de salud más bien maltrecha en cuyo tronco se graba el anagrama del PP.
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