Uno de los preceptos que suelen cumplirse en series de
larga duración —las evaluadas en más de tres o
cuatro temporadas— es que los personajes en
liza suelen retornar, en un momento u otro, a la casilla de partida en materia
sentimental con el ánimo de superar experiencias que devienen, en algunos
casos, traumáticas. A dos metros bajo
tierra (2000--2005) no es una excepción a esta suerte de "axioma" que compete a las series dramáticas televisivas. Así, al encarar su penúltima
temporada en Six Feet Under tanto Nate (Peter Krause) como su hermano menor David Fisher (Michael C.
Hall) entienden que la ansiada estabilidad emocional se las procura la compañía
de Brenda Chenowith (Rachel Griffiths) y Keith Charles (Matthew St. Patrick), y
vicecersa. Ambos han atravesado por periodos convulsos. En el caso de Nate
fruto de la pérdida de Lisa (Lily Taylor) que le lleva a actuar “sin control”
y que se cobrará su factura más adelante en forma de enemistad con la familia
directa de la difunta. Por su parte, David padece el ataque de un autoestopista
con piel de cordero en el quinto capítulo, “That’s My Dog”, en que una vez más Alan
Poul raya a gran nivel en la dirección de una pieza que no deja aliento al
espectador. Simplemente, se trata de un prodigio en la administración del tempo que deriva en una función terrorífica,
a modo de contrapunto de los otros episodios de la serie que transitan por
cauces narrativos bien distintos salvo puntuales pinceladas con un toque
perverso o, cuanto menos, malévolo, localizado en sus cada vez menos importantes prólogos. A partir de entonces, un traumatizado David
busca refugio en Keith, pero éste debe cumplir compromisos laborales de
guardaespaldas de caprichosas celebrities
por todo el territorio nacional. La situación acaba tornándose insostenible, máxime
cuando Keith cae en la trampa tendida por una odiosa estrella de la showbusiness, y
observa como el mundo se desmorona bajo sus pies si no acude en auxilio de un
desesperado Dave. La situación de éste fuerza a Nate a replantearse su regreso
a la actividad en una funeraria en pleno trasiego de personal. A la salida de Arthur
Martin (Rainn Wilson: lástima que su aportación
al conjunto de la serie haya quedado “empobrecida” y “acortada”; presumo que
este sería uno de los focos principales de discusión entre los guionistas habituales) se une la situación de Rico
Díaz (Freddy Rodríguez), quien incluso llega a dormir en su puesto de trabajo
cuando es expulsado de su propio hogar una vez se descubre una infidelidad con
una voluptuosa, a la par que inestable, mujer dedicada al mundo del strip-tease. Con todo, la fortaleza
mental de Ruth (Frances Conroy) alienta su capacidad para aglutinar a sus seres
queridos cerca de ella, aunque las tensiones con su nueva pareja, George Sibley
(James Cromwell), se van acrecentando al punto del anuncio de una eventual
ruptura. No obstante, Ruth reconsidera tal decisión después de un impasse (viaje a México incluido que
sirve de velado homenaje a Thelma & Louise cuando un plano la capta junto a
su amiga Bettina/Kathy Bates colocándose las gafas de sol y adoptando ambas un
sentido de liberación) y se entrega nuevamente al buen funcionamiento de una
familia instalada en “cambios perpetuos”.
Los Fisher se observan bajo una luz disfuncional (para acabar de rizar el rizo,
Claire/Lauren Ambrose mantiene una experiencia lésbica con Edie, encarnada por
Mena Suvari, un fichaje asumido por el propio creador de la serie, Alan Ball,
en atención a su participación en American
Beauty por cuyo libreto obtuvo un Oscar), similar a la que irradia las
vidas de los Chenowith. El humor negro acude en volandas cuando se trata de dar
cobertura a los diálogos mantenidos entre los integrantes de una familia cuyo pater familias, el doctor Bernard
(Robert Foxworth), fallece de manera repentina, dejando a su viuda Margaret
(Joanna Cassidy) el campo expedito para mostrarse al mundo “rejuvenecida” en
compañía de Olivier (Peter Maccdisi), el altivo e "indigesto" profesor de artes plásticas de
Claire. Quizás los guionistas de A dos
metros bajo tierra forzarían demasiado la máquina al colocar a un "rehabilitado" para la vida civil Billy (Jeremy
Sisto), el hermano de Brenda, en calidad de profesor suplente, en el mismo
instituto de Artes Plásticas que recibe clases la menor de los Fisher. Una
forma de relacionar personajes en un entorno más cercano que sirva para
encender la espoleta dramática necesaria para mantener en alerta a los
seguidores de la serie. Abierto el posibilismo que Claire y Billy vayan más allá
de mostrar entre sí una cierta empatía, la cuarta temporada de Six Feet Under pretende dar lustre a un interrogante si cabe aún más
grande al calor de la obsesión que preside el comportamiento de George,
dispuesto a hacer de un refugio antiatómico situado en el subsuelo de la
empresa funeraria (todo un guiño a la ironía teñido de azabache) su principal
fortín. Su carácter cada vez más escorado hacia la misantropía coloca al
espectador vigilante a lo que puedan deparar los siguientes (y últimos) doce
episodios de una serie que, a la altura de su cuarta temporada, el reemplazo de
su cuadro de productores y asimismo del director de fotografía titular —Alan Caso— fue toda una apuesta de
buscar nuevas motivaciones. Y a fuer de ser sinceros, lo lograron.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
lunes, 23 de septiembre de 2013
«A DOS METROS BAJO TIERRA. CUARTA TEMPORADA» (2004): CAMINOS SENTIMENTALES DE IDA Y VUELTA
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