Después del paso meteórico de Yes por Barcelona hace un mes, dentro de una gira que les ha llevado por distintos puntos del continente europeo y el norteamericano, casi como un acto de tributo a su front man —ausente de esta enésima alineación de la banda— adquirí Olias of Sunhillow (1976), su álbum de debut. Abordado en tiempos en que la egolatría de los miembros de Yes se corregía al alza —Chris Squire, Steve Howe, Alan White, Patrick Moraz y Rick Wakeman firmaron obras en solitario—, Olias of Sunhillow debe su críptico título a la figura de Vera Stanley Adler (1898-1984), pintora, ilustradora y escritora perfilada hacia lo místico, que podría significarse hoy en día a modo de precursora, en el ámbito de la cultura anglosajona, de los denominados libros de auto-ayuda. Conocido de antemano el aprecio de seguidores de Yes por este álbum de estudio, al cabo de escucharlo con atención varias veces, no puedo dejar de suscribir esta valoración favorable, añadiendo que Olias of Sunhillow nos sitúa en la senda de lo que estaría por llegar en forma de dueto. Ciertamente, Olias of Sunhillow se configura como un álbum pre-Jon & Vangelis. No en vano, Jon Vangelis tuvo en Vangelis el sostén en forma de supervisión del sonido de las piezas que el propio cantante de Yes tocaría, mostrándose en su faceta más multiinstrumental. Digamos que para Olias of Sunhillow Anderson tuvo puesto el pie en los dos mundos con el que se le sigue identificando: el del Yesman, y el de Jon & Vangelis. El uno, territorio ya «conquistado» en la prolongación de un sonido que había obtenido su patente en Close to the Edge (1972) y, a mi juicio, la obra cumbre de la banda, Tales from Topographic Oceans (1973); el otro, aún quedaba por explorar, siendo los temas instrumentales “Ocean Song” y “Oaquaq Ën Transic” sendas fuerzas inspiradoras para Short Stories (1980), el bautizo de la dupla anglohelénica.
Trufada de recursos instrumentales que no conocen fronteras —arpas celtas, laudes, guitarras acústicas, cajas rítmicas, etc.—, Olias of Sunhillow teje su entramado vocal-narrativo a partir de esos recurrentes viajes al mundo de la fantaciencia transitados por los grupos adscritos al rock progresivo —un tema digno de estudio que depararía más de una sorpresa—. En este sentido, Olias of Sunhillow es un corelato del Tales –cuya semilla se halla en algunos pasajes de "Autobiografía de un Yogi" Paramahansa Yoganda—, sirviendo de botón de ancla —no se sabe si de forma consciente o inconsciente por parte de Anderson al bautizar las ocho piezas que tratan de fundirse desde el sentido de lo conceptual— el tema de apertura “Ocean Song”. En ese océano de riqueza espiritual, instrumental y estilística se desenvuelve esta opera prima que crea, de facto, esa superposición de capas temporales de pura ambivalencia: una obra que nos conduce, parafraseando a los Moody Blues, a los días del futuro pasado. Para Vangelis, una vez dada de baja la sociedad a tres, Aphrodita's Child, este viaje hacia los dominios del planeta Sunhillow sería la primera parada y fonda por los confines de la galaxia antes de arribar a la constelación de Orión, allí donde se sumergería para componer la magistral banda sonora de Blade Runner (1982), mezcla de texturas new age y armónicos de jazz a través de un embriagador acople del saxo. En ese lustro que separa la salida al mercado de Olias of Sunhillow y la definición del estilo musical más acorde con las imágenes diseñadas por Ridley Scott, Vangelis estuvo a las puertas de integrarse en la historia de Yes. La capacidad de persuasión de Anderson no hizo sus efectos en el seno de la banda que había cimentado, junto a Chris Squire, a finales de los años sesenta. Lo especulativo se apodera cuando nos sobreviene el pensamiento de lo que hubiera sido Yes con Vangelis. De haberse dado ese escenario, siguiendo el hilo de la rocambolesca historia de Yes, no es difícil pensar que Vangelis pronto se hubiera apeado del proyecto. Chris Welch apunta en su monografía "The Story of Yes: Close to the Edge" (2003) expone como argumento de peso para que el artista griego no se integrara a la banda inglesa debido a su pánico a volar y al sentimiento por parte de algunos miembros de Yes que la contratación de un foráneo comportaría una rebaja de la esencia del grupo. De ese pulso sostenido entre Anderson —con el apoyo en la sombra de Wakeman, quien ya empezaba a mostrar signos de debilidad en su maltrecho corazón— y el resto de la banda, el primero saldría peor parado. Su salida voluntaria, empero, conllevaría para Anderson su reencuentro con Vangelis, dando pie a un dúo capaz de alumbrar piezas maestras de la categoría de The Friends of Mr. Cairo (1981), cuya armazón musical ya había sido concebido por ese arquitecto interespacial llamado Olias con taller propio en el planeta Sunhillow, allí donde se localiza en el horizonte la llanura de Tallowcross.
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