Días antes de darse la noticia del fallecimiento de Sócrates (1954-2011) desvié el pensamiento hacia ese jugador de estructura filiforme, de rizaba cabellera y una barba que acentuaba sus galones de mando en la selección brasileña. No existe una razón particular del porqué esa vuelta al pasado fijando en mi subconsciente la estampa del espigado mediocampista cuando hacía años que no asomaba por los telediarios Sócrates. Pero, tratando de buscar una lógica a todo ello posiblemente se deba a que Sócrates se configura dentro de ese panteón de reliquias del pasado que han ido sedimentando en mi memoria, haciéndose visibles cuando necesitamos capturar esos espacios de felicidad, acaso idealizados, en esa etapa de la infancia camino de la adolescencia. En ese punto de mi vida supe de la existencia del doctor Sócrates. Para un servidor, la leyenda de Sócrates viajaría por primera vez, en clase preferente, a través de un librito a todo color patrocinado por Lufthansa en que se detallaban las biografías de los integrantes de la selección de Brasil, prestos a aterrizar en territorio español con el ánimo de conquistar la Copa del Mundo del Mundial ‘82. Recuerdo haber repasado una y otra vez la ficha biográfica que acompañaba a Sócrates con todo un rosario de jugosas y reveladoras anécdotas (calzaba un 37 de pie, que no le impedía lanzar penaltis con el tacón; fue médico titulado; fumador empedernido, etc.) una frase de inicio de la misma que no olvidaré jamás: el nombre más largo de la historia del fútbol brasileño. Como si se tratara de las capitales de los países del mundo o de los afluentes del Ebro me aprendí de corrillo lo de Sócrates Brasileño Sampaio de Souza Viera de Oliveira, en esencia, Sócrates. Y vaya esencia la del doctor, quien llevaba la manija del centro del campo de Brasil con Arthur Antunes Coimbra "Zico", más escorado a la izquierda, y Toninho Cerezo —funcionando por el carril derecho. Si ese Brasil versión 82 hubiera tenido un portero con mayores garantías —Waldir Peres dejaba bastante que desear— y un killer del área –Serginho palidecería frente a los futuros "9" de la canarinha--, muy pocos hubieran podido discutir que estaríamos ante el más majestuoso de los Onces de la historia de la actual tetracampeona del mundo.
En el primer mundial que seguí de arriba abajo, desde la primera fase hasta esa final librada entre la selección de Italia y la de Alemania, Brasil partía con holgada diferencia como la gran favorita. Instalado en esa edad de la inocencia, la imagen de Sócrates tuvo para un servidor el reflejo de una leyenda lejana que cruzaba el Atlántico para refrendarla. Más que ningún otro jugador de Brasil, Sócrates representaba esa deidad que contribuía a llenar estadios a través de un juego que hoy en día tiene unos superlativos herederos en el equipo del FC Barcelona con el añadido de una presión sobre el balón que no deja maniobrar al rival. Zinedine Zidane hubiera podido ocupar plaza en este Barça rutilante, el jugador que muchos señalan como el más cercano a la concepción del fútbol del doctor Sócrates, aunque éste se manejara más por banda derecha e hiciera del pase con el tacón uno de sus rasgos distintivos. En cualquier caso, Sócrates, Zidane, Xavi Hernández, Andrés Iniesta… son aquellos mediocampistas que el árbitro de turno debería autorizar que jugaran con frac y con la batuta en la mano. Jugadores que saben leer los partidos y cuando toca arrebato muestran capacidad para fabricar ellos sus propios goles. Sócrates destacaría poco por su capacidad goleadora, pero no creo que ningún estadista versado en la especialidad mundialera me desmienta al dar fe que la efectividad de remate del número 18 de la canarinha fue del 100 % en el mundial 82: dos lanzamientos a puerta, dos goles. Quizás Sócrates, sabedor del poder rematador de otros centrocampistas —el propio Zico y el asimismo malogrado José Dirceu Guimaraes (estandarte del Atlético de Madrid de principios de los ochenta)— e incluso defensas —los laterales Leandro y Leovigildo Lins "Junior"—, se replegó a su compromiso para la construcción mucho más que por la definición.
El pasado 4 de diciembre, como él mismo había profetizado (un domingo y viendo como se alzaba campeón el equipo de su vida, amén de la selección brasileña, el Corinthians de Sao Paulo), murió una leyenda que se paseó por los campos de fútbol. Para un servidor, habrá pocas como Sócrates. Lloraremos al doctor aquellos que amamos el fútbol brasileiro. Él contribuyó a hacerlo más grande cuando el país sudamericano quedaría huérfano de su "Dios supremo", Edson Arantes dos Nascimento, "Pelé". Quiero borrar de la memoria la imagen de la figura decrépita de Sócrates —sin duda, no fue su mejor doctor—, víctima del alcoholismo, y quedarme con la estampa de aquel centrocampista que con solo tocar el balón el fútbol muestra su halo poético. Gracias, Sócrates, allí donde estés te seguiré recordando.
Enlace a vídeo en Youtube tributo al equipo de Brasil del Mundial'82, con Sócrates en su once titular
Enlace a vídeo en Youtube tributo al equipo de Brasil del Mundial'82, con Sócrates en su once titular
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