Casi a modo de flash, recuerdo la presencia de un matrimonio de mediana edad con una particularidad muy curiosa en la casa de un pueblo del Penedès que habían alquilado mis padres cuando nosotros —me refiero a mis hermanos y un servidor— pasábamos los veranos de nuestras adolescencias y primeros años de la juventud. Esa singularidad se debía a que conocían la lengua del esperanto y alguna que otra palabra al respecto debían soltar ante mi presencia pero como si hubiera oído llover… Ni caso. Parecían tipos corrientes, eso sí, que pregonaban a los cuatro vientos la importancia de aprender la que vaticinaban —nos situábamos a principios de los ochenta— sería la lengua del futuro, aquella dispuesta para tender puentes entre naciones, en aras a una confraternización del planeta tierra. Aún no soplaban los vientos de la globalización y el concepto de Internet —una de las llaves para abrirse al conocimiento de realidades de países aislados de la escena internacional— se iba fermentando en centros de desarrollo tecnológico militar, a expensas de que algún día tuviera aplicación en otros ámbitos. Transcurridos unos treinta años desde aquella pujanza del esperanto que tuvo entre sus «correas de transmisión» a unos conocidos y saludados de nuestra familia, un baño de realismo ha querido que esta lengua creada por Lázaro Zamenhof en 1887 haya quedado arrinconada, y sea el inglés el que haya ganado netamente la partida en su uso a nivel planetario, extendiéndose cuál balsa de aceite, en foros aptos para las transacciones económicas, congresos de todo tipo, eventos deportivos y un largo etcétera.
Desde que tengo uso de razón la curiosidad, el interés por conocer me persigue como una sombra amenazadora. Por ello he vuelto sobre los pasos del esperanto para saldar una «promesa» contraída para con el pasado: antes de expirar, debía ver la única película profesional (con todas las comillas que se quiera) hablada… en esperanto. Internet ha hecho posible esta opción a través de su ventana al mundo llamada Youtube. De otra forma, presumo que hubiera sido misión imposible visionar Incubus (1966), dirigida por Leslie Stevens, a la sazón productor de la serie Más allá del límite (The Outer Limits), serie de culto creada a rebujo del éxito de Dimensión desconocida (The Twilight Zone). Además de la curiosidad por escuchar una película hablada íntegramente en esperanto (subtitulada en inglés, of course), se presentaba la posibilidad de recrearme en la capacidad de sugestión de las imágenes concebidas por el excepcional operador Conrad L. Hall –hijo del escritor James N. Hall, coautor de El motín de la Bounty —, quien ya había colaborado en numerosos episodios de la serie de marras ideada por Stevens. De su línea argumental y de la ejecución de los intérpretes —William Shatner, igualmente bregado en la televisión y con una hoja de servicios cinematográfica un tanto marciana—, poco cabe destacar, si acaso la creación de una atmósfera goticista, habitada por lo maniqueo, cercana a Dementia 13 (1963), la opera prima (nuddies al margen) de Don Francis Ford Coppola. Claro que ir familiarizándose con la sonoridad del esperanto no es baladí y ese elemento de distracción —salvo en escenas aisladas como las de un eclipse solar— se extiende en la mayor parte del metraje de Incubus.
Después de esta experiencia visual, sensorial y auditiva, no dudo que algún día volveré sobre esta lengua, a la manera de una introspección que tiene el aliento de la curiosidad, no por aprender los pormenores de su gramática, su ortografía, dicción y demás —el capítulo de preferencias idiomáticas al respecto es amplio—, sino por saber sobre aquellas destacadas personalidades del mundo del esperantismo y de su entramado organizativo que desprende fragancias de secta acrisolada en el razonamiento de su indudable —por mínima que sea: la estimación de los practicantes de la misma varía en función de cuál sea el listón que quiera colocarse en torno a dominarla— contribución a la cultura (idiomática y/o de comunicación). A bote pronto, la historia de las hermanas (Susan, Sofia y Judit) Polgar, consumadas ajedrecistas magiares, adoctrinadas desde la tierna infancia por su padre László Polgar en el manejo del esperanto; la del poeta escocés William Auld (1924-2006), miembro de la Academia del Esperanto durante un cuatrienio y nominado al Nobel de Literatura, y la de un puñado de hombres que pasaron por los campos de concentración nazis —Maximilian Kolbe, Petr Ginz y Titus Brandsma, entre otros— estimulan a pensar que, como las cajas chinas, un misterio encierra otro misterio y así sucesivamente.
Enlace para ver íntegramente en Youtube Incubus (1966) de Leslie Stevens.
Enlace para ver íntegramente en Youtube Incubus (1966) de Leslie Stevens.
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