sábado, 24 de septiembre de 2011

EN EL «GRAN MÁS ALLÁ» DE LA DESPEDIDA DE R. E. M.

En las páginas de ese brillante ensayo llamado Mientras escribo (2001, Plaza & Janés), con un Stephen King expresándose a corazón abierto al poco de haberse enfrentado cara a cara con la muerte fruto de un accidente que dejó una de sus piernas hecha añicos, recalcaba su oposición a firmar un contrato editorial a modo de anticipo de una novela que aún estaba por plasmarse en el papel. De igual manera que la inspiración puede llegar en cualquier momento, el bloqueo creativo puede sobrevenirle a uno, entre otras cosas, bajo la presión ejercida por un contrato de cifras mareantes que se adivina un arma de doble filo. Aún tierna la noticia de la separación de R. E. M., uno de los motivos que cabe tomar en cuenta para semejante decisión arranca desde la fecha que la banda de Athens parecía vanagloriarse de haber suscrito el contrato de su(s) vida(s) con Warner. Al parecer, los directivos del sello discográfico tuvieron tan mal ojo de halcón como las agencias destinadas a regular el mercado bursátil y financiero en los Estados Unidos hace unos cuantos años. El montante astronómico que se llevaría R. E. M. por cinco discos aún por fabricar daba la medida de una industria que nadaba en la abundancia sin haber hecho una mínima simulación, en el peor de los escenarios una práctica habitual en economía de las consecuencias del avance de las nuevas tecnologías capaces, cuál maremoto, de borrar de un plumazo un core business que, a todas luces, tenía los meses contados. Confiar que una banda arraigada en la tradición de la escena indie por espacio de una década cambiaría de tal modo el chip que la comodidad de tener resuelta la existencia n veces sería la ecuación perfecta para dar lo mejor de sí era demasiado confiar. Como tantos otros, disco tras disco confié que R. E. M. brillara a similar altura que sus piezas maestras en ese punto de giro a distintos niveles que representaría la publicación de Out of Time (1991) y Automatic for the People (1992). Pero esa dicha no llegaría, aunque los ramalazos de grandes piezas quedarían encofrados en CD’s que, como el buen vino de crianza, han madurado bien: Reveal (2001) y Around the Sun (2004). El sentido autocrítico de Michael Stipe, Mike Mills y, en especial, Peter Buck, hace tiempo les llevaría a mover ficha, primero con un amago de tomarse algún que otro año sabático y luego reconsiderando la decisión en frío con un cambio de productor Garret «Jacknife» Lee en lugar de Pat McCarthy que, a mi modo de ver (algo que puse de manifiesto en un anterior post a propósito de la edición de Collapse into Now: ir a enlace), sumiría aún más en el pozo creativo a la banda.
   Si tengo que ser sincero, la ruptura de uno de mis grupos favoritos no me ha pillado por sorpresa. R. E. M. hubiera podido mantener el piloto automático para la gente que quisiera seguir escuchándolos y pasar por caja, cada vez más con las ventas en fase menguante. Cabía confiar, pues, en la militancia de aquellos que crecieron a ritmo de Losing my Religion o Man On the Moon para que la franquicia siguiera en pie mientras los millonarios Stipe, Mills y Buck iban tirando de los réditos de un contrato que había sido la envidia de la plana mayor de las formaciones rockeras del orbe mundial. Pero la honestidad les ha podido. El sentido de la amistad les mantuvo a flote en un naufragio creativo que cruzó de punta a punta la década pasada con algún que otro destello discográfico. Puede que el contacto entre ellos se vaya perdiendo al trazar vidas diferentes, en sitios distintos y la idea de una refundación de la banda se vaya perdiendo en un horizonte muy remoto. Sin embargo, allá donde estén, cuando el sueño les pueda vencer y entren en la fase R. E. M. (Rapid Eye Movement) se recrearán en el recuerdo de aquel periodo en Athens donde cuatro chicos confiaron en sus posibilidades e hicieron posible el milagro de no aparcar ese carácter auténtico cuando el éxito internacional les sobrevino. La presión por haber firmado un contrato que les comprometía, en el apartado creativo, a medio o largo plazo quizás haya sido la tumba artística de R. E. M. Pero, como seguidor de R. E. M. desde los tiempos de Automatic for the People —para un servidor, uno de los mejores discos de rock de la década de los noventa— el comportamiento de la banda estadounidense ha sido prácticamente inmaculada. Demasiada honestidad para pensar lo contrario para un grupo al que seguiré visitando a través de los auriculares año tras año para que un supuesto retorno no me pille con la guardia baja. Si lo hacen será con el «trío de oro» lealtad obliga como las tres letras cuyas iniciales se refieren a la fase de sueño profundo. Profunda también ha sido la huella que han dejado para los aficionados a la música de rock en aquel periodo en que semejante arte guardaba un significado especial. Gracias Michael, Mike, Pete y también Bill (Berry), que formaste parte de ello. Y seguiremos esperando que the great beyond nos proporcione el marco de un reencuentro, aunque tan sólo fuera por una noble causa. Bien que lo sabe el combativo abogado de las causas perdidas (o no tan perdidas) justas, en todo caso—, Michael Stipe, genio y figura incluso en la despedida, tan sentida como meditada, tan honesta como tristemente imaginada.  


Invitación a escuchar una miscelánea de temas en Youtube en homenaje a R. E. M., iniciado con uno de mis temas favoritos The Great Beyond

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