Provisto de su habitual socarronería, el escritor gerundense Josep Pla, ya abrazando la vejez, dijo que no creía demasiado en los médicos, pero sí en cambio mostraba su admiración por los veterinarios. Según su razonamiento, éstos últimos curan sin preguntar o, al menos, sin obtener respuesta. Al hacer esta comparativa, poco debió imaginarse Pla que décadas más tarde la labor de los médicos cada vez más se iría consignando a esa tarea «callada» de los veterinarios al albur de una institución sanitaria que para poner coto a la quiebra de una de las patas que sostienen el Sistema del Bienestar se promueven métodos de diagnóstico on line sin que paciente y especialista mantengan ningún tipo de relación de proximidad física. Así pues, se podrá y de hecho se puede detectar una cardiopatía a través de un apartado móvil con el software preceptivo que traspase la información a un centro especializado donde se realizará un diagnóstico de urgencia de la anomalía que padece el enfermo, pero sin reparar en el estado emocional de éste.
Este es un ejemplo de tantos del modelo de sociedad —independientemente del color político del partido instalado en el poder— al que inexorablemente vamos a morir. Si hacemos la extrapolación de entender que la sociedad equivale al cerebro de un humano que contiene una red infinita de conexiones neuronales regidas a través de los centros sinápticos, cada uno de nosotros parece corresponderle más enlaces que nos conectan, por lo general… a un mundo virtual. Un mundo que acaba suplantando al real, y que descuida el valor de lo emocional. En ese territorio yermo de emociones cada aplicación tecnológica de nuevo cuño, léase Facebook, Twitter, Linkedin, va minando nuestra capacidad para entender y sobre todo movernos en el espacio de las relaciones humanas en que no tan sólo el intelecto o el atractivo sexual deben jugar sus bazas. Caminamos, pues, hacia lo que denomino «las sociedades alexitímicas», en aplicación de un término no demasiado bien conocido entre la población en general sobre la incapacidad de un buen porcentaje de la misma de expresar sus sentimientos. Se trata de una carencia de la expresión de los sentimientos ligada al autismo pero no necesariamente se da en personas que presentan ese cuadro de aislamiento detectado en las primeras fases de la infancia. Algunas fuentes clínicas indican que la alexitimia (enlace a la definición en Wikipedia) afecta a una de cada siete personas de nuestra sociedad. Puede que ese porcentaje resulte demasiado elevado. No obstante, ese mundo virtual que algunos han dado validez como substituto parcial del real va en la dirección de potenciar los casos de individuos que padecen esta deficiencia desde el plano emocional, o al menos, acentuar una alexitimia que, a menudo, podría confundirse con un temperamento tranquilo, parsimonioso, reglado desde el intelecto.
Entiendo la vida desde el equilibrio entre lo emocional y lo intelectual, el conocimiento y el sentimiento. El talento es la suma de inteligencia y sensibilidad, cuanto menos desde mi apreciación. En el curso de los años he detectado demasiados signos de personas que han acabado siendo presas de esa «trampa virtual» que les ha producido una merma en su capacidad de leer sobre los valores emocionales que competen por naturaleza al ser humano. Como reza la cita que figura en el encabezamiento del blog de Vicky (La cadera de Eva) —una guapa gallega, neilyoungera y bióloga en ciernes, nada menos— «la ignorancia nos hace felices, pero el saber nos hace libres». Y añadiría: … si sabemos compaginarlo con la capacidad de sentir y emocionarnos.
En cierta manera, este post ha sido inducido por una percepción propia cada vez más marcada que el mundo parece estructurarse en torno a ese esclavismo para con los nuevos avances tecnológicos, que tienen un tanto de moda pasajera. Pero ya se sabe que las modas tienden a perpetuarse en la sociedad del consumismo; eso sí, van cambiando de muda temporada tras temporada para que tengamos la impresión que todo es diferente hasta que volvemos al mismo punto de partida. Puro juego ilusorio. Ese mundo virtual que de una forma sibilina va dando la estocada a individuos que parecen ampararse únicamente en el intelecto que resulta tan rentable en aprecio de internautas tot court. A un servidor no lo encontrarán aferrado a esta dimensión conocida. Mi apego a la Madre Naturaleza, a viajar y a ese anillo de personas a las que aprecio y/o quiero es demasiado grande para quedar atrapado en este bucle virtual infinito. Y de esta forma, trataré de preservar mi capacidad para seguir razonando desde la emoción y de la defensa de los valores (fuera del sesgo religioso, primar la defensa de la amistad y aplicar el principio de solidaridad, entre otros) con los que he crecido y sigo creyendo.
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