sábado, 29 de febrero de 2020

«LOS EJÉRCITOS DE LA NOCHE» (1968), de Norman Mailer: CONFESIONES DE UN ANTIMILITARISTA

Mi primera cita con la literatura de Norman Mailer (1923-2007) fue a los veintiún años con la novela que le granjeó el Premio Pulitzer, La canción del verdugo (1979). No recuerdo con exactitud si el interés por la voluminosa obra de Mailer surgió a raíz de haber visto la película para televisión –curiosamente, se programó en la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya por aquel entonces con sede en la Travesera de Gràcia— protagonizada por Tommy Lee Jones o porque ya tenía en lista de espera abordar la lectura de autores que computaban en lo más alto del ránking de novelistas y ensayistas contemporáneos del ámbito anglosajón. Sea como fuere, quedé atrapado en la lectura de una obra próxima a las seiscientas páginas con un cuerpo de letra pequeño para los estándares manjeados por la editorial que lo había publicado, el sello Anagrama, en su colección Panorama de Narrativas. Presumiblemente, debido a que Tommy Lee Jones —dicho sea de paso, compañero de instituto de Bill Clinton— aún no había alcanzado la popularidad que le convirtió en uno de los actores estadounidenses mejor pagados a finales del siglo pasado, Anagrama desestimó que su imagen —la correspondiente al sociópata Gary Gilmore—luciera en la portada de la edición de La canción del verdugo, y optaran por reproducir una ilustración a cargo de Marshall Arisman que había sido utilizada para un número de la edición de la revista Playboy en que se puede leer un extracto de una de las Opus magna de Mailer. En relación a la contraportada, además de un briefing de la novela de marras, encontramos subrayados de las reseñas críticas aparecidas en magazines o periódicos de los Estados Unidos, una de las cuales lleva la rúbrica de Walter Karp (1934-1989). Fallecido prematuramente a los cincuenta y cinco años de edad, Karp sentencia en su escrito para  Esquire: «Por fin, Mailer ha utilizado su tremenda fuerza narrativa, ese verdadero don divino, para lo que debía utilizarla: para contar una historia que no habla de él mismo». Sin duda, al escribir la preceptiva reseña para la prestigiosa revista neoyorquina Karp tuvo en mente, entre otros textos de Mailer, Los ejércitos de la noche (1968), en que el escritor de Nueva Jersey asume el protagonismo sin seudónimo que valga de una historia que pivota sobre el acontecimiento histórico vivido en las cercanías del Pentágono cuando decenas de miles de personas llevaron a cabo una marcha pacífica como acto de protesta por la Guerra del Vietnam. Para alguien como Karp especialmente interesado en las conexiones existentes entre el poder político y el militar —sobre las mismas escribió diversos ensayos—, las constantes referencias de Mailer a su realidad personal y familiar vertidas en el papel al calor de la escritura de The Armies of the Night debió generarle un sentimiento ambivalente al concluir la lectura de una obra que nada en distintas aguas genéricas, ya sea el ensayo periodístico, la autobiografía o el relato de cariz historicias. Desde la admiración que profeso por la obra de Mailer, un sentimiento parejo al que hubiese podido experimentar Karp se manifiesta en mi persona al pasar la última página la número 391, amén de La canción del verdugo, bastante por debajo de los que comprende su opera prima Los desnudos y los muertos (1948) y a infinita distancia de El fantasma de Harlot (1991), cuya lectura ha quedado aparcada sine die— de Los ejércitos de la noche, en su edición de enero de 2020 para la Colección Compactos de Anagrama. Motivos sencillos la imagen en blanco y negro recortada de un hippie sosteniendo una flora de grandes dimensiones: todo un símbolo del flower power computan en la portada de tonos azulados de un volumen que representa una muestra del magisterio de Mailer en su condición de privilegiada pluma, aquella capaz de sacar punta hasta el más nimio incidente o detalle extraído de la cotidianidad y transformarla en una bella expresión léase párrafo, frase o verso— arbolado de ingenio, inteligencia y un sentido del humor no exento de espinas en sus bordes. Ciertamente, Mailer hizo del combate contra el stablishment uno de sus credos, dejando constancia escrita en Los ejércitos de la noche que su militancia pacifista debía tener un cierto grado de exposición aun a riesgo de ser detenido por los marshals que custodiaban el Pentágono símbolo del poder militar hermanado con las instituciones políticas— y pasar unas (interminables) horas por la cárcel antes de ser devuelto a la vida civil. De aquella experiencias kafkiana vivida en una celda descrita con una capacidad de detalle abrumadora a veces, excesivamente abrumadora— Mailer tomaría buena nota a la hora de ir consolidando los fundamentos de una historia bigger than life, la que convirtió a Gary Gilmore en una de sus criaturas literarias más fascinantes y, al mismo tiempo, controvertidas. Años antes, Mailer había sido diseccionado por Mailer en una propuesta literaria de indudable valor historicista que anticipaba, en cierta medida, su disposición a escribir resiguiendo el itinerario marcado por su coetáneo Truman Capote en A sangre fría (1965)— una obra que transcurre, en buena parte, tras los muros de una prisión federal de los Estados Unidos. La canción del verdugo, pues, empezada a resonar en los oídos de aquel «joven» de cuarenta y cuatro años que, en un arranque de bravura, marchó hacia el Pentágono con la doble función de observador y militante progresista que abjuraba de la política de Lyndon B. Johnson, a quien colocaría en la diana de sus aceradas crítica en una obra más que certera para entender la Historia de los Estados Unidos del segundo tercio del siglo XX desde el prisma de un privilegiado intelectual «de izquierdas» norteamericano de la condición humana.   


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