Mi
primera cita con la literatura de Norman Mailer (1923-2007) fue a los veintiún
años con la novela que le granjeó el Premio Pulitzer, La canción del verdugo (1979). No recuerdo con exactitud si el
interés por la voluminosa obra de Mailer surgió a raíz de haber visto la
película para televisión –curiosamente, se programó en la Filmoteca de la
Generalitat de Catalunya por aquel entonces con sede en la Travesera de Gràcia—
protagonizada por Tommy Lee Jones o porque ya tenía en lista de espera abordar
la lectura de autores que computaban en lo más alto del ránking de novelistas y
ensayistas contemporáneos del ámbito anglosajón. Sea como fuere, quedé atrapado
en la lectura de una obra próxima a las seiscientas páginas con un cuerpo de
letra pequeño para los estándares manjeados por la editorial que lo había
publicado, el sello Anagrama, en su colección Panorama de Narrativas. Presumiblemente,
debido a que Tommy Lee Jones —dicho sea de paso, compañero de instituto de Bill
Clinton— aún no había alcanzado la popularidad que le convirtió en uno de los
actores estadounidenses mejor pagados a finales del siglo pasado, Anagrama
desestimó que su imagen —la correspondiente al sociópata Gary Gilmore—luciera en
la portada de la edición de La canción
del verdugo, y optaran por reproducir una ilustración a cargo de Marshall
Arisman que había sido utilizada para un número de la edición de la revista
Playboy en que se puede leer un extracto de una de las Opus magna de Mailer. En relación a la contraportada, además de un briefing de la novela de marras, encontramos
subrayados de las reseñas críticas aparecidas en magazines o periódicos de los Estados Unidos, una de las cuales
lleva la rúbrica de Walter Karp (1934-1989). Fallecido prematuramente a los
cincuenta y cinco años de edad, Karp sentencia en su escrito para Esquire:
«Por fin, Mailer ha
utilizado su tremenda fuerza narrativa, ese verdadero don divino, para lo que
debía utilizarla: para contar una historia que no habla de él mismo». Sin duda, al escribir
la preceptiva reseña para la prestigiosa revista neoyorquina Karp tuvo en mente,
entre otros textos de Mailer, Los
ejércitos de la noche (1968), en que el escritor de Nueva Jersey asume el
protagonismo sin seudónimo que valga de una historia que pivota sobre el
acontecimiento histórico vivido en las cercanías del Pentágono cuando decenas
de miles de personas llevaron a cabo una marcha pacífica como acto de protesta
por la Guerra del Vietnam. Para alguien como Karp especialmente interesado en
las conexiones existentes entre el poder político y el militar —sobre las
mismas escribió diversos ensayos—, las constantes referencias de Mailer a su
realidad personal y familiar vertidas en el papel al calor de la escritura de The Armies of the Night debió generarle
un sentimiento ambivalente al concluir la lectura de una obra que nada en distintas aguas genéricas, ya sea el ensayo periodístico, la autobiografía o
el relato de cariz historicias. Desde la admiración que profeso por la obra de
Mailer, un sentimiento parejo al que hubiese podido experimentar Karp se manifiesta
en mi persona al pasar la última página —la número 391, amén de La canción del verdugo, bastante por
debajo de los que comprende su opera prima Los
desnudos y los muertos (1948) y a infinita
distancia de El fantasma de Harlot
(1991), cuya lectura ha quedado aparcada sine die— de Los ejércitos de la noche, en su edición de enero de 2020 para la
Colección Compactos de Anagrama. Motivos sencillos —la imagen en blanco y negro
recortada de un hippie sosteniendo una flora de grandes dimensiones: todo un
símbolo del flower power— computan en
la portada de tonos azulados de un volumen que representa una muestra del
magisterio de Mailer en su condición de privilegiada pluma, aquella capaz de
sacar punta hasta el más nimio incidente o detalle extraído de la cotidianidad
y transformarla en una bella expresión —léase párrafo, frase o verso— arbolado de ingenio,
inteligencia y un sentido del humor no exento de espinas en sus bordes. Ciertamente, Mailer hizo del combate contra
el stablishment uno de sus credos,
dejando constancia escrita en Los
ejércitos de la noche que su militancia pacifista debía tener un cierto
grado de exposición aun a riesgo de ser detenido por los marshals que custodiaban el Pentágono —símbolo del poder militar
hermanado con las instituciones políticas— y pasar unas (interminables) horas
por la cárcel antes de ser devuelto a
la vida civil. De aquella experiencias kafkiana vivida en una celda descrita
con una capacidad de detalle abrumadora —a veces, excesivamente abrumadora— Mailer
tomaría buena nota a la hora de ir consolidando los fundamentos de una historia
bigger than life, la que convirtió a
Gary Gilmore en una de sus criaturas literarias más fascinantes y, al mismo
tiempo, controvertidas. Años antes, Mailer había sido diseccionado por Mailer
en una propuesta literaria de indudable valor historicista que anticipaba, en
cierta medida, su disposición a escribir —resiguiendo el itinerario marcado
por su coetáneo Truman Capote en A sangre
fría (1965)— una obra que transcurre, en buena parte, tras los muros de una
prisión federal de los Estados Unidos. La canción
del verdugo, pues, empezada a resonar en los oídos de aquel «joven» de cuarenta y cuatro años
que, en un arranque de bravura, marchó hacia el Pentágono con la doble función
de observador y militante progresista que abjuraba de la política de Lyndon B.
Johnson, a quien colocaría en la diana de sus aceradas crítica en una obra más
que certera para entender la Historia de los Estados Unidos del segundo tercio
del siglo XX desde el prisma de un privilegiado intelectual «de izquierdas» norteamericano de la
condición humana.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
sábado, 29 de febrero de 2020
«LOS EJÉRCITOS DE LA NOCHE» (1968), de Norman Mailer: CONFESIONES DE UN ANTIMILITARISTA
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