Dentro
del mundo literario el de Penelope Fitzgerald (1916-2000) representa un caso
ciertamente singular. No en vano, su pulsión como escritora despertó tardíamente,
ya cumplidos los cincuenta y cuatro años. Pero, a la vista del contenido de las
novelas que llegó a publicar en una franja de apenas dieciocho años —desde 1977
hasta 1995—, Penelope Knox —su apellido antes de contraer primeras nupcias con el soldado irlandés Desmond Fitzgerald— echó mano de una existancia previa repleta de
experiencias en distintos ámbitos y, por consiguiente, susceptibles que el
valor del detalle de lo vivido cotizara a favor de ser transcrito en la hoja de papel con visos de enriquecer sobremanera
el sustrato literario. Asimismo, no cabe perder la perspectiva de su propio
linaje familiar, con la figura del pater
familiar Edmund Knox, el editor de Punch, la revista satírica británica por antonomasia surgida en la cuarta década del siglo XIX. De la lectura de tan célebre
publicación a temprana edad iría forjándose un peculiar sentido de humor que
quedaría reflejado en obra que empezó a levantar el vuelo a mediados los años
setenta —con la publicación de la biografía de Edward Burne-Jones— y que no se
detuvo hasta el fin de sus días, en los primeros compases del nuevo milenio, a
propósito de la antología de cuentos The
Means of Escape (2000), publicado a título póstumo. A un lustro de haber
acomodado el ensayo a mayor gloria del pintor prerrafaelita del siglo XIX,
Penelope Fitzgerald podía vanagloriarse de tener impresas un total de cuatro
novelas, a razón casi de una por año. Una gesta que hasta entonces pocos
compatriotas británicos habían cosechado a semejante edad —sesenta y cuatro
años—, culminando esa década prodigiosa con Human
Voices (1980).
Fruto
de la notable acogida dispensada con el repóquer de publicaciones dedicadas a
la obra de Penelope Fitzgerald —con La Librería como punta de lanza (presentada
en tres ediciones distintas, una en castellano, otra en catalán y una especial
conmemorativa del centenario del nacimiento de la escritora)—, el sello
Impedimenta reservó para el primer trimestre de 2019 la puesta de largo de Voces humanas (1980), una oda al personal que
trabajó en la BBC durante la Segunda Guerra Mundial en condiciones que pusieron
a prueba no tan solo su capacidad de resistencia sino su compromiso irreductible
por mantener informado a la población civil. La propia Penelope Knox había sido
empleada en uno de los departamentos de la BBC en los denominados años del Blitz. Una vez transcurridos casi
cuarenta años de aquella experiencia, Penelope —ya con el apellido Fitzgerald luciendo en las portadas de sus libros— acomodó una pieza literaria evocadora
de un periodo observado con una mirada idealizada sobre valores tales como la
solidaridad, el sentido del deber y el espíritu fraternal establecido entre
compañeros de profesión. Sobre estos pilares, pues, se levantó un muro que
trataba de contrarrestar el efecto de los continuos bombardeos por parte de la aviación
nazi sobre suelo londinense, procurando viñetas
de auténtico horror. Penelope Fitzgerald se emplea a fondo para que la lectura
de Voces humanas se canalice por los
conductos del tono amable, prensado
de idealismo pero sin que descuidemos en modo alguno el contexto de degradación
de la fisonomía de un ciudad que no hacía demasiadas décadas había sido
considerado uno de los puntos neurálgicos a escala mundial. Una ciudad con
hechuras de megápolis densamente poblada, a la que quedó convocada Penelope Knox
pocos años después de haber nacido en Lincoln, la capital del condado de
Lincolnshire situado al noreste de Inglaterra. Otrora un asentamiento celta,
Lincoln alumbró en el ecuador de la Gran Guerra a una escritora que, al calor
de la publicación de gran parte de las novelas que ha impreso el sello
Impedimenta hasta la fecha, debería ser observada como un auténtico tesoro de
la literatura británica. Una obra trenzada desde, en buena lid, desde las
experiencias vividas, constatable por ejemplo en esta historia coral de voces humanas que apagan la llama del sufrimiento y la desesperación, y apuestan para
que salga a la superficie lo mejor de nuestra especie. Doscientas páginas que
se leen con fruición, sumergiendo al lector en un microcosmos que nos alienta
a pensar que incluso en las horas más oscuras de la Historia de Inglaterra del
siglo pasado quedaba una ventana abierta para la esperanza, a la que se acogían
Delta, Lise, Annie, Sam y otros tantos que operaban bajo el manto de la BBC en
tiempos convulsos.
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