13 de abril de 2019. En la tarde de un sábado de primavera el cielo se mantuvo
sereno con una ligera brisa mientras recorría andando los quinientos metros
que separaba la vivienda de mis padres de la sala de concierto Salamandra de L’Hospitalet
de Llobregat. Acompasado a mi paso ligero (trato de corregirme en el ejercicio
de la puntualidad), una furgoneta ralentizaba su velocidad habitual por vías
urbanas debido a que iba colocando conos con la intención de perimetrar una
zona en relación a algún acto popular a celebrar en las inminentes horas. Al
fijar mi mirada sobre el suelo firme la mente de un servidor viajó a ese pasado lejano en que el
firme lo ocupaba el carrilet, el tren
a cuyo paso se levantaba un muro de ladrillo de más de dos metros y medio de
altura. Una altura insalvable para aquellos niños camino de la adolescencia que
íbamos a la escuela durante los denominados «años del plomo». Ha transcurrido una eternidad
desde entonces y en la primavera del año que el siglo XXI ha superado por unos
meses la mayoría de edad, observo
cómo se baja una formación llamada The Neal Morse Band a la altura del edificio
en que luce el rótulo «Sala Salamandra» de ese carrilet trazado a lápiz en mi imaginación. En los
prolegómenos del concierto que iba a tener lugar en la emblemática sala de L’H
me perdía en aquellos gratos momentos en que la sala Razmatazz había acogido en
2013 el concierto de Transatlantic, una de las diversas «identidades» musicales en las que ha
tenido como denominador común al californiano Neal Morse, cuya carrera
profesional arranca precisamente cuando el contador de los ochenta se colocaba
a cero para dar inicio a una década repleta de acontecimientos de cariz social,
político, económico y cultural, culminando la misma con la caída de otro muro,
este de proporciones bíblicas, como el
de Berlín. En ese periodo de tiempo Neal Morse cultivó el gusto por el neo rock
progresivo, dejando patente, al cabo, que su formación de multiinstrumental
dotado de una portentosa voz, le serviría para construir un proyecto musical,
el de Spock’s Beard, que dejaría una serie de gemas en forma de discos de
estudio, en coalición con uno de sus hermanos, Alan Morse. Pero su galopante inquietud creativa le ha
llevado por distintos derroteros, y con la necesidad vital que, cumplidos los cincuenta y tres años, una banda llevara acoplado su nombre, el de todo un
referente del neo prog. Tres discos
de estudio han bastado para consolidar un proyecto musical, el de Neal Morse
Band, que deja al descubierto en sus directos la voluntad que el espectador se
suba a una suerte de montaña rusa
musical, en que el epic rock de temas
como Welcome to the World —un himno de
rutilante rocosidad instrumental que, a buen seguro acompañará a cada uno de
los conciertos de NMB en los años venideros— actúan de high points en una secuencia formada por una treintena de canciones,
la mayor parte pertenecientes al doble disco conceptual que da nombre a la
gira. Una gran aventura musical en
que Morse se transmuta de bufón del reino al estilo Peter Gabriel en la Edad Dorada de Genesis en el tema “Vanity Fair”, ataviado de un sombrero de copa
alta y el traje propio de un arlequín. Teniéndolo a escasos metros de mi
privilegiada visión en las primeras filas, guardando la espalda de mi querida Esther
Solías, reparé en el detalle de las rodilleras que, a buen seguro, llevaba por
debajo de un pantalón de mil jirones —supercasual—, merced a su tendencia al
ejercicio de la genuflexión. Sin llegar a las cotas de emotividad que había
alcanzado en su actuación en la sala Razzmatazz al frente de una superbanda,
bañado en lágrimas al elevar su súplica
en forma de canción, Neal Morse volvió a hacer acopio de una entrega absoluta
sobre los escenarios, sin menoscabo a algún interludio humorístico cuando uno
de los técnicos de la casa se convirtió durante unos minutos en el quinto miembro
de Neal Morse Band. En un parón obligado por las circunstancias –a cuenta del
defectuoso funcionamiento del teclado que manejaba Morse— a esas notas de humor
se sumó el guitarra Eric Gillette, el más joven del grupo dotado de un
proverbial virtuosismo y una voz que se complementa a la perfección con la del
ex líder de Spoke’s Beard. Asimismo hizo lo propio el bajista Randy George —una
de las piezas recurrentes en el tablejo musical de la singladura profesional de
Morse—, cuya apariencia podría cuadrar con la imagen estereotipada de un
villano de Piratas del Mar Caribe,
pero en las distancias cortas exhibe el afecto propio de quién se sabe un
privilegiado de formar parte de la Historia de una banda que dirigirá el rumbo
a cotas si cabe aún más ambiciosas, preñadas de aciertos en una arquitectura
musical de polivalencia estilística, ora afincada en el metal rock, ora deudora de la herencia del rock sinfónico, ora
deslizándose por la pendiente del blues…
Composiciones, en todo caso, vitaminadas con la participación en esa segunda línea
por el teclista Bill Hubauer —con esa gorra calada que juega al despiste; sin
la misma lo podríamos reconocer conforme a un miembro de una filarmónica— y por
uno de los íntimos amigos de Neal Morse, el star drummer Mike Portnoy, quien me
sigue deleitando con el manejo de las baquetas, al tiempo que participa en esa ecuación vocal a cuatro, algo muy caro
de escuchar y sentir en una formación de rock. Un placer celestial para los
oídos ubicado en el tramo final de un concierto que sobrepasó las dos horas y
medias de concierto. Mientras las aproximadamente seiscientas personas que
acudimos a la primera cita de NMB en el estado español con su gira de The Great
Adventure íbamos desfilando a cuenta gotas hacia la puerta de salida a algunos de
nosotros aún nos aguardaba una espera de más de una hora. Sobrepasada la
medianoche, reparé en el rostro de Neal Morse, quien parecía adoptar el traje de un profesor universitario que
camina con cierto desasosiego por los pasillos que dan acceso al aula donde da
clase. Más allá de esta ironía, Neal Morse, arropado de una
formación extraordinariamente bien engrasada,
volvió a impartir su particular magisterio, armado de su fender stratocaster, de su guitarra de doce cuerdas, de su teclado
(para la ocasión observándolo con un indisimulado recelo en algunos instantes)
y de una voz que nos eleva a los altares de un rock trenzado de sentimientos
que ganan a la espiritualidad y a un humanismo larvado en el fuero interno de
este gentil hombre que se acerca a la
sesentena con una animosidad y un dominio de la escena que para sí quisieran
muchos de sus colegas de generación y de su precedente elevados a la categoría de celebrities.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
domingo, 14 de abril de 2019
UNA «MONTAÑA RUSA» MUSICAL EN L’H: A PROPÓSITO DE THE NEAL MORSE BAND Y SU THE GREAT ADVENTURE TOUR
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