Desde hace un cuarto de siglo no recuerdo
una sola semana que haya dejado de escribir. Nunca hubo un momento que me
planteé: quiero dedicarme a escribir. Simplemente ha ido sucediendo más por ese sentimiento interno de saber que tienes el control, el acto de escribir no depende de
terceros, puedes apañarte siempre que tengas una máquina de escribir y un
ordenador delante, a cualquier hora y día de la semana, llueva o en un día
soleado o ventoso. Todo empezó hace un cuarto de siglo. En casa aún no teníamos
un procesador de texto. Hice la carrera de Ciencias Biológicas con una máquina
de escribir eléctrica. Perdí la cuenta de las veces que cambié esas cintas
magnéticas negras que compraba en una tienda del centro de Barcelona. Al concluir la licenciatura pasé meses visitando casi a
diario, salvo los fines de semana, la casa de una familia a la que tengo en alta
estima: los Candeal. Me propuese escribir un libro a los veinticinco años. Partía
de la base de un ensayo que hice sobre John Frankenheimer que presenté a Dirigido por… Recuerdo que se lo
leyeron, corrigieron un error de una palabra mal escrita y me lo devolvieron in
situ. No debía tener más de treinta páginas. Ya por aquel entonces hice mía una
frase del científico James D. Watson: «en una parte de un
fracaso está la clave de un futuro éxito». Aquel escrito se convirtió en el germen de La generació de la televisió: la consciencia
liberal del cinema americà (1994). Me llevó casi un año escribir un libro de unas
doscientas cincuenta páginas que publicamos con mi hermano Àlex bajo el sello de
nuevo cuño Editorial 2001. Jamás he vuelto a experimentar la sensación que
supuso ver impreso un libro con mi nombre figurando en la cubierta. Salió un escrito a
media página en La vanguardia sobre
la publicación, en que se destacaba la novedad de un libro de estas
características en torno a una generación de cineastas que incluía a John
Frankenheimer. Aún conservo ese recorte de periódico con la rúbrica de Lluís Bonet
Mojica, resaltando en el titular que su autor tenía veintiséis años. En
aquellas fechas barruntaba la posibilidad de publicar Seqüències de cinema, una revista mensual de cine en catalán coincidiendo
con la celebración del centenario del Séptimo Arte. Llegamos a publicar
dieciséis números. Hubo un problema con el número siete porque la impresión no
había quedado bien. De vuelta a casa pensé que era un desastre, pero me mantuve
firme en seguir adelante y llegamos a publicar nueve números más. En
retrospectiva, lo veo como una proeza. En el mercado habían ocho revistas en
castellano. David contra Goliath multiplado n veces. Aprendí demasiadas cosas
para saber que el mayor castigo que me podía infringir era caer en el desánimo.
Al cabo, 1998 fue uno de mis anus
horribilis. Me embarqué en el proyecto de hacer un CD-Rom de la Historia de
los Oscar. Contábamos con un extraordinario material fotográfico —The Kobal
Collection— pero posteriormente me enteré, a través de un abogado, que no se
podía lanzar el producto porque la empresa que tenía la franquicia no podía
utilizar esas imágenes ya digitalizadas para una obra de semejantes características. Sabía
que aquel proyecto había muerto, pero como consuelo, a diferencia de la empresa
que gestionaba el archivo fotográfico y los informáticos que intervinieron en
la confección del CD-Rom, rescaté todos aquellos textos escritos a lo largo de
más de un año y medio. Procesé esa carga de indignación en un nuevo estímulo
para seguir adelante, llegando a publicar dos libros de un considerable grosor
cuya base se encontraba en ese CD-Rom que no llegó a ser comercializado: Los actores de los Oscar y Los directores de cine del siglo XX. En
un acto de generosidad del que nunca me he arrepentido —más bien al contrario—
quise que la periodista Núria Dias firmara conjuntamente sendos libros. En
realidad, un servidor había escrito el 99,9 % de ambos diccionarios. Hubo un tiempo que no
quise hablar del tema. Suelo ser una persona generosa con las personas que,
como en el caso de Núria, me apoyaron en todo momento y se pusieron de mi parte.
Siempre se lo agradeceré. De aquel fatídico 1998 pasé a un periodo de un año —de
octubre de 1999 a septiembre de 2000— que vi publicados un total de cuatro
libros, incluida la versión en castellano (actualizada y revisada) de La generació de la televisió que lo presenté en el
Festival Internacional de Cine de San Sebastián con motivo de la celebración de
un ciclo-retrospectiva en el marco del certamen donostiarra.
En mi particular diccionario no existe la
entrada “desfallecer”. El amanecer del nuevo siglo trajo consigo la web www.cinearchivo.com (actualmente, www.cinearchivo.net) Sigo siendo el único
superviviente de aquel ya lejano proyecto. Si no existiera cinearchivo
probablemente, a día de hoy, hubiera podido ver publicados unos veinticinco
libros. Con todo, contabilizo en estos veinticinco años repletos de infinidad
de experiencias un total de quince libros publicados, más otro ya escrito pendiente
de edición, y otro a medio hacer. Quiero pensar que cada uno de ellos es un
acto de amor, en primera instancia, por la escritura. Queda mucho camino por
recorrer. Hay algo de lo que me siento particularmente orgulloso. El ver
publicados, a los ojos de muchas personas, tantos libros no ha contribuido a
potenciar el ego. Carezco del mismo. Cada libro escrito y publicado es una
invitación a empezar de cero. Starting
Over. Veinticinco años bien merecen la pena de mirar por el retrovisor, capitular,
y seguir fijado al horizonte de la vida con esas líneas discontinuas adheridas
al asfalto, metáfora de la vida misma en que el saberse una persona que no concede ninguna importancia a lo que ha hecho deviene el mejor aliado
para seguir creciendo. El oficio de escribir responde a un estímulo orgánico
pero al mismo tiempo a reforzar un individualismo que, si se desmadra, acaba
por precipitar a uno al pozo de la
egolatría, al de la vanidad y al de la autocomplacencia. He visto caer a tantas
personas en ese pozo que cada día me anoto en la mente que escribir es la
gimnasia que he practicado para que cuerpo
y espíritu se mantengan en sano
equilibrio. Una práctica (casi) diaria beneficiosa para la salud
mental (con el complemento vitamínico
en forma de lecturas con una frecuencia similar) de un servidor que espero
conservar intacta dentro de veinticinco años. Quizás, entonces haya cumplido el propósito de
ver publicados un total de cincuenta libros, el último de los cuales, una
edición de lujo creada ex novo de La
generación de la televisión: la conciencia liberal del cine americano. Una
manera de cerrar el círculo y pensar, a los setenta y cinco años, en dar rienda
suelta a otros objetivos. Lo que tengo claro es que, si la salud me sigue
acompañando, no pararé… hasta el final de mis días.
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