En la previa a la convocatoria del pleno del
Parlament de Catalunya para investir en segunda vuelta a Quim Torra i Plà, los
equipos de Ciutadans, PPC, En Comú Podem y PSC hicieron horas extras con el
ánimo de buscar en el erial de
internet todas aquellas declaraciones y/o reflexiones del que iba a ser
nombrado 131 President de la Generalitat de Catalunya, en que dejara constancia por escrito de un sesgo
escorado hacia un radicalismo que raya lo paranoico. Cumplido el trámite, con la CUP jugando una vez más a favor de obra del
independentismo sin reparar en los "daños colaterales", el pasado lunes día 14 de mayo Mònica Terribas entrevistaba a
Quim Torra en su programa matinal de Catalunya Ràdio. A la pregunta de qué pensaba de los españoles, Torra no eludió la respuesta y dejó impresa la siguiente frase: «Estimo els espanyols. Estimo el poble espanyol». Desde hacía unas horas
Torra había entrado por la puerta grande de la política y ya lucía el disfraz
de la mentira para camuflar un pensamiento que, en su caso, ha ido larvando a
golpe de lecturas casi desde su tierna adolescencia. A modo de arma arrojadiza,
Inés Arrimadas (C’s), Xavier Domènech (En Comú Podem), Xavier Albiol (PPC) y
Miquel Iceta (PSC) sacaron a la luz el contenido de unos tuits firmados por
Torra en 2012 y posteriormente eliminados de la red. En ciernes de convertirse en President electo por un margen
ínfimo de votos entonó el mea culpa,
y parafraseando al otrora Rey de España, Juan Carlos I, en su versión catalana apostilló
«no tornarà a passar». De una manera sibilina, Carles Puigdemont,
operando en la sombra en su destierro
berlinés, se sacó un as en la manga en forma de candidato para ser investido tras una serie de tentativas frustradas.
El reloj corría y los equipos de trabajo de los susodichos grupos
parlamentarios no tuvieron tiempo material para recopilar infinidad de escritos,
a modo de artículos y/o ensayos con la rúbrica de Quim Torra que escarban en su
perfil supremacista, etnicista, racista y xenófobo.
En su
particular pulso sostenido con el Estado español, Puigdemont, a mi entender,
con la elección de su coetáneo Torra (apenas les separan unas horas en sus
respectivas partidas de nacimiento; el uno nacido el día de los inocentes de
1962 y el cabeza visible de Junts per Catalunya al día siguiente) se ha pegado un
tiro en el pie y, por ende, la agrupación política que lidera. La perdición del
movimiento independentista —entendido conforme a un movimiento transversal,
que precisa ensanchar sus bases para crecer y rebasar así ese techo de cristal que
le otorgaría la mayoría de votos a nivel del territorio catalán— se llama Quim
Torra. Las simpatías que podría generar en sectores más progresistas del viejo
continente se irán diluyendo al albur del conocimiento del pensamiento de un
personaje siniestro como Torra, quien ha ido construyendo un relato emocional sobre un sentimiento
identitario que apela a cuestiones de raza y aplica principios eugenésicos para
interpretar los rasgos diferenciales entre la población catalana y la española.
Bien es cierto que en pocos meses conoceremos la valoración de los líderes
políticos catalanes y quedará constancia del apoyo que procura un sector de la
población a Quim Torra, aquellos fanatizados con la idea de romper con el
estado español cueste lo que cueste y que tienen en este abogado gerundense reciclado
a editor y político alguien a quien aferrarse.
Poco les incomoda su semblante xenófobo y supremacista porque se sienten
reflejados en el espejo de la vida.
En su ensayo Els últims 100 metres: el full de ruta per guanyar la República catalana
(2016, Angle Editorial), con prólogo (of
course) de Carles Puigdemont —por aquel entonces ejerciendo de President de
la Generalitat de Catalunya—, Quim Torra colocaba el objetivo a
conseguir en un plazo de dieciséis meses. Está claro que Torra adolece de carácter
visionario, pero insistirá en su empeño aunque esos 100 metros se conviertan,
al fin y al cabo, en una distancia pareja a la de una maratón. En ese primer avituallamiento Torra y su equipo se
darán de bruces con la realidad, al tiempo que la imagen del independentismo
catalán mostrará esa cara menos amable, aquella que representa su líder emocional e intelectual, con
Puigdemont actuando de “doctor Mabuse” de un procés que deviene una auténtica entelequia. La «Reina» Puigdemont ha
articulado un movimiento en el tablero de la política contando con la «Torra» de
apoyo para hacer el jaque mate al «Rey Felipe VI». Una jugada maestra para derrocar a la
monarquía borbónica e inaugurar un ideal de República. Pero ha calculado mal la
estrategia. La «Torra» solo puede realizar
movimientos horizontales, y no transversales como demanda ERC (Esquerra
Republicana de Catalunya) para ampliar la base social que legitime la
posibilidad de un referéndum para la Independencia. En esta dialéctica Sergi Cebrià se esforzaba en
recalcar en su turno de palabra, apelando
con el contacto visual a Domènech, en representación de En Comú podem, mientras
los hiperventilados —con Eduard Pujol a la cabeza— de Junts per Catalunya quitaban
hierro a los “pecados de juventud y madurez” de Quim Torra, a propósito de unos
escritos que cualquier persona guiada por un sentimiento humanista le debe
provocar repugnancia. Más que jaque mate a la Monarquía, la elección de Torra
constituye un punto de inflexión para casi la mitad de los adscritos al independentismo
(la mayoría sobrevenidos en los últimos meses) con los que no va el liderazgo de un
supremacista y etnicista de tomo y lomo, un George Wallace natural de Blanes, y
naturalizado independentista galopante que mira una y otra vez sobre la biografía de los prohombres de la primera mitad del siglo XX, en ese espacio
fundacional que sirve para construir un relato maniqueo, en que el Estado
español más allá de los tiempos oscuros del franquismo sigue siendo observado como el enemigo a desterrar en forma de segregación.
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