En el año
del cumplimiento del décimo aniversario del sello Impedimenta han sido diversas
las voces femeninas adscritas a la literatura que han formado parte del
catálogo de la editorial madrileña. Así pues, a los nombres propios de Penelope
Mortimer, Stella Gibbons, Martine Desjardins, Penelope Fitzgerald, Joan Lindsay
o Pilar Adón, cabe sumar la veintena de escritoras artífices de los cuentos que
integran la antología Damas oscuras
(2017), bajo el denominador común de su adscripción al género de terror
sobrenatural desarrollado durante la época victoriana. Bien es cierto que
algunas de estas piezas literarias fueron publicadas fuera de los márgenes
temporales por definición de la época victoriana –caso de Napoleón y el espectro (1833) de Charlotte Brontë (1816-1855)--,
pero en su inmensa mayoría tuvieron acomodo en las páginas de semanarios,
revistas o antologías anglosajonas de la época.
No obstante, a lo largo de esos ochenta años aproximadamente de historia de la
época victoriana los varones llevaban la voz cantante, abasteciendo de relatos
de terror numerosas publicaciones que habían sido muy populares, sin menoscabo
a que se colaran algunos escritos que
llevaran la rúbrica de escritoras, la mayor parte de las cuales habían sido encapsuladas
en la literatura infantil, juvenil y/o la novela romántica en sus distintas
acepciones. Cabe congratularnos, pues, que bajo el genérico Damas oscuras la editorial Impedimenta
saque a la luz trabajos de primerísima calidad elaborados por féminas que
respondían a inquietudes artísticas muy diversas entre sí, algunas garantes de
una obra que les llevarían a pasar a los libros de Historia (la mencionada
Charlotte Brontë, Margaret Oliphant, quien brinda con su habitual preciosismo y
detallismo una joya titulada La puerta
abierta, paradigma de las historias de fantasmas, o Willa Carter) y el
grueso de las seleccionadas caídas en desgracia y/o en un temprano olvido que
no hace justicia a sus verdaderas aptitudes literarias. Con todo, Damas oscuras compendia una veintena de
relatos de los que resulta difícil considerar alguno de los mismos susceptible de
ser considerado prescindible en función de unos determinados estándares de
calidad.
Al emprender la lectura de Damas oscuras no reparé en las
indicaciones del apéndice en que el orden de los cuentos sigue un estricto
sentido cronológico, desde el más temprano en el tiempo Napoleón y el espectro hasta El
solar (1903) de la norteamericana Mary Eleanor Wilkins (1852-1930). Saltaba
de un cuento a otro desprovisto de la marca
de la cronología, sintiendo en la lectura de cada pieza el pálpito de un savoir faire a la hora de trasladar
conceptos e ideas a un plano literario que concitara la atención del lector de
su época. Invariablemente, la presente antología da carta de naturaleza a
textos de extensiones disímiles, en que un relato cercano a las cien páginas –Cecilia de Noël (1891) de Lanoe Falconer—“convive”
con algunos otros que apenas cubren diez o quince páginas de texto –Junto al fuego (1859) de Catherine Crowe
(1803-1876) o El abrazo frío (1860)
de Mary Elizabeth Braddon (1837-1915), entre otros--, en lo que vendrían a ser
estas últimas auténticas delicatessen
aptas para abrir el paladar de los comensales
lectores. En su mayoría se trata de lecturas atravesadas de una cierta ironía
que persiguen soltar lastre ante un
hipotético sentido de la trascendencia cuando el lector se enfrenta a la descripción
de fenómenos sobrenaturales, reservando clase
preferente las ghost stories tan
caras a ese periodo. No obstante, en escritos como el llevado por Mrs. Falconer
en Cecilia de Noël lo caústico cobra
visos de impregnarse en sus páginas, al calor de comentarios del tipo «Sir
Walter (Scott), un hombre tan juicioso como el que más aunque escribiera poesía
(…)». Dardos envenenados que tienen
el propósito de una crítica soterrada en torno a aquellos escritores varones
que dominaron el espacio literario en un periodo especialmente fecundo en
novelistas que, hoy en día, la revisión de sus respectivas obras suele juzgar
al alza. No en vano, por ejemplo, Willa Carter (1873-1947) —representada en la
antología con un texto titulado El caso
de la Estación de Grover (1900), inédito hasta la fecha en castellano—,
sería reconocido por Truman Capote conforme a una de sus mayores influencias. Consideración
que no debe caer en saco roto para quien antes de rubricar su magnum opus A sangre fría (1966) participó de la escritura del guión de la
novela Otra vuelta de tuerca (1898),
de Henry James, la pieza literaria por antonomasia al referirnos a los relatos
de fantasmas. Sin duda, James, en su triple condición de literato, crítico y
ensayista, repararía en el poder evocador de los escritos de Amelia Edwards (1831-1892),
Vernon Lee (1856-1935), Dinah M. Mulock (1826-1887) y tantas otras féminas antes de proceder a la
siembra y posterior recolección de su superlativo relato finisecular. De esta
forma, una antología como Damas oscuras
soberbiamente traducida y editada en tapa dura —contraviniendo la norma de la casa— no debe faltar, haciendo
compañía a The Turn of the Schrew, en
aras a acceder en cualquier momento a su lectura, a poder ser con la luz de la
noche por testigo.
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