Cuando una editorial del prestigio de
Blume con su serie de libros de gran formato y de un exquisito despliegue
fotográfico se consagra a la publicación de una monografía sobre Neil Young
quiere decir que asistimos a un salto cualitativo por lo que concierne a la
visión comercial en nuestro país sobre el músico canadiense. Una situación de
la que me siento especialmente satisfecho y que, en la medida que como autor de
Neil Young: una leyenda desconocida
(2009) —reeditada en 2015— pienso que
he contribuido, ni que fuera en una minúscula proporción, a que en el estado
español uno de los gigantes de la música aún (muy) activo tuviera su “recompensa”
en forma de publicaciones a la altura de su bien ganada solera a escala
internacional. Es evidente que, a diferencia de lo que sucedía en nuestro país
a la altura de 2009, con un panorama yermo de publicaciones en torno a la
figura de Neil Young, el subtítulo que escogí para la ocasión, el de Una leyenda desconocida —en referencia a
una de las piezas que componen el magistral disco Harvest Moon (1992)—, vaya teniendo cada vez menos sentido (por fortuna)
y Harvey Kubernik, el periodista encargado de la “recomposición” principalmente
de la trayectoria musical del astro canadiense, haya apostado por el de Heart of Gold, emblemático tema que formó
parte de la «cosecha del 72» y que suele integrarse en el set list de los conciertos del ex
miembro de los Buffalo Springfield.
Kubernick no es ningún desconocido dentro del periodismo musical al
haber colaborado en multitud de revistas, llevado a cabo infinidad de
entrevistas y amueblado algunas publicaciones a partir de ese trabajo de campo
que supone recabar el testimonio de aquellos profesionales que, en un momento u
otro, han servido a los intereses artísticos de un determinado músico. Este es el caso de
una obra de las características de Neil
Young: Heart of Gold (2016), cuya lectura trabaja sobre los parámetros de
un periodismo ocioso de dar una perspectiva en torno a Neil Young a la manera
de Ciudadano Kane (1941). El Xanadú
de Neil Young no sería otro que Broken Arrow, el lugar escogido a unas decenas
de kilómetros de San Francisco para que sirviera de nido familiar pero asimismo
de estudio de grabación y espacio de recreo para colocar sus trenes eléctricos
y una gama de automóviles preferentemente con matrícula de los años cincuenta y
sesenta. Así pues, Kubernik actúa de narrador, de hilo conductor de una
historia que, al tocar a su fin, llegamos a una conclusión inapelable: la música
ha sido y sigue siendo la razón de existir de Neil Percival Young. Siguiendo
con el símil referido a Citizen Kane,
podemos imaginar al «ciudadano» Young al final de sus días (esperemos que sea dentro
de mucho), en su lecho de muerte, en el último suspiro dejando caer de su mano
una bola de navidad en que su interior, en lugar de un trineo que lleva grabado en su madera el nombre de Rosebud,
observamos el detalle de un ukelele
que le habían regalado sus progenitores Scott Young (escritor de ficción sin demasiada fortuna y periodista deportivo de reconocido prestigio) y Rassy (su principal e incondicional apoyo en sus primeros pasos) al cumplir los diez años de edad. A
tenor de lo que dictaría la historia particular de Neil Young a partir de bien
entrada la década de los sesenta con su participación en los grupos Mynah
Birds y sobre todo su ingreso en Buffalo Springfield, el regalo de ese ukelele fue premonitorio, una especie de
revelación para un chico al que, a los cinco años se le había tratado de una
polio. Por suerte, Neil Young superó el trance, dejándole secuelas de menor
consideración a las que sí tuvo que enfrentarse su compatriota Joni Mitchell —un extremo que,
debo confesar, desconocía—, cantante y compositora que aparece junto al autor de Silver & Gold en una de las centenares
de instantáneas impresas en esta impecable edición cortesía de Editorial Blume.
En la misma se muestra la imagen sonriente y distendida de Young, un estado vital
que contrasta con su imagen de personalidad huraña, distante y esquiva que
multitud de representantes del sector de la prensa (musical) siguen teniendo de
él. Bien es cierto que Neil Young ha tratado de preservar a toda costa una
autenticidad observada por sus compañeros de profesión conforme a una de sus
principales conquistas. Una de las contrapartidas para conseguirlo ha sido
colocar “cortafuegos” que impidieran tergiversar sus opiniones, por ejemplo, en
cuestiones sujetas a interpretaciones como las referidas a la política
estadounidense, más aún si cabe siendo él canadiense. Por ello, otro de los
puntos a favor de la presente monografía es que Kubernik se ha servido de un
considerable número de declaraciones o manifestaciones de Neil Young realizadas
en distintos periodos durante su impresionante actividad profesional que no
parece tener freno. Con ello, Kubernik ha tratado de apuntalar un relato que,
en su primera parte, deja al descubierto que algunos de sus amigos de la
infancia y de la adolescencia no atendían precisamente al carácter de
visionarios. Uno de ellos espetó en cierta ocasión «Neil, deja la música, no vas a
llegar a ninguna parte con ello, y ven a jugar con nosotros a Hoquei». A toro
pasado, presumo en un tono de disculpa, manifestaría: «esa frase me ha perseguido toda la vida». Y lo que ha
perseguido toda la vida a Neil Young es su pacto con la música con una vocación
para experimentar que le ha servido de salvoconducto para seguir disfrutando de
la misma sobre los escenarios y en los estudios de grabación, invocando a ese
espíritu de starting over («empezar de
nuevo»), algo muy raro de observar en un músico
de su dilatada y exitosa trayectoria, para evitar en la medida de lo posible que la soberbia acabe devorando la capacidad de crear... con o sin duende.
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