Aunque la Editorial
Impedimenta va camino de la publicación de más de ciento
treinta obras, no deja de resultar curioso que en su catálogo convivan piezas
literarias, escritas por separado, del matrimonio formado por Penelope y John
Mortimer. En 2014 vio la luz en las librerías El devorador de calabazas (1962) y tres años más tarde, en febrero de 2017,
Impedimenta ha lanzado al mercado Los
casos de horace Rumpole, abogado (1978), cuyo autor John Mortimer, a
diferencia de su consorte durante veintidós años, se mostró proactivo en
diversos ámbitos en calidad de guionista (indistintamente para televisión y
cine), dramaturgo y ensayista, llegando a ser considerado uno de los escritores
británicos más prolíficos de la segunda mitad del siglo XX. Produce vértigo
solo asomarse a la contribución en distintas disciplinas artísticas de Sir John
Mortimer, al que la vida continuamente le deparaba “distracciones” suficientes,
ya sea dentro o fuera de su ámbito familiar, para ir fermentando historias que
quedaran refrendadas en papel. Sin duda, su condición de abogado le procuraría “munición”
suficiente para armar, a partir de finales de la década de los setenta (batiéndose
en retirada en el frente cinematográfico),
una serie de novelas que pivotan sobre el estrafalario Horace Rumpole, en buena
lid inspirado en su figura paterna, Clifford Mortimer, cuya ceguera no le
impidió seguir en el ejercicio de su profesión. Los casos de Horace Rumpole, abogado abre el fuego editorial, en una apuesta dedicida
del sello Impedimenta para que vaya creciendo en su catálogo el número de
referencias vinculadas a un humor so
british, uno de los rasgos distintivos de la idiosincrasia de las Islas,
que funciona a modo de antídoto cuando lo dramático sobrevuela en un
determinado entorno y/o afecta a una determinada persona. En cierta manera,
Horace Rumpole no se encuentra demasiado alejado del Reginald Perry, la
criatura literaria de David Nobbs —rescatado
del olvido en su momento por parte de Impedimenta—, pero la particularidad del primero radica en su ámbito de
trabajo, el inherente al estamento judicial en que la hipocresía, lo ruín, el
sentido de la traición y la soberbia campan a sus anchas. De la lectura de Rumpole of the Bailey —el título original— se desprende esa
capacidad corrosiva, a ratos mordaz y aisladamente irónica de John Mortimer a
la hora de describir una realidad que conoció en primera persona y asimismo a
través de las historias que le contaba su progenitor, más “adornadas” si cabe a
medida que su visión se iba apagando y su oído se iba afinando. De aquellas escuchas surgió la pieza teatral A Voyage Round My Father (1963).
Bien es cierto
que el acto de escribir ficción implica necesariamente que soltamos lastre, de
manera consciente o inconsciente, de nuestra propia realidad. En el caso de
John Mortimer el cóctel preciso para dar rienda a una critatura literaria de
las características de Horace Rumpole requería de la combinación de las
experiencias propias —que afectarían al ámbito conyugal:
«Ella, la que ha de ser obedecida», no es difícil asociarla con Penelope Mortimer— y de un padre que actuó de banister preferentemente en el periodo de entreguerras. De tal
suerte, John Mortimer “revivió” a su progenitor en un total de once novelas,
editadas en la lengua de John Milton entre 1978 y 1992. Al alcanzar la condición
de septuagenario, John Mortimer se plegó a la escritura de sus memorias —Murderers and Other
Friends: Another Part of Live (1995)— y, de
manera puntual, regresaría sobre el personaje de Horace Rumpole a través de la
publicación de nuevas viñetas de una
cotidianeidad judicial transformada al albur de las nuevas tecnologías. Fallecido
en 2009 a
los ochenta y cinco años, presumo que aún no tenemos la perspectiva suficiente
para poner en valor la enorme contribución de John Mortimer en su dilatada
actividad vinculada a las letras. Precisamente, en el año de su deceso se
consignaría la emisión televisiva del documental John Mortimer: A Life in Words (2009), en que desfilan ante las cámaras,
entre otros, el actor Sinéad Cusack, su hijastro Ross Bentley, su hija (la
actriz) Emily Mortimer, Penelope Mortimer y Jon Lord, miembro de Deep Purple. Al
igual que en el caso de esta legendaria formación británica adscrita al hard-rock, John Mortimer había ejercido
la defensa de los Sex Pistols y de la actriz porno Linda Lovelace en los
juzgados. Por ello no resulta nada extraño que se deslice en la pieza bautismal
consagrada al díscolo Horace Rumpole referencias a los Rolling Stones en la
primera parte de un libro que se cierra con un episodio referido a los hermanos
Delgardo, en cierta manera trasuntos de los hermanos Quay que dominaron los
bajos fondos de la ciudad de Londres en la década de los sesenta. En ese
periodo John Mortimer ya mostraba sus garras
de hábil guionista cinematográfico —contribuyó
a la escritura de los libretos de las magistrales adaptaciones del relato de
Henry James Otra vuelta de tuerca y
de la novela de Marryam Modell Bunny Lake
Is Missing—, pero con el cambio de decenio le
aguardaba un plato que había “recalentado”
en su mente en infinitas ocasiones y que acabaría siendo degustado por esos
comensales ávidos de literatura con un sello de alta calidad.
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