Para la
elaboración de Neil Young: una leyenda
desconocida (2009, T&B Editores) me resultó de suma utilidad la biografía
titulada Shakey (2002, Anchor Books),
firmada por el periodista Jimmy McDonough. El volumen en cuestión se revelaría
ante mis ojos al poco de ser editada, a un precio astronómico merced a sus
ochocientas páginas la tapa dura que debió encarecerla, y su carácter de
pieza de importación servida por una tienda de discos que lo exhibía, cuál
reliquia, entre su poco concurrida sección dedicada a las obras en papel. En
aquel momento desistí de comprarlo, pero un lustro más tarde, en plena inmersión
por los procelosos mundos de Neil Young, me hice con una edición en tapa
blanda, impreso en papel de escaso gramaje (a las puertas de ser catalogado de
papel-biblia) pero con un alto contenido calórico en la narración de una
existencia bigger than life. A Jimmy
McDonough el genio canadiense le hizo un traje a medida... de un carácter que
persigue el horizonte de “su” verdad sin reparar en demasía en los “daños
colaterales”. En la particular epifanía de Neil Young no debía entrar los
planes de una obra que cambiara el rumbo de lo presumiblemente pactado entre
biografiado y biógrafo. A priori, la línea que jamás debía traspasar el
redactor de “Village Voice” era el de
explayarse en cuestiones de ámbito doméstico que comprometieran a familiares del entorno más cercano del canadiense de Ontario. Era como tocar su médula
espinal con un punzón, el mismo aparato que había medido a los cinco años el
alcance de una polio que a punto estuvo de dejarlo postrado en una silla de
ruedas. Demasiado dolor enquistado en el fuero interno de un cantante y
compositor excepcional para que McDonough derrumbara esos muros de privacidad, cuyo
cemento a menudo dejaba filtrar una
luz desde el interior en forma de canciones que debían leerse en clave metafórica.
Sin encomendarse ni a dios ni al diablo, al leer las galeradas de Shakey —el inveterado seudónimo
utilizado por Neil Young cuando ha tratado de configurarse sobre todo en una “entidad”
cinematográfica más próxima a Jean-Luc Godard que de un academicista estilo
James Ivory— el artista norteamericano frunciría el ceño y, acto seguido,
vetaría la publicación de la biografía de marras. Jimmy McDonough movió ficha y
entraría en una espiral de litigios en aras a que su trabajo de investigación
de casi diez años no quedara varado por mor de la ruptura de un acuerdo que
consideraba improcedente. A la postre, Neil Young convino en reconducir la
situación y adaptarse a la nueva realidad, fuera de los focos de las salas de
justicia que había visitado con motivo, por ejemplo, de las visicitudes
derivadas del accidentado proceso de producción del largometraje Human Highway (1982), una rareza en toda
regla. McDonough, desgastado por todo aquel proceso, parecía hacer suyo el
estribillo de la canción “It’s the End of
the World”, de Skeeter Davis que se escucha en algún tramo de esa «autopista humana» con regusto de serie Z, pero con
una leve variación: “It’s the End of the Neil Young’s World". Otro biógrafo
se hubiera prestado a incluir una suerte de postfacio, de actualización para
alguna de las sucesivas reediciones de Shakey.
Sin embargo, Jimmy McDonough había cerrado un capítulo de su vida personal y
profesional en 2002. Han transcurrido una docena de años desde entonces y Neil
Young, lejos de levantar el pie del acelerador sigue con un ritmo de trabajo
endiablado, sumido en dar cabida al relato de su propia historia —la primera parte de su
autobiografía ya ha tenido acomodo en el mercado editorial bajo el título Waging Heavy Peace (2012, Blue Rider
Press)—, giras de conciertos por
medio mundo (que ha incluido el comeback
del resto de los Crazy Horse), ediciones de discos y la consagración a
desempolvar tesoros aún ocultos para los amantes tot court de su música. Si para una persona corriente reiventarse
puede suponer toda una prueba de fuego, llamándose Neil Percival Young
representa una empresa titánica. Y en eso anda una vez traspasado el umbral de
una edad de jubilación que no guarda sentido en un alma inquieta como la del
canadiense.
Un par de años después de la publicación de
Neil Young: una leyenda desconocida
la inminencia de la edición en lengua castellana de Shakey parecía una certeza casi irrefutable. En la web de Global Rythym lucía idéntica foto
en blanco y negro del Neil Young de los 70 que en la edición de Anchor Books, eso
sí con el subtítulo «Una
biografía de Neil Young». La
buenanueva parecía haber llegado, corrobado por los preceptivos enlaces de
compra en las páginas web de las
versiones digitales de casadellibro.com y fnac.es, o del portal amazon. A
partir de ese noviembre de 2011 los meses se irían sucediendo pero sin que el
libro cobrara visibilidad en las tiendas. A través de diversos posts los amigos de En la playa de Neil Young —la mayor colonia de
seguidores del músico canadiense en nuestro país—, una vez procesado un cierto sentido de desazón,
se calibraría la posibilidad de abordar una labor colectiva consistente en
traducir Shakey a la lengua de
Dámaso Alonso con algunos voluntarios familiarizados con las peculiaridades de la lengua de John Milton. Hasta lo que conozco,
el proyecto quedaría desarbolado; los gestos voluntarios se cobran, a veces, sus
propias limitaciones.
El relato de «las catastróficas desdichas» en torno a la biografía de Neil Young no finaliza aquí. Una vez perdida la pista de Global Rhythm, al principio del mes de febrero del año en curso recibí una newsletter de Malpaso Ediciones en que pude leer entre los avances de edición el lanzamiento de la biografía de Neil Young traducida al castellano. Releí un par o tres de veces la noticia para cerciorarme que regresaba sobre la pista de Shakey. Luego conocí de primera mano que la salida al mercado de tal novedad se posponía sine die. Otra mal paso para una biografía que nació "maldita". Llegados a este punto, no puedo por menos que apelar a la voluntad de los neilyoungueros que habitan en la playa y en sus aledaños para resolver semejante entuerto. Neil Young, para un servidor uno de los más grandes músicos de nuestro tiempo, merece la publicación de esa biografía “gafada”, básica para conocer los entresijos vitales y profesionales de un “pura sangre”, inasequible al desaliento y con los arrestos suficientes cumplidos los sesenta y ocho años para brindarnos un buen puñado de gemas en forma de álbumes que se acercan a la cifra de cincuenta, descontados los directos, los discos en comunión con Buffalo Springfield, y Crosby, Stills, Nash & Young, y otros artistas y formaciones ociosas de haber cumplido un sueño. Maybe, A missing dream.
El relato de «las catastróficas desdichas» en torno a la biografía de Neil Young no finaliza aquí. Una vez perdida la pista de Global Rhythm, al principio del mes de febrero del año en curso recibí una newsletter de Malpaso Ediciones en que pude leer entre los avances de edición el lanzamiento de la biografía de Neil Young traducida al castellano. Releí un par o tres de veces la noticia para cerciorarme que regresaba sobre la pista de Shakey. Luego conocí de primera mano que la salida al mercado de tal novedad se posponía sine die. Otra mal paso para una biografía que nació "maldita". Llegados a este punto, no puedo por menos que apelar a la voluntad de los neilyoungueros que habitan en la playa y en sus aledaños para resolver semejante entuerto. Neil Young, para un servidor uno de los más grandes músicos de nuestro tiempo, merece la publicación de esa biografía “gafada”, básica para conocer los entresijos vitales y profesionales de un “pura sangre”, inasequible al desaliento y con los arrestos suficientes cumplidos los sesenta y ocho años para brindarnos un buen puñado de gemas en forma de álbumes que se acercan a la cifra de cincuenta, descontados los directos, los discos en comunión con Buffalo Springfield, y Crosby, Stills, Nash & Young, y otros artistas y formaciones ociosas de haber cumplido un sueño. Maybe, A missing dream.
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