El pasado jueves día
21 de noviembre se cumplía la primera mitad de la legislatura del Partido Popular
(PP) en el gobierno del estado español. No hace falta ser un lince para pronosticar
que en la punta de lanza de la acción del gobierno para la segunda parte
de la legislatura se situará pura propaganda cocinada en la trastienda del
partido con miras a ganarse la confianza del electorado y así repetir victoria a
finales de 2015. Un escenario que se me antoja harto improbable si atendemos a
que el cabreo de gran parte de la sociedad española es mayúsculo. ERES, cotas de paro instaladas en el 27 %; huelgas auspiciadas por el sector de la educación, de la sanidad, de la limpieza; un sector cultural que se desangra con la estocada que ha supuesto el incremento del IVA al 21%; recortes de salarios, del poder adquisitivo de los pensionistas; de una clase media diezmada... Personalmente,
pienso que la sarta de mentiras, medias verdades, falsedades o cómo quiera
llamarse no alcanzarán al PP para revalidar la victoria electoral de 2011 que
tuvo lugar, cabe recordar, en pleno cisma de un PSOE que había negado hasta la
nausea una crisis económica de caballo. Y eso acabaría pasando factura al partido liderado por José Luis Rodríguez Zapatero,
conduciéndoles a su particular travesía por el desierto durante un par de
años hasta que en estos últimos días han llevado a cabo la escenificación de
un “rearme” moral, acoplado de un ejercicio de catarsis.
Hace poco en el marco de una de esas comidas
familiares de “obligado” cumplimiento que se van concentrando a finales de año,
mostré mi incredulidad ante una votante del PP del porqué volvían a confiar en
un gobierno que desde muchos puntos de vista nos ha devuelto veinte o treinta
años en el tiempo en materia de unos derechos colectivos e individuales ganados
a pulso con el esfuerzo sobre todo de nuestros progenitores y de nuestros
abuelos. Entonces, la sordina atacó sus oídos. Frente a semejante actitud no
tuve por menos que formular una pregunta al aire: «tan sols t’importa el del teu voltant
si et va bé i la resta gens? («¿tan solo te importa lo de tu alrededor si te va bien y el resto
nada?»). La respuesta fue: «Si, és així» («si, así es»). Frente a semejante contestación llegué a la siguiente conclusión expresada en voz alta: «els
votants del PP sembleu que pertanyeu a una secta. Facin el que facin els seguiu
votant com si fossiu una secta» («los votantes del PP parecéis que pertenecéis a
una secta, Hagan lo que hagan los seguís votando como si fueráis una secta»). Una sonrisa nerviosa se dibujó en
su rostro. A renglón seguido desistí de mostrar mi enojo frente a esas miradas
del resto de los comensales que parecían tensar los músculos de su cara
conforme a la viva expresión de la necesidad que la política no interfiera en esa (falsa)
armonía presta a presidir una tarde en familia. Al cabo, entendí la realidad de
un país que se desmorona pero una buena parte de su población hacen oídos
sordos en función de si a ellos les va bien (en su círculo familiar más
estrecho, se entiende), ofreciendo ese voto cautivo con el que sintonizan en materia de inmigración, de
educación, de soberanía nacional, etc. No puedo llegar a otra conclusión que
esa parte de la población que votará el PP a finales de 2015 obedecen a estímulos
propios de una secta, en cuya cúpula se encuentran una serie de personajes que
en cualquier país con una tradición democrática bien asentada hubieran debido
rendir cuentas con el parlamento de rigor para luego hacer frente a un tribunal de justicia. Esa
justicia que ha mostrado en un escrito elaborado por el Juez Pablo Ruz indicios de
una contabilidad B en el PP que llevan todas las trazas de ser certezas
absolutas. Semanas atrás, el presidente del gobierno Mariano Rajoy había negado
en una entrevista a una cadena estadounidense la existencia de una financiación
irregular del PP. Los asesores de Rajoy trataron de eliminar las preguntas
relacionadas con el caso Bárcenas, pero la red nos ha suministrado esa parte oscurecida del "relato" amable de Rajoy frente a
los focos de la cadena televisiva USA. En
realidad, esa es la táctica en la que se ha instaurado el PP prácticamente
desde el principio de la legislatura, pero también bajo el gobierno de José María
Aznar. Esta misma semana Rajoy ha sido convocado para que se explique en sede
parlamentaria al albur de los escritos del juez Ruz que contradicen ese tono
exculpatorio del presidente del gobierno sobre la cúpula de mando del partido
de la que formaba parte en la década pasada. La mentira será una vez más la
moneda de cambio de un presidente empecinado en hacernos ver una realidad muy
distinta a la que se respira a pie de calle. Un ejemplo más: con motivo de cumplirse el ecuador
de su legislatura, el ínclito Rajoy, a preguntas de un periodista de RNE, se
mostraba firme en su convencimiento que al cierre de la misma el número de
parados se reducirá en relación a los que se habían encontrado registrados a su
llegada a la Moncloa. Sabe
que resulta una auténtica entelequia, pero hace su enésimo brindis el sol. Un
sol que ciega la mirada de quienes rigen nuestros destinos, recibiendo eso sí
la consigna por parte de su presidente que «resistir es vencer». De ahí que quiera a toda costa la continuidad de cada uno de sus ministros, incluidos José Ignacio Wert y Cristóbal Montoro, el colmo de la desfachatez exhibida al frente de sus respectivas carteras, las de Educación y Cultura, y de Hacienda. Saben que nos llevan al precipicio
pero ellos —ministros,
asesores a la presidencia, directores generales, etc. — ya tienen activados sus paracaídas para acabar aterrizando quién
sabe si en el comité de gestión o de asesoramiento de una empresa privada ligada al
sector financiero, sanitario, bursátil o energético. En todo caso, en mi
particular libro de texto figurará la etapa de Mariano Rajoy como la peor de la democracia, en que tardarán años, sino décadas, en corregirse el
desaguisado en diversas materias verbigracia de un gobierno que ni siente ni
padece para con los más desamparados en justa correspondencia con el
temperamento de su nefasto presidente.
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