La ingenuidad, solo la
ingenuidad, nos hizo creer que crecimos con el despertar de una democracia que
llegaría a culminar su proceso de madurez a las puertas del nuevo milenio. Nuestros
políticos, ociosos de sentirse los paladines de este nuevo camino emprendido en
el estado español tras un largo periodo en las cavernas en cuanto a libertad de expresión, individual, de colectivo y de pensamiento, han
ido manejando los hilos del destino de un pueblo que ha presenciado casi en
tiempo récord cómo las conquistas de antaño se van evaporando o diluyendo en un
mar de mentiras y falsas promesas. No reconozco en este país el paisaje de
ilusión que había dibujado en mi mente, en que la esperanza, lo justo y lo ético
debían ser valores al alza. Demasiados muros de insensatez, desvergüenza, descrédito,
malas prácticas... se han alzado que me hacen torcer el gesto y
desviar la mirada hacia un cielo cuyo sol luce cada vez con menor intensidad.
Urge una regeneración de la clase política, económica, financiera, pero también
sindical de un país que ha entrado en quiebra
a efectos de la sociedad que sustenta por la base nuestro cada vez más
maltrecho sistema democrático. Existen movimientos que empiezan a trabajar en
este sentido, pero una gran parte de la población permanece aletargada,
impasible pese a la sucesión de noticias cuyo denominador común son las prácticas
corruptas que benefician a unos pocos y perjudican a la inmensa mayoría. Me
gustaría creer que el caso Bárcenas, el espionaje entre partidos en suelo catalán,
o el caso Urdangarín son asuntos espúreos que no obedecen más que a prácticas
aisladas, en orden a las “imperfecciones” propias de un sistema que sigue
considerándose el menos malo de todos los existentes. Pero más bien razono que
se ha ido tejiendo una red de intereses que provoca arcadas de indignación para
todos aquellos que seguimos creyendo que la cultura del esfuerzo no conoce de
prevendas en forma de dávidas, sobornos y tejemanejes varios.
Frente a la desvergüenza y altivez de gran parte de la clase política y
financiera que rige los desatinos de nuestro país, me congratulo en la labor desempeñada por personas como Ada Colau y la plataforma de la que forma parte para dar carta de naturaleza a sus justas reivindicaciones.
Pero me temo que aún quedan por franquear muchas barreras antes que las
iniciativas populares dispuestas a salvaguardar los intereses de los más
desamparados y de las clases medias cada vez más erosionadas, lleguen a buen término.
Personalmente me gustaría involucrarme con mayor entusiasmo en este frente de
activismo en pro de los más desfavorecidos y para evitar que quiebre un estado
democrático gobernado por una clase política de lo más deleznable del arco
europeo, con un Mariano Rajoy afectado de alexitimia (algún día cabría hablar del máximo dirigente del PP en torno a esa frialdad que disfraza la verdad relativa a la
enfermedad que padece y permanece opaca al conocimiento de la población; de ahí
se explica el porqué se muestra impasible y distante ante el sufrimiento ajeno de manera sistemática, ni un ápice de aflicción se consigna en su rostro)
cuyo descrédito político alcanza niveles nauseabundos. Claro está que la
izquierda o el centroizquierda que representa el PSOE aún tiene demasiadas
cuentas pendientes por saldar con un pasado no demasiado lejano, y el ejercicio
de “regeneración” democrática entre algunos de sus correligionarios, incluidos
ciertos santos barones, ofrecería la
llave a una hipotética vuelta a la confianza de esos ciudadanos que ven
demasiadas espadas de Damocles cerniéndose sobre sus cuellos mientras unos
pocos se refugian en sus mundos de color púrpura, escapando de sus tropelías.
Ellos no conocen la palabra vergüenza; saben que el dinero y la corona les
ofrecen la impunidad necesaria para seguir mofándose del personal. Quizás algún
día esta realidad cambie. Los rescoldos de la ingenuidad pueden avivar esta
pequeña brizna de esperanza que aún queda en ese suelo, el español, que se asemeja a un paisaje desolador, lunar, al albur de la siembra registrada en los últimos lustros.
1 comentario:
Muy acertado el diagnostico de alexitimia de Rajoy. Es el Jose Fouche de nuestro tiempo, sin embargo el destino lo ha puesto en primera fila. Patetico, infame, penoso.
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