Un escenario que no suele ser esquivo a artistas que se
sitúan en los aledaños de la vejez o de la senectud deviene el regresar a los
orígenes geográficos para crear una fantasía literaria, musical, audiovisual...
en función de la disciplina a la que se encuentren vinculados cada uno de éstos.
Neil Young carga sobre su maltrecha espalda casi cincuenta años de carrera musical y, al cumplir la edad de jubilación, convino con su amigo Jonathan Demme la
confección de un documental que sellara ese vínculo emocional con un pasado
remoto, el que situaría al cantante y compositor en los dominios de su ciudad
natal, Toronto, y en una de las plazas ineludibles pertenecientes a su
infancia, la localidad de Omemee. Al volante de un modelo Ford Crown Victoria de
1956, Young nos guía por ese itinerario vital y emocional por la carretera que
conecta Toronto con Omemee, provocando todo un alud de recuerdos en la fértil mente
de Young. Quizás, solo quizás el genio canadiense ha querido con Neil Young Journeys (2011) —editado en enero de 2013 en nuestro país por Sony— dejar para la
posteridad testimonio visual (y emocional) de su apego para con un territorio
que ha honrado a través de la composición de la letra de algunas de las
canciones que conforman su amplio y excelso repertorio. Esa necesidad por
salvaguardar los recuerdos arraigados en lo más profundo de su memoria asimismo
ha tenido transcripción en el que se presume la primera de sus obras autobiográficas,
Waving Heavy Peace (2012), conforme a
la posibilidad que esa memoria algún día deje de ser fértil. Plenamente
consciente de ello es Neil Young, quien conocería de primera mano el deterioro
mental de su progenitor Scott Young, afectado de una demencia senil que sería,
si acaso, más traumática para alguien necesitado de escribir a diario empujado por una pulsión casi orgánica. En este viaje
sentimental de Neil Young acompañado por Demme, precisamente el instituto que
lleva el nombre de su padre —el propio
músico recalca para los no advertidos que era uno de los escritores más famosos de Canadá— representa una parada obligatoria, reflejándose en
sus ojos un semblante de orgullo y gratitud. Una gratitud que, por su parte,
expresa el público del Massey Hall —templo de la música sito en el nº 178 de Victoria St. de la cosmopolita ciudad de Toronto— cuando Neil Young celebra una de sus
actuaciones en solitario para tocar algunos de los temas de Le noise (2010), al abrigo de su
guitarra, y situándose en uno de los laterales del escenario un talismán en forma
de tothem. La magia de Neil Young sigue intacta en el recinto en el que velaría
sus primeras armas, haciendo alarde de una fortaleza vocal que para sí quisieran
músicos con la mitad de su edad. Disconforme con un planteamiento “de mínimos”
que hubiera supuesto filmar de una manera funcional, Jonathan Demme amuebla su propuesta a través de la
colocación de una cámara diminuta al lado del micrófono dispuesta a captar en
primerísimo plano a Neil Young en plena actuación, además de recurrir a un
muestrario de ítems audiovisuales inherentes a los años de fogueo sobre los
escenarios (entre ellos, el mismo Massey Hall), esto es, los años 70, como el
uso de la split screen («división de
pantalla») o el diseño de los títulos de crédito a cargo de su hija Amber Young. Otros
de sus familiares, su hijo menor Ben Young —afectado por una parálisis cerebral desde las fechas de su nacimiento— y su
hermano Bob Young aparecen de manera testimonial o episódica en esta propuesta que
completa una especie de trilogía sobre Neil Young —tras la excelente Heart of Gold (2005) y la “invisible” por estos pagos Trunk Show (2009)— administrada por el cineasta que le marcaría la
puerta de entrada del cine de categoría «A» al ofrecerle elaborar un tema para la banda sonora
de Philadelphia (1993). Al igual que Heart of Gold, Journeys trabaja de una manera primorosa los aspectos lumínicos,
persiguiendo un efecto de irrealidad que gana altura mientras suena la melancólica canción "You Never Call", uno de los pasajes más
brillantes, en sintonía con su ejecución vocal de la «canción-protesta»
“Ohio”, raramente recreada sobre los escenarios por el canadiense, y “Hey Hey
My My”. Allí está el genuino Neil Young, ataviado con su chaqueta blanca, a juego
con su raído sombrero de ala ancha. En su despedida, calca el gesto del que hacía
acopio en su primer documental con Demme, ofreciendo una muestra de afecto para
con un público que va renovándose continuamente aunque sigan presentes sus
fieles seguidores desde los tiempos de sus actuaciones en el Massey Hall. Allí
donde se forjaría una de las mayores leyendas de la música contemporánea: Neil
Percival Young.
Este post está dedicado a una fan de Neil Young, Esther,
mi compañera de viaje espero que por
mucho tiempo.
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