«La muerte es posiblemente el mejor invento de la vida», razonaba el finado Steve Jobs (1955-2011) hace algo más de un lustro en el curso de una conferencia celebrada en la Universidad de Stanford, con el propósito de inculcar la necesidad de saber aprovechar el tiempo dado que somos seres finitos. En virtud del carácter de culto que ha ido adquiriendo su figura —no dudo que éste crecerá de forma exponencial en el transcurso de los próximos años— sobre todo entre esa vasta comunidad de technophiles, semejante frase tiene visos de adquirir rango de aforismo dispuesta a figurar en los tableros de corcho de multitud de estudios de diseño. Pero la misma la pueden acuñar los cabezas pensantes de las redacciones de los telediarios en que la vara de medir a la hora de seleccionar el orden de las noticias se rige por el número de víctimas de un atentado, de una explosión fortuita, de un accidente automovilístico, etc. etc. Ya se sabe, el orden los factores —nacer y morir— sí altera el producto… televisivo. Las defunciones cotizan al alza en ese espacio catódico mientras que la noticia de los alumbramientos, salvo que venga referida a las celebrities o las Casas Reales, se reserva, de forma excepcional, para el primer día del calendario en esa inveterada tradición por conocer en qué minuto nació el primer neonato del año X en cada capital de provincia.
A partir de tomar la perspectiva que, por regla general, el fiel de la balanza se decanta hacia la muerte como «valor supremo» para concitar la atención del telespectador, la selección de noticias suelen recorrer el arco de negativismo, que fluctúa desde los desastres (de distinta naturaleza) hasta las estafas, penalidades económicas o corruptelas varias con una profusión que ahoga cualquier aliento de positivismo que conservemos en nuestro fuero interno. En tiempos en que la crisis sacude con fuerza a infinidad de familias de distinto sesgo, los telediarios nos advierten que una realidad… peor es posible. En esa «esquizofrenia» que se ha instalado en las televisiones públicas, se abren debates en programas nocturnos, algunos colocados al filo de la medianoche, cuyos moderadores —la mayoría de ellas y ellos con pasado tras el pupitre de los telediarios— parecen no sentirse «corresponsables» de esa visión de un mundo orbitada por un negativismo lacerante, que provoca que la inmensa mayoría de personas lleven puesto el freno de mano ante una decisión a tomar que atañe al ámbito personal, familiar o profesional… No vaya a ser…
Las personas que presumimos de un carácter optimista no reaccionamos bien al ingerir esa píldora diaria que trata de neutralizar una fuerza emprendedora, un anhelo por hacer de éste un mundo mejor. Una píldora, a priori, indolora que ingerimos acompañado, a renglón seguido, de un trago largo de esa agua bendita en forma de noticia deportiva que identifica unos colores con la señal de la victoria. Si su majestad Ramón Pellicer, por poner un ejemplo extraído de la realidad de TV 3 (Televisió Autonòmica de Catalunya), no coloca, en su doble condición de presentador y editor, entre las cinco noticias más importantes del día una —por nimia que parezca; una elongación muscular de alguno de sus jugones bastaría— referido al Barça, seguramente le provocaría una úlcera en el estómago a la mañana siguiente. Él mismo como profesor de la Facultad de Periodismo de la Universitat Autònoma de Barcelona se suspendería ante esa práctica en que el fanático gana la partida al periodista.
El periodismo de nuestros días, más aun si cabe que en un pasado no demasiado lejano, busca la anestesia en el deporte para hacer más digerible una batería de noticias que se acercan más a la crónica de sucesos pura y dura. Asistimos, pues, a una versión catódica de El caso, aquel rotativo semanal impreso, como no podría haber sido de otra manera, en blanco y negro. En un sueño de vigilia imaginé que un telediario abría con la noticia de que en un hospital daban a luz decenas de niños, presidida al fondo por una imagen de unas cuantas mujeres con rostros sonrientes después del parto… Pero quizás fuera el fragmento de una producción que me había sobrevenido, dispuesta a describir un mundo postapocalíptico bajo la influencia de la obra fílmica de Terry Gilliam, otro visionario como Steve Jobs a los que por fortuna los telediarios no les han robado o robaron el sueño de crear.
1 comentario:
Del todo de acuerdo contigo. No veo los telediarios, y apenas si ojeo la prensa. He optado por no intoxicarme con un tratamiento informativo tendencioso, manipulador y alienante. Soy indeciblemente más feliz así. Un abrazo.
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