No solo la clase política controla sus tiempos en forma de presentación de un dossier que había dormido el sueño de los justos y que sale a la luz en los prolegómenos de unos comicios electorales, o al lanzar globos sonda cuando los índices de popularidad referidos al líder del gobierno de turno caen en picado. La comunidad científica de alto standing ha evidenciado estos días que sabe manejarse en esta dinámica de buscar el momento idóneo para demostrar la bondad de determinados avances cuando los desastres de todo tipo arrecian en distintas partes del planeta. Harto significativo deviene que, a las cinco semanas de haberse iniciado la fuga de cantidades ingentes de petróleo que ha puesto en jaque a la costa sudeste de los Estados Unidos, Synthetic Genomics haya dado a conocer a la humanidad la creación de una bacteria con un ADN «sintético». Hasta la fecha las tentativas de limpiar el crudo que avanza inexorablemente hacia las costas norteamericanas no han tenido los efectos deseados, en primer lugar, por la dimensión de una catástrofe que aún estamos en su fase embrionaria con el fin de calibrar qué efecto real tendrá sobre los ecosistemas concentrados en esta área del planeta. Al calor de la conquista científica cocinada en los laboratorios de Synthetic Genomics por espacio de una quincena de años, ya se ha aventurado a destacar que una de sus aplicaciones sería la de diseñar bacterias cuyo ADN modificado permitiera crear n-bacterias programadas para ser extraordinariamente efectivas con el fin de no dejar mácula de petróleo en aquellas zonas situadas en el océano, en los mares, en las marismas y demás. De esta manera, se acotaría exponencialmente el perjuicio ecológico y todo lo que se deriva de ello. Muchas de las familias de pesqueros o comerciantes de los cayos de Florida o de los páramos de Louisiana que comulgan con ruedas de molino en forma de creacionismo —el pensamiento (sic) opuesto al darwinismo— o se mostraban recelosos hacia esa comunidad científica que juega a ser Dios, quizás ahora se hayan aferrado a la fe que encierra ese hito tutelado por Craig Venter y Hamilton D. Smith —premio Nobel de Medicina—, las «cabezas visibles» de Synthetic Genomics.
Pero a diferencia de otros campos, la ciencia precisa de un largo periodo de experimentación hasta que su aplicación no sea un hecho. Esos titulares que vemos reproducir en las páginas intermedias de los periódicos pueden anunciar, abrir una puerta al posibilismo que seguramente antes de haber transcurrido un decenio no tendría unos beneficios reales. De ahí que detrás de la noticia en sí misma se escondan determinados intereses que hablan de la explotación comercial en forma de exclusiva de los derechos de propiedad intelectual mientras dure el proceso de investigación. Brian De Palma manifestaría —quien en sus días de juventud había cultivado un notable interés por la robótica— que para ser director tienes que manejarte al mismo tiempo como vendedor. A fe que lo ha conseguido si se ha mantenido en el negocio casi medio siglo. Desde esta óptica, su igual en el ámbito científico vendría a ser Craig Venter, dispuesto a mostrarse tan creativo en el laboratorio como despierto a la hora de buscar las alianzas comerciales necesarias que le faculten para ir construyendo su propio imperio. Para crecer en este propósito cabía un golpe en seco sobre la mesa para llamar la atención. Así fue al tomar Venter las riendas del proyecto de secuenciación del genoma humano a través de la compañía de nuevo cuño Celera que dinamitaría los plazos previstos —bajo el mecenazco de las instituciones públicas con los fondos dispuestos por la Administración Bill Clinton— para alcanzar ese hito de la ciencia moderna. Ese 2001 se convertiría para Celera en la culminación de una odisea del espacio científico... con la secuenciación del genoma humano... del propio Venter. Con semejante maniobra, el ex surfista Venter había destronado a James D. Watson —para mi gusto, un (divulgador) científico por el que siento una honda admiración—, ese rey reverenciado por otro hito logrado en 1953, el del descubrimiento de la doble hélice del ADN con el auxilio del inglés Francis Crick, y al cabo se posicionaría como director del Proyecto Genoma Humano. Desde aquel periodo se asentarían las bases del conocimiento de la biología molecular que ha servido para desplegar sobre el tapiz científico una bacteria cuyo ADN se ha modificado de forma sintética y que se ha certificado su capacidad para replicarse. Un punto en un espacio infinito para algunos; un paso de gigante para otros tantos. Presumiblemente, en el punto medio está la virtud, pero de momento Craig Venter le costará conciliar el sueño... si piensa en ovejas sintéticas... Philip Dick dixit.
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