domingo, 31 de julio de 2022

«LA ESCUELA DE FREDDIE» (1982) de Penelope Fitzgerald: EL TEATRO DE LA VIDA

 

A falta de ver la luz su opera prima litereraria, The Golden Child (1977), la publicación de La escuela de Freddie (1982) —At Freddie’s en el original— viene a completar la totalidad de las novelas escritas por Penelope Fitzgerald (1916-2000) que, por fortuna, han encontrado traducción en la lengua de Dámaso Alonso desde la década pasada fundamentalmente de la mano del sello Impedimenta. Una vez más, en su tardía inmersión en el mundo de la escritura Mrs. Fitzgerald se valió de experiencias personales y/o profesionales acumuladas a lo largo de varias décadas para acomodar una propuesta literaria, la de La escuela de Freddie, que razona sobre un planteamiento acorde a las prerrogativas propias de una tradicción que destila un sentido del humor so british al compás de una pulsión melancólica al evocar los tiempos de una escena londinense en que aún resuena el eco de un pasado glorioso en las paredes de algunos de sus más prestigiosos y concurridos teatros. De sus enseñanzas en la Italia Academy Conti, sita en la capital inglesa, Fitzgerald extrajo buena parte del material con que hilar una novela que bordea las dimensiones de lo que podríamos calificar de «relato breve», en consonancia con la plana mayor de sus trabajos literarios. De ahí que La escuela de Freddie pueda ser observada conforme a una delicatessen, cuyas virtudes quedan bien «visibles» en la forma de mostrar un microcosmos con un pie colocado en el presente y otro en el pasado. Una docena de personajes participan, en menor o mayor medida, de esta propuesta literaria sojuzgada por la crítica en los tiempos de su puesta de largo con valoraciones de distinto signo. De cualquier modo, las mismas otorgan como denominador común el dominio narrativo de Fitzgerald, desprovisto de afectaciones cultas y de subrayados innecesarios por lo que concierne a su estilo, el propio de alguien que se siente poseída por una necesidad de contar. En su caso, experiencias que recorrieron la espina dorsal de su etapa de docente en el citado instituto privado, en que de la necesidad (de personal y, asimismo, a efectos de logística) trataron de hacer virtud sus propietarios y administradores. De aquel «juego de equilibrios» coaligado al instinto de supervivencia, Fitzgerald tomó nota para, al cabo de los años, sacar punta y plasmarlos en papel al abrigo de una cadena de éxitos literarios concentrada en unos pocos años. Con el cambio de decenio Mrs. Fitzgerald no pudo sustrearse a la idea que en el cuerpo de su obra podría tener encaje un rendido homenaje al espacio escénico y, en especial, a aquellas personalidades que mantuvieron la llama de un teatro con un diáfano marchamo popular, en el que cupieran las clases más pudientes y las de extracción social más humildes. En la manera de mostrar el personaje de Frieda Wentworth álias Freddie (un nombre ciertamente ambivalente)— la novela que nos ocupa encuentra una de sus principales fortalezas, esculpido a partir del molde de la empresaria Lilian Mary Bailis (1874-1937), figura capital de la escena teatral londinense en los estertores de la época victoriana. La muerte de ésta coincidió con el progresivo periodo de emancipación de Penelope Knox de un entorno familiar presidido por prohombres de la ciencia, de la religión y del mundo editorial, del que su progenitor Edmund Knox ejerció de factótum de Punch, la revista satírica inglesa por antonomasia. No cabe duda que, al correr de las páginas de La escuela de Freddie, la pulsión humorística de la que hizo gala Punch a lo largo de un dilatado periodo de la historia reciente de Gran Bretaña queda convenientemente reflejada en una novela de exquisito refinamiento pero sin salirse por la tangente de la pedantería y de la necesidad de epatar al lector/a.       

     

 

 

 

 


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