jueves, 5 de mayo de 2022

«SINSONTE» (1980), de Walter Tevis: ¿SUEÑAN LOS ANDROIDES CON LECTURAS ECLÉCTICAS?

 

«Solo el sinsonte canta en la linde de un bosque»

 

Al reparar en el título original de la novela de Walter Tevis (1928-1984) recientemente editada por el sello Impedimenta puede despertar ciertas dudas la conveniencia de la traducción de «Sinsonte». Así pues, para aquellos escasamente familiarizados con el detalle de los nombres en inglés de los pájaros, Mockingbird —el título original de la novela que nos ocupa— equivaldría a «ruiseñor» en virtud del conocimiento de la obra de Harper Lee y de su asimismo célebre adaptación cinematográfica a cargo de Robert Mulligan. Semejante confusión proviene precisamente de la acertada decisión de los traductores de la editorial española a la hora de “traducir” Mockingbird por ruiseñor, dando así carta de naturaleza a un propósito alegórico al equiparar los valores de la integridad y de la nobleza que anidan en el abogado Atticus Finch —y que trata de inculcar a sus vástagos— con dicha especie de ave. En cambio, Jon Bilbao —sobre todo conocido por sus novelas publicadas precisamente en Impedimenta— atina al decantarse por el vocablo «Sinsonte» a partir del original «Mockingbird», ya que esta especie de pájaro tiene como principal característica la capacidad de imitar el sonido o el timbre de voz de aquellos humanos prestos a ser identificados conforme a supuestos agresores. Si vamos al fondo del contenido de la novela de Tevis, a las primeras de cambio atendemos a la realidad de unos robots que “imitan” el comportamiento de la especie humana, en peligro de extinción a la altura del siglo XXV debido a unos índices de natalidad situados en niveles alarmantes.

Coetáneo de Philip K. Dick, el californiano Walter Stone Tevis construyó, a caballo de la década de los setenta y ochenta, una obra adscrita a la ciencia-ficción con inequívocas trazas a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), en que intervienen en su corpus literario cuestiones de cariz metafísico, filosófico, social a la hora de conformar su particular distopía. Por cuestiones insondables, Mockingbird ha permanecido inédita en lengua castellana hasta la primavera de 2022, en la estación del año en que el canto del sinsonte se hace sentir con más intensidad sobre todo en los bosques de América del Norte de donde es oriunda su especie. A su rescarte ha ido Impedimenta para quedar integrado para siempre en su distinguida colección. Más allá del «planeta Stanislaw Lem» no abundan en la misma novelas abonadas a la noción de distopía nacida, en el caso de Sinsonte, del desinterés mostrado por sus alumnos cuando Tevis impartía clases de Literatura en la Universidad de Ohio, en Athens. A tal efecto, en ese escenario de futuro (lejano) la lectura deviene una práctica perseguida y penalizada por las autoridades gubernamentales, fiscalizadoras de los actos llevados a cabo por una población —contradiciendo las distopías de autores como Harry Harrison— cuyo número va menguando de forma drástica a causa de las elevadas tasas de infertilidad. El detalle nominal de esta “hipoblación” (por ejemplo, el continente africano prácticamente carece de habitantes) queda reflejado en el diario narrado a tres voces, las que se van alternando los robots Spofforth, Bentley y Mary Lou. Presumiblemente, Jon Bilbao evita emplear la expresión «androide» en detrimento de «robot» para no alimentar si cabe aún más las analogías existentes entre la celebérrima novela de Dick (más conocida por el título de su adaptación cinematográfica Blade Runner) y Sinsonte, una propuesta sugerente también en su componente visionario no tan solo ceñido al escenario a futuro de marginalidad que dibuja sobre el ejercicio de la lectura sino también al hacer referencia a uno de los principales recursos fósiles que exploto por el ser humano cuya carestía deriva en la creación de una generación de robots que proveen a los de nuestra especie de la piedra rosetta para su subsistencia: «Cuando la gasolina se volvió más cara que el whisky y la mayoría de la gente decidió no salir de casa. Aquella fue la Muerte del Petróleo. Sucedió en lo que entonces se conocía como el siglo XXI. A continuación vinieron las Guerras Energéticas. Y se fabricó a Solange. Él fue el primer Máquina Nueve, que estaba fuertemente programada, no como yo, para dar a la humanidad lo que esta deseaba. Solange inventó la pila nuclear. Fusión controlada; segura, límpia e inagotable. Aprendió a alimentar su propio cuerpo de ese modo, y los Máquina Nueve fabricados con posterioridad funcionaron con energía nuclear» (pág. 218).

De lectura “obligada” para los amantes de los relatos distópicos con un inequívoco sentido de la reflexión sobre el futuro que compromete a nuestra especie, la publicaciónd de Sinsonte coincide en el tiempo con la emisión de la producción televisiva El hombre que cayó a la tierra (2022) dividida en dos episodios— y de la exitosa miniserie Gambito de dama (2021), a través de las plataformas Showtime y Netflix, respectivamente. Sendas piezas corresponden a adaptaciones de novelas escritas por Walter Tevis, quien a pesar de su relativa corta existencia falleció a los cincuenta y seis años— su hijo Jamie Griggs Tevis tuvo material suficiente para acomodar una biografía My Life with the Hustler (2003)— en que hace referencia explícita a la novela que le puso en el mapa de los escritores norteamericanos susceptibles de escuchar los cantos de sirena de Hollywood, como así fue. Otros cantos, los propios del sinsonte computan en esta modélica y, a la par, singular novela que redobla el culto hacia la obra de Walter Tevis por estos lares cuando llevamos camino de cubrir el primer cuarto del siglo XXI.                   

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