Lejos de haber quedado relegada al olvido, la obra de Stanislaw Lem (1921-2006), en el año del cumplimiento del centenario de su nacimiento, pasa por una constante revaloración. De tal suerte, a rebujo de la certificación de su deceso Editorial Funambulista presentaba El castillo alto (1966), de raíz autobiográfica, y un par de años más tarde una de las primeras novelas que el sello madrileño Impedimenta publicó sería El hospital de la transfiguración (1946). En esta última Lem explora en sus recuerdos de infancia, adolescencia y juventud durante la Segunda Guerra Mundial en su Polonia natal, convirtiéndose en una pieza ensayística que serviría de punta de lanza para la edición hasta la fecha de una parte considerable de su vasta obra. Con la publicación de El invencible (1964) Impedimenta puede presumir en su catálogo de contabilizar un total de once novelas, compendio de cuentos y/o ensayos cuya rúbrica corre a cuenta de Stanislaw Lem, una fuerza creadora sin igual en el espectro de los escritores de ciencia-ficción, entre otras razones merced a la combinación de su proverbial conocimiento en numerosas materias vinculadas a la ciencia (nada extraño para alguien que había cursado la carrera de medicina debiendo interrumpir sus estudios por la irrupción de la Segunda Guerra Mundial), una profunda asimilación de conceptos filosóficos y metafísicos, y un depurado estilo literario que lleva acoplada una mirada humorística e irónica desplegada con inteligencia.
La edición de El invencible
viene precedida por la publicación por parte de Impedimenta de la penúltima y
última entrega de la denominada «Biblioteca del siglo XXI»,
esto es, Vacío perfecto (1971), Magnitud imaginaria (1973), Golem XIV (1981) y Provocación (1982). Siguiendo el mismo patrón de conducta que el
procurado con esta tetralogía, Impedimenta ha recurrido a un(a) traductor(a)
oriunda de Polonia –en este caso, Karatzyna Moloniewicz con el apoyo de Abel
Murcia (su resultado colma todas las expectativas de excelencia)-- para la
edición de El invencible, un título
que hace referencia a la nave interestelar que debe ir al rescate de su «gemela»
El Cóndor, cuya localización lleva a
los tripulantes de la primera a poner rumbo a los confines de un ignoto planeta
bautizado con el nombre Regis III. A priori, el principal escollo al que se
enfrentan será la atmósfera de Regis III, compuesta por un cuatro por ciento de
metano y un dieciséis por ciento de CO2, letal para el ser humano, no así para
esas vidas artificiales que han ido «colonizando»
espacios en la superficie de un planeta de un tamaño similar al de Marte, al
punto que han seguido un proceso evolutivo que las ha convertido en
indestructibles. Con vocación de entomólogo Lem atiende a observar bajo la luz
de su microscopio ese universo infinitesimal
donde «reinan»
nanorobots capaces de combatir cualquier tentativa que invite a destruirlos. Campo
abonado para que se introduzcan en el texto conceptos que en plena Guerra Fría
debía sonar conforme a un eco lejano, a «música celestial»,
pero que empezaban a resultar familiares en los centros de investigación aledaños
a las instituciones militares de los Estados Unidos y de la extinta Unión
Soviética. Así pues, tres años después de haber visto publicada Solaris (1961), una de las novelas con
las que no tardaría en ser asociado –sobre todo entre la cinefilia gracias a la
adaptación homónima para la gran pantalla en el haber de Andréi Tarkovski— su
nombre, El invencible demostró, a mi
juicio, un exquisito dominio del lenguaje que sublima lo meramente descriptivo con expresiones contenidas en sus
primeras páginas del tipo «una de las paredes empezó a gemir»,
en que otorga a la materia inanimada comportamientos inherentes al ser humano
en su afinación alegórica y/o metafórica. Una buena manera de preparar al
lector de cara a los dos últimos tercios de una novela, en que la vida
artificial y la biológica queda separada por una línea difusa en el planeta
Regis III, tributando una noción de evolución aplicada a nanorobots que
conforman un enjambre infinito con un
revestimiento morfológico pareja a la
de determinados insectos. No cabe duda, pues, que El invencible contribuyó a abonar el camino para la confección de otros
relatos vinculados a la fantaciencia en que los conceptos de antimateria,
homeóstasis o nanorobots, entre otros, ya formarían parte integral de sus
enunciados, dejando así la puerta entornada para que avispados guionistas cinematográficos
pescaran en esos caladeros literarios a la búsqueda de ideas o nociones que jugaran
a favor de la confección de una historia «original».
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