viernes, 1 de enero de 2021

«CUENTOS GÓTICOS COMPLETOS (1880-1922)» de Sir Arthur Conan Doyle: MÁS ALLÁ DE SHERLOCK HOLMES

En ese juego asociativo al que nos hemos habituado a practicar cuando pensamos en un determinado escritor, al «invocar» la figura de Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) de facto unimos su «suerte» literaria al perspicaz detective Sherlock Holmes. De ello se lamentaría Doyle, quien debió ceder a la presión popular —no exenta de alguna que otra amenaza que comprometiera a su integridad física— para «resucitar» su «criatura» literaria y con ello multiplicar exponencialmente el número de obras consagradas a las peripecias del taimado Sherlock Holmes y su fiel escudero el doctor John Watson. De algún modo, el hecho de satisfacer a lectores ávidos de historias relativas a Mr. Holmes que contribuyeron —en forma de retorno— a que la vida de Conan Doyle transcurriera sin sobresaltos económicos le permitió reservar tiempo para favorecer a la elaboración de obras que, al cabo, tuvo en mayor estima desde un prisma creativo. Entre éstas destaca su producción de relatos cortos que el sello barcelonés Alba Editorial —dentro de su colección Clásica Maior— ha publicado en el otoño de 2020 bajo el genérico Cuentos góticos completos (1880-1922). Editados por orden cronológico y escogidos fruto de una concienzuda selección a cargo de Darryl Jones, los treinta y cuatro relatos que jalonan el presente volumen muestran en buena medida el talento de Sir Arthur Conan Doyle para la escritura de historias que abrazan el espectro de lo imaginario, aquel capaz de capturar la atención de lectores no necesariamente familiarizados con el quehacer del tándem Holmes-Watson, en un formulismo que para sus detractores cobraba visos de agotamiento tras ver la luz unas cuantas entregas que tuvieron su punto de partida con Estudio en escarlata (1887). A la «cosecha» literaria de ese mismo año pertenece el relato La casa del tío Jeremy, en que Doyle hace referencia explícita a Baker Street, el rincón de Londres donde Sherlock Holmes se había instalado en compañía de Watson y que acabaría convirtiéndose en el lugar de «peregrinación» de individuos anónimos que reclamaban y/o imploraban los servicios del investigador policial para resolver casos que habían quedado archivados en las oficinas de Scotland Yard o bien ni tan siquiera habían sido atendidos por la «sacrosanta» institución. Asimismo, para aquellos devotos holmesianos otro de los relatos cortos de Doyle compilado por Jones establece puntos de conexión, como acontece con el excelente El disparo ganador (1883), en que podemos leer uno de los párrafos —«¡Eh, Jock, mira qué boca tiene este de ahí! Si hasta parece que echa espuma como el perro de Watson, el cachorro de bulldog que murió loco de rabia» (pág. 102)— que anticipa el apellido asignado al célebre médico inglés que colaboró en la resolución de infinidad de casos que llevaron la rúbrica, en última instancia, del hermano de Moriarty. Además de mostrar el buen pulso narrativo de Doyle a las puertas de cumplir su primer cuarto de siglo de existencia, El disparo ganador evidencia un suelo narrativo fértil en referencias a los escritores pertenecientes a anteriores generaciones, como acontece con Charles Dickens (1812-1870) del que cita Los papeles póstumos de Club Pickwick (1836-1837), a propósito de un relato trenzado a través del uso de la primera persona. No es menor el número de historias de la presente antología en las que Doyle apuesta por esta perspectiva narrativa, dejando patente con ello que él se erigía en la voz narradora de relatos que mostraban los primeros latidos de interés por temáticas —en especial el espiritismo, siendo su pieza bautismal en este sentido Jugar con fuego (1900) y que prolongaría años más tarde en Cómo ocurrió (1913)— a los que se dedicaría en cuerpo y alma en la etapa final de una vida marcada por una frenética actividad desde que su paso por la medicina le procuró el tiempo libre suficiente —dado su escaso éxito al abrir una consulta— para ir dando rienda suelta a su imaginación modelada a través de sus experiencias en viajes por distintos confines de la Tierra. La navegación había sido la principal vía para acceder a esos territorios que tan solo había visitado durante su infancia y adolescencia a través de la literatura. Cuentos góticos completos (1880-1922) comprende diversas piezas en que la narración toma lugar en alta mar el soberbio El capitán del Polestar (1883) y El demonio de la tonelería (1897), entre otros pero otras tantas nos proyectan a espacios como el Alto Egipto El lote nº 249 (1892), a cuenta de las momias contenidas en sarcófagos cuyos misterios podrían servir de desafío intelectual para el avispado Sherlock Holmes, de cuya relación «amor-odio» elevan acta las distintas biografías publicadas sobre su autor, Sir Arthur Conan Doyle, un cuentista excepcional en plena era victoriana. La lectura en tiempos de pandemia de estos Cuentos góticos completos no hace más que refrendar semejante aseveración

 

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