domingo, 24 de enero de 2021

«CHILDREN OF THE DAMNED»: LA INFANCIA «ROBADA» DE JULIAN ASSANGE

 

Existe una práctica unanimidad por lo que concierne a la coincidencia de las múltiples corrientes que configuran la psicología moderna en señalar el cómo haya sido nuestra infancia condiciona sobremanera nuestro comportamiento en la vida adulta. La de Julian Assange (n. 1971) no fue un precisamente un camino de rosas a partir de que su madre Christine —una artista visual, una vez separada de su marido, cayó rendida ante los encantos del músico Leif Myrnell. Bajo el «influjo» de Myrnell, el pequeño Julian entró a formar parte de la secta australiana conocida con el escueto nombre «The Family», en contraposición con el rimbombante «The Great White Brotherhood» («La gran estirpe blanca») que habían fundado Anne Hamilton-Byrne (1921-2019) —nacida Evelyn Grace Victoria Edwards y que en su nueva encarnación tomó el segundo apellido de su segundo marido, Bill Byrne— y el parasicólogo y físico inglés Raynor Johnson (1901-1987) a principios de los años sesenta. De alguna manera, el cambio nominal registrado a principios de los setenta apuntaba a la necesidad de preservar un cierto anonimato, alejados del radar de aquellos medios de comunicación ociosos de conocer las interioridades de una secta que otorgaba a Anne Hamilton-Byrne la condición de «reencarnación» de Jesucristo, construyendo para ello un relato que dejaba al margen la realidad de una infancia y una adolescencia sojuzgada por un desarraigo familiar producto del internamiento de su madre Florence Hide natural de Londres— en un hospital psiquiátrico durante casi treinta años y el abandono del hogar de la figura paterna. Con la connivencia de autoridades locales preferentemente de la ciudad de Melbourne— el tráfico de niños robados favoreció a los intereses de Hamilton-Byrne a la hora de formar una familia «propia». Los déficits emocionales de unos y otros esos niños robados pertenecían a familias desestructuradas y/o con serias carencias económicas— avivaron el fuego de una suerte de comunidad erigida sobre la figura mesiánica de Anne Hamilton-Byrne, cuyo carácter afable y considerado tan solo era la fachada de un edificio recubierto en su interior de la noción de sacrificio y castigo si se desobedecían sus enseñanzas regladas casi como si se tratara de un régimen militar, con el añadido de platos cocinados con aromatizantes del estilo del LSD. Leif Myrnell, presumiblemente influido por el consumo de sustancias lisérgicas, se plegó a la idea de ser uno de los muchos hijos de Anne Hamilton-Byrne y de ahí que, a renglón seguido, convenciera a su pareja Christine de integrarse junto a su hijo Julian a una comunidad cuyo centro de operaciones se localizaba en el lago Eildon, a unos cuantos kilómetros de Melbourne. De los pormenores del funcionamiento de la secta aussie se ocupa The Family: The Shocking True of a Notorious Cult (2016, Scribe Publications), el ensayo escrito a dos manos por Rosie Jones y Chris Johnston. Ambos pusieron en valor el trabajo de campo llevado a cabo por separado; él, periodista de profesión, merced a la publicación de diversos artículos básicamente para la publicación The Age, y ella gracias a la puesta en funcionamiento del documental The Cult of the Family. Conocida en la plataforma digital filmin.es una mina para cinéfilos y/o seriófilos— por el título El legado de una secta (2016), su presentación en sociedad coincidió con la salida al mercado de la referida monografía, en una estrategia comercial que, a priori, podría tener más ventajas que inconvenientes. Al atender al contenido del documental dirigido y guionizado por Rosie Jones las referencias a Julian Assange brillan por su ausencia, en una muestra palmaria del empeño del fundador de Wikileaks por borrar cualquier huella de su paso por la secta de The Family, fundada curiosamente en las fechas que tuvo acomodo en la cartelera australiana Village of the Damned (1960), cuya imagen promocional de un grupo de niños con el cabello blanco parece mirarse frente al espejo de la realidad de esa comunidad que operaba en las inmediaciones del lago Eildon. Empero, bien sabe Julian Assange que internet deja suficientes rastros que maniobran a favor de recomponer una biografía desde sus orígenes, el que presumiblemente se podría corresponder con los primeros capítulos de una serie titulada Assange. No me cabe duda que más de un cineasta en ciernes ha puesto la mirada sobre Julian Assange con el ánimo de crear una serie de culto a unos años vista, en una franja temporal que nos permita tener la perspectiva suficiente para ir recomponiendo los resortes psicológicos de un personaje del que el cinematógrafo se ha ocupado en un par de ocasiones hasta la fecha. Pero ni Underground: la historia de Julian Assange (2012) ni El quinto poder (2014) muestran ese periodo de su infancia bajo el manto protector de Anne Hamilton-Byrne que a punto llegó a ser centenaria, que encierra no pocas claves del porqué de determinados comportamientos. Intuyo que en esas noches de vigilia en su otro encierro en la embajada de Ecuador en Londres asomaba entre sus pesadillas la imagen espectral de ese niño de blanqueada cabellera, la misma que sigue siendo un trazo distintivo de un físico que ha ido marchitándose al entrar en un laberinto judicial del que no parece vislumbrarse su salida, cuanto menos, al medio o corto plazo.        

 


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