Salvo para una ínfima parte del público
lector en lengua castellana, la literatura australiana sigue siendo una
auténtica desconocida. Presumo que por iniciativa de Pilar Adón —traductora al
castellano de Picnic en Hanging Rock
(1967) de Joan Lindsay, la primera novela aussie en formar parte del selecto
catálogo de Impedimenta—, una de las obras pioneras de la literatura australiana,
Estudios de lo salvaje (1904) de
Barbara Baynton (1857-1929), fue una de las apuestas del sello madrileño que
vio la luz en las librerías en el último trimestre de 2018. En el último
suspiro del año di cumplida cuenta de la lectura de esta pieza literaria que
recopila un total de seis relatos —“La soñadora”, “La compañera de Squeaker”, “Mano
tullida”, “Billy Skywonkie”, “Una iglesia en la maleza” y “El instrumento
elegido”—, complementado por un prefacio a cargo de la propia Adón, a la sazón
responsable de una traducción que ha tratado de preservar un lenguaje
enrraizado en la tradición oral de lo que se conoce como el bush, una zona geográficamente
intermedia a la costa australiana –allí donde se concentra la inmensa mayoría
de la población de un país con dimensiones de continente— y el outback, un área infinita presidida por
un clima árido y (semi)desértico. De hecho, esta pieza literaria fechada a
principios del siglo pasado, fue rebautizada con el título bush stories, ya sea en una edición soportada únicamente por el
sexteto de relatos o bien con el «añadido» de la única novela que Barbara Baynton llegó a publicar, Human Toll (1907). Las dimensiones de
esta última equivalen en extensión a los relatos cortos —oriunda de Scone, una
población rural situada en Nueva Gales del Sur— compilados por Baynton bajo el
genérico bush stories, en los que
aflora una firme voluntad por describir una forma de vida de una zona concreta,
pero extensible a otros rincones del país oceánico. Óbviamente, la nula
familiaridad en nuestro país con el término «bush» hizo inevitable buscar una alternativa
lo más “ajustada a derecho” posible, optando por el vocablo «salvaje». De algún modo, semejante alternativa abarca, por una
parte, el propio comportamiento de individuos (preferentemente machos) que se
mueven por los cauces de un aliento primitivo en el trato con las féminas, y
por otra parte, la importancia que cobra en entorno natural virginal, en que
una vez se traspasa la divisoria (invisible) que separa el bush del outback si se penetra
en un territorio plagado de peligros al albur de la presencia de ofidios y
vertebrados de comportamiento, en determinadas circunstancias, nada
predecibles.
En plena vorágine de conflictos amorosos —llegó
a casarse hasta en tres ocasiones, de perfiles disímiles cada uno de ellos (Alexander Frater, con una vida sojuzgada por sus desvaríos amorosos, el doctor Thomas Baynton y el Barón Headley)—, ya cumplidos los cuarenta años, Barbara
Baynton decidió colocar rumbo a la escritura de historias que gozarían de un
tardío reconocimiento en su país de origen, refractarios en primera instancia a
dar validez a una visión edificante sobre el being australian de cara a la imagen que debía computar cara al
exterior. Tal como relata en el prefacio Adón, la fortuna sonrió a Baynton
cuando, de manera fortuita, se cruzó en su camino el influyente crítico
literario de la época Edward Garnett, al que D. H. Lawrence agradeció que se
involucrara en el proceso editorial de la masterpiece Hijos y amantes (1911). Éste hubiese sido un título pertinente para
una suerte de autobiografía de la escritora aussie,
pero no llegó a formalizarla. Eso sí, llegó a consignar Estudios de lo salvaje contra viento y marea, en lo que vino a ser
una evocación de sus experiencias en suelo australiano ante de emigrar a Gran Bretaña.
El suyo sería un camino de «ida y vuelta» constante entre la reina patria para gran parte de los
australianos y el país oceánico que, al cabo, reconoció la impronta literaria
de Baynton, al punto que bush stories sigue siendo un título de obligada
lectura en ámbitos docentes. De la misma se extraen algunas peculiaridades del
habla autóctona en aquel periodo a caballo entre el siglo XIX y XX, y de determinados
prejuicios raciales y de un modelo patriarcal que por ventura ha ido
transformándose en una realidad mucho más igualitaria entre hombres y mujeres.
En buena lid, este es uno de los aspectos más reseñables que se pueden extraer
de la lectura de una obra escrita por Barbara Baynton, que ganó a la influencia
para autoras como la citada Joan Lindsay (1896-1984), Patrick White (1912-1990) —el autor de la
excelente Voss (1957), igualmente publicada hace pocas fechas por el sello Impedimenta— o Doris
Pillington (1937-2014), cuya pieza literaria Follow the Rabbit Proof-Fence prorroga, en cierta manera, esa
mirada sobre la «Australia
blanca», próxima
a los postulados eugenistas, que servía de eslogan de un país sumido en pleno
debate de identidad nacional, y al que la escritora de Nueva Gales del Sur quiso ofrecer su propia perspectiva (nada edulcorada; más bien en sentido contrario) de la realidad.
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