Al poco de nacer Sajalín, la editorial
situada en Gracia, un popular barrio de la Ciudad Condal , entraba a formar
parte de su catálogo una obrita escrita por Seumas O’Kelly (1881-1918), La tumba del tejedor (1919), publicada a título
póstumo en su Irlanda natal en plena ofensiva por la Independencia. En
realidad, O’Kelly fue una de esas víctimas colaterales que produjo el
enfrentamiento político entre los partidarios de que Irlanda siguiera formando
parte del Reino Unido o emanciparse del mismo vía independencia. O’Kelly
trabajaba como redactor jefe del periódico “oficial” del Sinn Fein cuando sufrió
en sus carnes el ataque de unos británicos en la sede del rotativo irlandés. La
hemorragia interna que se le diagnosticó derivaría en un cuadro clínico
extremadamente complejo, al punto que pereció con tan solo treinta y ocho años,
y abortando así una obra literaria que apuntaba alto. Con todo, el precoz O’Kelly
pudo armar una serie de piezas literarias, amén de su contribución en calidad
de dramaturgo a favor de corriente de la Nueva Escena teatral irlandesa,
de la que Sajalín levanta acta con la edición de La tumba del tejedor y de Al
borde del camino (2014), recopilación de una serie cuentos elaborador por un autor que hasta
esa fecha de 2010 había permanecido inédito en nuestro país.
Seis años más tarde, Sajalín ha vuelto a editar
The Weaver’s Grave pero con una
portada distinta (cortesía del ilustrador Güido Sender Montes) que incorpora un camposanto conforme al hábitat natural de esos dos viejos hermanos gemelos, el uno fabricante
de clavos (Meehaul Lynskey) y el otro picapedrero (Cahir Bownes). Al fondo del paisaje
se sitúan dos hombres y la (cuarta) viuda de Mortimer Hehir una vez localizada la tumba
del que había sido su esposo, el sepulturero de Cloan na Morar, el denominado por los lugareños «El prado de la muerte». Hasta detectar
el enclave exacto de la fosa donde debe ser enterrado Mortimer Hehir, el
sepulturero, esta novela corta (o relato largo, según se prefiere) realiza una
prospección por ese mundo rural irlandés tan común a otros entornos rurales de
numerosos países preferentemente ubicados en el hemisferio norte, en que las
enemistades entre familias devienen la moneda de cambio común. Ciertamente, Lynskey
y Bownes, lejos de mostrarse dos partes simétricas de un mismo todo, hacen del
enfrentamiento en el plano personal un aspecto más de una cotidianedad ahogada
en la rutina, en el sentimiento de aislamiento y en ese ritual de vida
conectada con la muerte que se va acercando de manera silenciosa con el correr
de los años. Con un pulso aferrado en lo metafórico y/o alegórico similar al de diversos escritores paisanos
suyos como Oscar Wilde, O’Kelly lleva de la mano al lector a explorar en ese universo anacrónico,
desplazado de la modernidad, ausente de un sentido de progreso y apegado a las
raíces de una tierra que reserva una de sus parcelas al cementerio de Cloan na
Moar, cuya peculiar historia marcará un antes y un después una vez expiren los
habitantes más viejos del pueblo, entre los que se cuentan los gemelos Meehaul
y Cahir. No en vano, a escasos dos kilómetros
del cementerio donde debe ser enterrado Mortimer Mehir se ha construido uno
nuevo donde yacen o yacerán los cuerpos de las tres viudas del sepulturero,
Julia Rafferty, Delia Morrisey y Sarah McCabe. A propósito de la cuarta viuda
de Mortimer Mehir, O’Kelly saca punta a su ironía en párrafos del estilo de «Su patetismo
quedaba un tanto mitigado. La viuda tenía la leve sensación de que no sería
apropiado dar rienda suelta a ninguna de las manifestaciones características de
la viudez normal. Evitaba llamar la atención sobre el hecho de que había sido
la cuarta esposa. ¡Qué extraordinaria tendencia a recordar las historias
familiares tiene la gente cuando alguien muere!» (pág. 33). Sin duda, O’Kelly
utilizaba como principal materia prima de sus piezas literarias el conocimiento sobre la naturaleza
humana, seres imperfectos por definición que, en ocasiones, encuentran en el
sentimiento de venganza, en el comportamiento mezquino o en la insidia una
manera singular de trabar una relación con su “igual”. Desde las páginas de "La opinión de Málaga" Alfonso Vázquez
sintetiza su parecer sobre Seamus O’Kelly como «Un Chéjov nacido en Irlanda». Una sentencia
que sería del agrado de los responsables de Sajalín, hasta el extremo que lo han
incorporado en la contraportada de la segunda edición de La tumba del tejedor. Ello se debe a que Sajalín tomaría prestado
el nombre de la novela de Antón Chejov La isla
de Sajalín, cuya trama se desarrolla en una isla montañosa situada entre el mar de Ojotsk y el de Japón, cerca de Siberia. Siete años de navegación por los mares
de la edición en formato papel que, contra viento y marea, han propiciado
llevar a puerto novelas como la de Seumas O’Kelly para que pervivan en la tierra de esos mundos imaginarios a los
que solo nuestras mentes tienen acceso. Viajes por remotas zonas del planeta
tierra, por un pasado lejano con seres humanos desasistidos por la Historia , recorridos de
la mano de Sajalín en su homérico
propósito por hacerse un hueco en el panorama editorial de nuestro país. Y a
fuer de ser sinceros, desde la modestia y un perenne sentimiento de
independencia, lo han conseguido en sus más de siete años de navegación
ininterrumpida, a un ritmo de una media de diez publicaciones anuales. Toda una
proeza administrada en tiempos de crisis, incluido el de un mundo editorial
atomizado, con un horizonte sin apenas otra certeza que la de “sobrevivir” y
así capear el temporal a la espera de tiempos más favorables.
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