Para alguien
nacido en un país donde el doblaje tuvo y sigue teniendo una implantación
extraordinariamente elevada, la condición autoimpuesta de ver las películas en
versión original (subtitulada) ha limitado de manera considerable el circuito de
salas comerciales a visitar. Por ello, no puedo citar una larga lista de cines
ligados a mi adolescencia, juventud y madurez. Sencillamente, no puedo entender
fijar mi atención en una determinada producción cinematográfica sin la versión
original y, por consiguiente, el círculo de salas cinematográficas que he
frecuentado ha sido bastante reducido con mención especial para las salas Verdi
en el periodo comprendido entre finales de los años ochenta y principios de los
noventa. En feliz iniciativa de Enric Pérez, dueño de los cines y del sello
Sherlock Media, allí se proyectarían un extenso catálogo de títulos
estadounidenses y británicos con marchamo de clásicos o joyas que por aquel entonces
estaban sujetas a la condición de obras de culto o afectadas de un cierto “malditismo”.
Por aquel entonces, seguí con sumo interés la programación de los Verdi y rara
fue la ocasión que no acudí al visionado de una de estas películas que me abrían
nuevas perspectivas de cara al conocimiento de piezas que aún permanecían “vírgenes”
a mis ojos. La vida privada de Sherlock
Holmes (1970), Irma la dulce
(1963), El rapto de Bunny Lake (1965),
Un marido rico (1941)... y Las tres noches de Eva (1941). Quizás
esta última película supusiera una auténtica “revelación” para un servidor al
contemplar en la gran pantalla una película que de principio a fin no tiene
desperdicio uno solo de sus fotogramas, ejecutada por su director y guionista Preston
Sturges con una precisión absoluta. Desde entonces sigue siendo una de mis
comedias favoritas y digamos que el punto de inflexión para considerar a su
actriz principal, Barbara Stanwyck, una de las más dotadas para la interpretación
de cuantas conozco. Claro está que antes de aquella proyección en los cines
sitos en la calle Verdi (una de las más laureadas en las tradicionales fiestas
del barrio de Gràcia) sabía de Barbara Stanwyck a través de películas que habían
programado en la pequeña pantalla —entre
otras, Juan Nadie (1941) y Perdición (1944)— en versión doblada. Coincidiendo precisamente con
aquel boom de las reposiciones en
nuestro país —una práctica que asumían dentro de
su programación otras salas talas como los cines Casablanca, sobre todo en
periodo estival— la televisión pública (TVE)
impulsaría una política de ciclos de películas en VOSE en horarios un tanto
intempestivos que propiciaban de facto
dar salida a los reproductores de vídeo, auténticos artilugios para el museo de
la historia del siglo XX bajo el prisma de la era digital. Mi primera videoteca
se forjaría en aquel periodo al albur de multitud de grabaciones que trataba de
poner orden merced a un gusto cinéfilo calculado en función de la significación
para un servidor de uno u otro director. No creo que en dicha videoteca cupieran
demasiados títulos amparados por la figura de Barbara Stanwyck porque, de
hecho, muy pocas de las películas que llegaría a protagonizar o interpretar en
papeles secundarios —los menos— fueron emitidas en esas midnight sessions aromatizadas de cinefilia. Un déficit que se iría
corrigiendo con los años merced a la edición en DVD y Bluray de una cincuentena
de sus películas de un total de ochenta y un largometrajes. Títulos publicados
de una manera dispersa con el denominador común de no dedicar apenas espacio en
un eventual capítulo de los extras a glosar la importancia de Barbara Stanwyck
en una suerte de documental regido por un sentido menos epidérmico que la serie «estrellas
de Hollywood», pautados en una media hora de
duración.
Veinte años
después de aquella “revelación”, casi movido por un impulso primario, decidí
que era el momento para tener un mayor conocimiento sobre los trabajos
cinematográficos de Mrs. Stanwyck. Para tal menester creé un blog titulado Las tres noches de Barbara Stanwyck (un título “sugerido” por el
subconsciente, of course) con el fin
de ir publicando de una manera periódica entradas dedicadas al análisis crítico
del grueso de las películas participadas por la menuda actriz. Varios fueron
los convocados para dar cabida a los contenidos del blog de marras, pero a medio camino quedamos tan solo Sergi Grau y un servidor dispuestos a cumplir el objetivo trazado. Desde
el principio supe que este trabajo no caería en saco roto y por ello acordé con
Sergi la necesidad de que los contenidos tuvieron la altura necesaría para que,
llegado el momento, adoptaran la forma de una obra a publicar en papel. Al
cabo de tres años de vida del blog, éste
acabaría vaciándose para integrarse en una carpeta virtual de futuros libros.
T & Editores recogió el guante y en noviembre de 2015 visitará las librerías
Barbara Stanwyck: una gran señora de
Hollywood. El número doce de mis libros, pues, tiene su particular
historia. Ha sido el relato de un progresivo enamoramiento en relación a una actriz apenas sin mácula interpretativa, una
fuerza de naturaleza que hizo mejores a cada uno de los largometrajes en los
que participó. De ello puedo dar fe tras el visionado de la totalidad de sus
películas, muchas de ellas inéditas en salas comerciales e incluso en formato doméstico. Sin duda, junto a
Katharine Hepburn, sigue siendo mi actriz favorita del cine clásico, y esta
monografía que verá la luz en las librerías de manera inminente mi particular
homenaje —compartido por Sergi Grau— a su grandeza, la propia de una gran señora de Hollywood, cuya proverbial
inteligencia corría pareja a su plena dedicación a un medio donde estuvo activa
por espacio de casi cuarenta años.
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