No
resulta habitual encontrar en librerías de nuestro país literatura proveniente
de las Antípodas, esto es, del continente oceánico. Más bien cuando nos hayamos
ante una novela o una colección de cuentos made
in Austalia o made in New Zeland podemos
convenir que si acaban formando parte de nuestras bibliotecas las podemos
reservar en el apartado de «rarezas». En cambio, no son precisamente rarezas
las especies de animales que hacen acto de presencia en El canguro alcohólico (2013), cuyo subtítulo —Relatos humorísticos de la Australia profunda—
deviene harto esclarecedor del tono y el continente
de un texto que supuso el canto del cisne de su escritor, Kenneth Cook. Eso sí,
para la edición de Bantam/Totoiseshelle fechada en 1987 Cook tuvo tiempo de
dedicarlo a su editora Margaret Gee, meses antes de fallecer víctima de un
ataque cardíaco mientras realizaba una gira aussie
para promocionar el segundo libro de la trilogía, El lagarto astronauta (1986) —también publicado por el sello Sajalín, en 2012; sobre el contenido del mismo me ocupé en un post de este blog—.
No en vano, Gee se revelaría la editora de «Koala trilogy»
—tomando
prestado el sujeto del título del libro de partida—, reportándola
pingües beneficios dado que se ha traducido a varios idiomas, incluido al
castellano gracias a Sajalín, y ha obtenido diversas reediciones en su país de
origen donde Cook es todo un referente en los sectores menos proclives al
conservadurismo en términos ideológicos (él se opuso con firmeza a la Guerra del Vietnam, al
punto que lograría formar el partido Liberal Reform Group).
En relación a la última de las ediciones de
la obra de Cook que no pudo llegar a promocionar por escasas fechas, la de Allen
& Unwin House of Books —2012— para su equivalente en lengua castellana
se advierte una alteración en el orden de los catorce capítulos que la conforman. Las razones
para esta permutación se deben a que Sajalín
optaría por utilizar otro título en lugar del original, Fill-Necked Frenzy, cuya traducción más plausible sería el de «frenesí
con chorreras» en referencia al lagarto de cuello de Filled y
su probada animadversión con algunos representantes de la especie humana (incluido el artífice del relato),
orgullo patrio al punto que su imagen aparecería en monedas de curso legal.
Monedas que con o sin la efigie del kingii
(el término aussie con el que se
conoce popularmente al Lagarto de cuello de Filled) sirven para apuestas que te
llevan a la ruina o a la condición de millonario, aspiración de todo escritor,
según razonamiento del propio Cook. Así lo describe el polifacético Cook en el
capítulo “Cara o cruz” (“Heads I Win, Tails you Lose” en el original), en que relata su experiencia junto a Joe —sumo
sacerdote de la tribu Arkarala— en Broken Hill donde antaño se practicaba
semanalmente una partida de two-up, un
juego de apuestas de formato sencillo pero que te seca el aliento ante la suma
de dinero que se pone en circulación. Un episodio no exento de moraleja localizado en la parte final del presente
volumen, cuya parte central ocupa el capítulo que da nombre a la edición
española, El canguro alcohólico. Un título,
sin duda, no exento de cierto gancho publicitario en detrimento de “Frenesí con chorreras”, pero que
comporta un arma de doble filo: el capítulo de “El canguro alcohólico” representa un texto más bien discreto, en
que la narración queda a merced de lo anecdótico, las tropelías de un marsupial con tendencias dipsómanas custodiado por
el viejo Benny, un amigo de la familia cuando ésta se instaló en los dominios
de Walgett, en Nueva Gales del Sur. En razón de la cantidad de puntos del
país oceánico por donde discurren las andanzas de Cook se hace especialmente
pertinente acompañar la lectura con un mapa de Australia (una manera de darle
salida a esos Atlas que, por su desuso, acumulan una capa de polvo en algún
rincón del hogar). Así saltamos, cuál canguro, de las orillas de Fremantle, en
la parte Occidental del país en el capítulo “Buenas obras y disciplina” (con un can díscolo que lleva de cabeza
a su eventual ángel custodio, esto
es, el propio Cook), a Gnalta, población localizada al noroeste de Gales del
Sur para el episodio “De ratones y topos”
—juego
de palabras con una diáfana semblanza en el título del célebre texto de John
Steinbeck, aunque aquí el contenido social queda desplazado por una feroz
diatriba sobre roedores con intenciones beligerantes—,
o al Coorong, en la Australia Meridional
para el episodio “No se puede querer a un
avestruz”, en que su autor lanza diversas pullas, al margen del ave de marras
(implícito en su propio título) a los académicos. No será, pues, este noble colectivo instalado en la atalaya del conocimiento, en una elevada proporción, desconfían del valor terapéutico
del humor para combatir el tedio de la vida universitaria, los que difícilmente degusten con
fruición la lectura de El canguro alcohólico. Por el contrario, intuyo, estudiantes y lectores no necesariamente vinculados a la realidad académica que tratan de cubrir
sus ratos de ocio con la lectura, entre otras cosas, encontrarán un buen libro en El canguro alcohólico, destilado por la ironía,
haciendo frente al absurdo de la vida con capítulos como el de "La rueda de la
fortuna", hilarante relato en que una, a priori, brillante idea —un
restaurante giratorio— no siempre tiene una óptima traducción cuando se
coloca en el plano de la realidad. Eso mismo deben pensar muchos visitantes del país oceánico entusiasmados con la perspectiva de
encontrarse frente a frente con su fauna (lagartos, cocodrilos, koalas, canguros, avestruces, etc.) y,
una vez levantada acta de la experiencia, no han podido por menos que asentir,
esbozando una media sonrisa, sobre la realidad impresa en esta selección de cuentos con
traducción e ilustraciones a cargo de Güido Sender Montes servidos con un trazo tan
singular como eficaz, “cohesionándose” de manera proverbial con el texto urdido por Cook.
No hay comentarios:
Publicar un comentario