sábado, 18 de enero de 2014

EL CANGURO ALCOHÓLICO: KENNETH COOK Y LA «FAUNA» AUSTRALIANA

No resulta habitual encontrar en librerías de nuestro país literatura proveniente de las Antípodas, esto es, del continente oceánico. Más bien cuando nos hayamos ante una novela o una colección de cuentos made in Austalia o made in New Zeland podemos convenir que si acaban formando parte de nuestras bibliotecas las podemos reservar en el apartado de «rarezas». En cambio, no son precisamente rarezas las especies de animales que hacen acto de presencia en El canguro alcohólico (2013), cuyo subtítulo Relatos humorísticos de la Australia profunda deviene harto esclarecedor del tono y el continente de un texto que supuso el canto del cisne de su escritor, Kenneth Cook. Eso sí, para la edición de Bantam/Totoiseshelle fechada en 1987 Cook tuvo tiempo de dedicarlo a su editora Margaret Gee, meses antes de fallecer víctima de un ataque cardíaco mientras realizaba una gira aussie para promocionar el segundo libro de la trilogía, El lagarto astronauta (1986) también publicado por el sello Sajalín, en 2012; sobre el contenido del mismo me ocupé en un post de este blog. No en vano, Gee se revelaría la editora de «Koala trilogy» tomando prestado el sujeto del título del libro de partida—, reportándola pingües beneficios dado que se ha traducido a varios idiomas, incluido al castellano gracias a Sajalín, y ha obtenido diversas reediciones en su país de origen donde Cook es todo un referente en los sectores menos proclives al conservadurismo en términos ideológicos (él se opuso con firmeza a la Guerra del Vietnam, al punto que lograría formar el partido Liberal Reform Group).
   En relación a la última de las ediciones de la obra de Cook que no pudo llegar a promocionar por escasas fechas, la de Allen & Unwin House of Books 2012para su equivalente en lengua castellana se advierte una alteración en el orden de los catorce capítulos que la conforman. Las razones para esta permutación se deben a que Sajalín optaría por utilizar otro título en lugar del original, Fill-Necked Frenzy, cuya traducción más plausible sería el de «frenesí con chorreras» en referencia al lagarto de cuello de Filled y su probada animadversión con algunos representantes de la especie humana (incluido el artífice del relato), orgullo patrio al punto que su imagen aparecería en monedas de curso legal. Monedas que con o sin la efigie del kingii (el término aussie con el que se conoce popularmente al Lagarto de cuello de Filled) sirven para apuestas que te llevan a la ruina o a la condición de millonario, aspiración de todo escritor, según razonamiento del propio Cook. Así lo describe el polifacético Cook en el capítulo “Cara o cruz” (“Heads I Win, Tails you Lose” en el original),  en que relata su experiencia junto a Joe sumo sacerdote de la tribu Arkarala en Broken Hill donde antaño se practicaba semanalmente una partida de two-up, un juego de apuestas de formato sencillo pero que te seca el aliento ante la suma de dinero que se pone en circulación. Un episodio no exento de moraleja localizado en la parte final del presente volumen, cuya parte central ocupa el capítulo que da nombre a la edición española, El canguro alcohólico. Un título, sin duda, no exento de cierto gancho publicitario en detrimento de “Frenesí con chorreras”, pero que comporta un arma de doble filo: el capítulo de “El canguro alcohólico” representa un texto más bien discreto, en que la narración queda a merced de lo anecdótico, las tropelías de un marsupial con tendencias dipsómanas custodiado por el viejo Benny, un amigo de la familia cuando ésta se instaló en los dominios de Walgett, en Nueva Gales del Sur. En razón de la cantidad de puntos del país oceánico por donde discurren las andanzas de Cook se hace especialmente pertinente acompañar la lectura con un mapa de Australia (una manera de darle salida a esos Atlas que, por su desuso, acumulan una capa de polvo en algún rincón del hogar). Así saltamos, cuál canguro, de las orillas de Fremantle, en la parte Occidental del país en el capítulo “Buenas obras y disciplina” (con un can díscolo que lleva de cabeza a su eventual ángel custodio, esto es, el propio Cook), a Gnalta, población localizada al noroeste de Gales del Sur para el episodio “De ratones y toposjuego de palabras con una diáfana semblanza en el título del célebre texto de John Steinbeck, aunque aquí el contenido social queda desplazado por una feroz diatriba sobre roedores con intenciones beligerantes, o al Coorong, en la Australia Meridional para el episodio “No se puede querer a un avestruz”, en que su autor lanza diversas pullas, al margen del ave de marras (implícito en su propio título) a los académicos. No será, pues, este noble colectivo instalado en la atalaya del conocimiento, en una elevada proporción, desconfían del valor terapéutico del humor para combatir el tedio de la vida universitaria, los que difícilmente degusten con fruición la lectura de El canguro alcohólico. Por el contrario, intuyo, estudiantes y lectores no necesariamente vinculados a la realidad académica que tratan de cubrir sus ratos de ocio con la lectura, entre otras cosas, encontrarán un buen libro en El canguro alcohólico, destilado por la ironía, haciendo frente al absurdo de la vida con capítulos como el de "La rueda de la fortuna", hilarante relato en que una, a priori, brillante idea un restaurante giratorio no siempre tiene una óptima traducción cuando se coloca en el plano de la realidad. Eso mismo deben pensar muchos visitantes del país oceánico entusiasmados con la perspectiva de encontrarse frente a frente con su fauna (lagartos, cocodrilos, koalas, canguros, avestruces, etc.) y, una vez levantada acta de la experiencia, no han podido por menos que asentir, esbozando una media sonrisa, sobre la realidad impresa en esta selección de cuentos con traducción e ilustraciones a cargo de Güido Sender Montes servidos con un trazo tan singular como eficaz, “cohesionándose” de manera proverbial con el texto urdido por Cook.    


     

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