Para una legión de rockeros aussies amarrados a la bandera de AC/DC, Fremantle representa un
lugar de peregrinaje obligado para rendir honores al vocal hero Bon Scott, quien estuvo en la banda de los hermanos Angus y Malcolm Young durante un lustro. Pero para Kenneth Cook (1929-1987) su presencia en
este enclave situado al oeste de Australia tuvo un propósito bien distinto
cuando devino el punto de partida de un periplo ciclista que le llevaría a
reseguir la línea de costa hasta ir a morir
nuevamente a Fremantle. En el curso de la ruta cicloturista, Cook tuvo tiempo
de recrearse en el paisaje... y la fauna autóctona que, al cabo, le proveería
de material para uno de los episodios más hilarantes reproducidos en El lagarto astronauta (1987), segunda
parte de una trilogía «flanqueda» por El
koala asesino (1986) —editada por Sajalín en 2011— y El canguro
alcohólico (1987). Material que podría ajustarse perfectamente a las
tiras de un cómic o adaptarse al cine de animación con un paisaje exótico
conforme a servir de reclamo añadido, Cook desarrolla en el capítulo «El quokka asesino»
un viaje a lo desternillante y al non sense
cuando una extraña clase de mamífero («es
un pequeño ualabí, no mucho mayor que un gatito o que una rata grande», en palabras del autor del libro impreso por
Sajalín Editores dentro de su colección Al margen) va reptando por la espalda provisionada de una mochila del
ciclista amateur mientras su
bibicleta va zizagueando por una carretera, a más de cien kilómetros de
velocidad, aguardándole al final de la recta una curva que se intuye el punto
final de su trayecto y el de su
eventual “compañero”. Cook juega a la perfección los elementos que tiene a
sus disposición, inclusive un suspense que alimenta un clímax mucho más liviano de lo esperado. Al final de esa curva le aguarda
un “precipicio” de cinco metros de altura, situando a nuestro “héroe” en la
orilla del mar, a la par que el quokka
se muestra impasible en la arena con la mirada perdida en el horizonte. Sin
abandonar las analogías para con el medio cinematográfico en el que Cook
cultivaría una relación más bien discreta —Despertar en el infierno (1971) y Stockade (1971) nacen de sendas novelas suyas—, otros capítulos de El lagarto astronauta (en especial «Con agallas se consigue ópalo» y «Cómo evadir impuestos») y se presumen piezas
sueltas extraídas del western
australiano, un género que choca con la realidad de los hechos: su nula difusión
fuera de los dominios del vasto país oceánico. O ya metidos en arena de psyco-thriller visualizado por angostas
carreteras desérticas a la luz de la luna austral, en «Un especímen peligroso» descansa el carácter cinético en un relato en que
nuestro héroe se pierde en conjeturas sobre la verdadera naturaleza de un tipo
apuesto que se hace llamar Charles Green transitando por la
Gibb River Road con un jeep en que su parte trasera se encuentran enjaulados un cocodrilo
vivo de considerables proporciones y un canguro muerto. Un marsupial que
protagoniza el segundo de los capítulos de la novela en cuestión, con un título
indicativo —«Nunca intentes ayudar a un canguro»— de la intención de El
lagarto astronauta por abrirse en el mercado editorial hispano en forma de guía práctica sobre los peligros a los
que uno se enfrenta si visita el Outback, infestado de animales de apariencia inofensiva pero que en su interior
late un asesino potencial. El alto
valor calórico de El lagarto astronauta se
debe a esa habilidad de Cook por describir la fauna australiana susceptible de
ser sometida a cuarentena —por el peligro que entraña— con apremio a que se
tratara de seres humanos, tocados de unos rasgos que les hacen muy cercanos a
extraer conclusiones sobre sus reacciones. Al referirse al quoakka, Cook añade a
la descripción anterior, «Tiene una cara mezquina y viciosa,
y unos ojos pequeños, malvados y faltos de compasión. Como todos los ualabíes,
salta a la manera del canguro y lleva a las crías en el marsupio. Por el
trasero arrastra una larga cola del tipo rata». El diablo se viste de quokka en este pasaje desbordante de ingenio
descriptivo que raya a una altura superior a la media de relatos contenidos en El lagarto astronauta, acompañados por
ilustraciones de Güido Sender Montes para esta cuidada edición de Sajalín,
provisionando a los lectores de una nueva novela tallada por lo irreverente y
con la convicción que lo alternativo tiene una cuota de mercado cada vez mayor.
A la espera de la publicación del título que cierra la trilogía de Cook, El canguro alcohólico solo cabe volver
sobre esos capítulos que han despertado en cada uno de nosotros instantes de
verdadero deleite, tratando de descodificar un humor que mueve a la extrañeza
para alguien que no sea un militante aussie
como Kenneth Cook, afincado en lo absurdo desde que decidiera escapar de la
disciplina escolar y situarse en una caprichosa realidad minada de peligros con
apariencia humana o semihumana. Un private pleasure en tiempos en que los
vendavales económico-financieros-sociales están a la orden del día.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
domingo, 28 de octubre de 2012
«EL LAGARTO ASTRONAUTA» de Kenneth Cook: GUÍA ANIMALESCA DE UN ESCRITOR «GALÁCTICO»
Etiquetas:
AC/DC,
ANGUS YOUNG,
BON SCOTT,
EL CANGURO ALCOHÓLICO,
EL KOALA ASESINO,
EL LAGARTO ASTRONAUTA,
GÜIDO SENDER MONTES,
KENNETH COOK,
MALCOLM YOUNG,
SAJALÍN EDITORES
domingo, 7 de octubre de 2012
«CAÍDA Y AUGE DE REGINALD PERRIN» de DAVID NOBBS: ORDINARIA LOCURA
En su
autobiografía, publicada por Arrow Books bajo el irónico título I Didn’t Get Where I am Today (2004) («no
consigo saber donde estoy hoy») David Gordon Nobbs dedica, una vez salvado su
periodo de aprendizaje final, además del motivo de portada el capítulo más extenso a The Fall and Rise of Reginald Perrin. Se trata de la obra literaria
que le dio relieve artístico y cierta prestancia económica,
y a la que dedica cuarenta páginas de sus memorias para ofrecer un relato
fidedigno de cómo se coció una pieza de estas características. Bajo una fachada
humorística se encuentra una despiadada lectura de la condición humana y más
concretamente en el Homo sapiens británico,
generador entre su “tribu” de brillantísimas figuras dentro de la música, de la
ciencia o de la política, entre otras muchas disciplinas, pero asimismo de un
perfil de individuos amparados en la mezquindad, en el sentimiento de
superioridad (referida sobre todo a las capas sociales) y en una idea de la
tradición familiar que se perpetua de generación en generación. Con su habitual
sentido del olfato afinado cada vez en esas Islas Británicas rebosantes de
talentos literarios aún por descubrir en nuestros lares, Impedimenta ha
publicado Caída y auge de Reginald Perrin
(1975), la primera de una serie de novelas escritas por Nobbs, focalizadas en
un pintoresco personaje que evidencia su torpeza cuando intenta “reinventarse”
bajo una nueva identidad, pero que al cabo computarán varias más. Trescientas
cincuenta y siete páginas que se devoran con fruición al combinar su autor la sátira
social —en otra muestra del valor de la tradición británica— y el relato humorístico
con un lenguaje preñado de brillantez expresiva y, al mismo tiempo, de una vitriólica
mirada sobre lo que envuelve la triste realidad de nuestro “antihéroe”. Desde
el primer párrafo, Nobbs suelta amarras
y deja caer un torbellino de frases delirantes: «Cuando
Reginald Iolanthe Perrin se dispuso a salir para el trabajo aquella mañana de
jueves, no entraba en sus planes llamar hipopótamo a su suegra. Nada más lejos
de su pensamiento». Podemos abrir la novela por la mitad y encontramos a un
lado la descripción del mundo de Reginald Perrin —vestido de tonalidades
grises, en que millares de lectores británicos debieron reconocerse en el
personaje que poco más tarde representaría Leonard Rossiter (una excelente elección) en una serie de veintiún
episodios auspiciada por la BBC —,
y el que da crédito a su nueva vida marcada por el punto de inflexión que
representa su desaparición mar adentro. En el ecuador del relato nace la raíz
de una leve intriga detectivesca que queda abortada por la incapacidad de un
par de investigadores por sacar conclusión alguna sobre la hipotética identidad
con la que actúa en la vida civil —de regreso de la “muerte”— el otrora empleado
de una fábrica especializada en la producción y distribución de postres. De Felpudo Coco Perrin pasa a
autodenominarse Charles Windsor, pero pronto la evidencia de su charada le
conduce a hacerse pasar por sir o Lord Wensley Amburst, Jasper Flask y el signor Antonio Stifado. Los capítulos
finales se reservan para un giro narrativo (que evidentemente no desvelaré) de
puro delirio, en que las dobles lecturas ganan prestancia en esta notable
propuesta literaria aferrada a un sustrato humorístico refinado con una
proverbial facultad de Nobbs con combinar lo mundano, lo coloquial (abundan las
expresiones de este sesgo que la traductora, Julia Osuna Aguilar, ha tenido que
afinar para ofrecer una pátina de “modernidad” a los ojos de las generaciones
de lectores más jóvenes) con un proverbial sentido descriptivo que no orilla el
valor de una cierta carga poética.
En esta nueva cita con la literatura británica,
Caída y auge de Reginald de Perrin concuerda
con su bien ganado prestigio de una obra de culto en suelo inglés, armada para que nos pueda privar
inclusive de horas de sueño, a cambio de seguir encarando la vida con las dosis
de humor necesarias para soportar el peso del Apocalipsis económico-financiero que se nos
avecina, a tenor de los imputs
recibidos a lo largo del día. Esperamos con fruición la línea sucesoria de
andanzas de un atribulado Reginald Perrin de la mano de Impedimenta, que coloca
un nuevo autor descubierto en nuestro país en su particular casillero de
aciertos... Un autor más que sumar, pues, y un deseo expreso porque se
multipliquen los lectores en el conocimiento de escritores de la categoría de
Nobbs, un talento que aún sigue dando guerra, a propósito de su recientemente
publicado It had to Be You (2011), ya
despojado del inefable Reginald Iolanthe Perrin, al que enterraría hace tiempo
haciendo “honor” a las siglas que conforman su nombre y apellido (R. I. P.)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)