sábado, 28 de enero de 2012

«EL OTRO» (1971) DE THOMAS TRYON: MISTERIOS EN PEQUOT LANDING

Hace unos seis meses dejé caer en este mismo blog la intención de revisar El otro (1971, Ed. Opera Prima, Col. Imperdibles) (Ver enlace), a propósito de la entrada que le había dedicado a ese «lado» (sin perder el prisma profesional y/o creativo) menos conocido de Thomas Tryon (1926-1991). La ocasión propicia para ello ha sido la elaboración de un extenso artículo sobre The Other (1972) —dirigido de manera impecable por Robert Mulligan— para su posterior publicación, prevista para el nº 48 de la revista Scifiworld (marzo de 2012).   
Cerca de diez años separan ese primer contacto con la novela de Tryon y esta relectura que, lejos de limar las bondades y rebajar la valoración en torno al texto del otrora cotizado actor, El otro sigue despertándome un enorme atractivo. Entremedias de ambas lecturas, como ja dejé expresado en Haldane, me había acercado a los cuatro relatos que integran Mitos de cristal (1976, Ed. Argos Vergara). Con todo ello, entiendo que las virtudes en calidad de escritor de Tryon se fundamentan en esa capacidad descriptiva que envuelve a la historia y, de paso, sumerge al lector en la misma. Tryon fue un preciosista del lenguaje, capaz de crear líneas de sombra y de luminosidad en una misma página al ir hilvanando un relato que se adentra en esos valles donde florecen las tinieblas pero, asimismo la belleza surge de improviso, casi en forma de espasmo. El carácter dual, contradictorio de la naturaleza humana intepretada por Niles y Holland Perry, los hermanos residentes en Pequot Landing —localidad inventada por Tryon; de no ser así, Mulligan, como ya había hecho e hiciera más adelante con Matar un ruiseñor (1962) y Verano en Louisiana (1991), hubiera, a buen seguro, trasladado la cámara a los escenarios naturales descritos por el autor, se corresponden con el epicentro de cada uno de los turbios episodios que acechan a esta pequeña localidad estadounidense. En alianza con los textos de William Golding, Julian Gloag o Richard Hugues para El señor de las moscas (1954), La casa de nuestra madre (1963) o Huracán en Jamaica (1929), respectivamente, El otro infiere el bosquejo de ese Maligno que se va incubando en un ser de corta edad que experimenta un proceso traumático que le conduce a crear un mundo refractario a la realidad, aquel donde figura el hermano perdido, Niles Alexander Perry. Tomado el inicio del relato desde la perspectiva de un adulto cuarentón, la mente de Holland William Perry se va deslizando sobre los recuerdos de infancia de éste, apelando en todo momento a la presencia de Niles como insoslayable compañero de juegos, algunos pasados de vueltas, que se cobran no pocas víctimas hasta alcanzar una donde luce una franja en rojo pero de la que hace caso omiso. Ciertamente, la maestría de Tryon reposa en la forma cómo extiende esa tela de araña literaria para capturar algo tan intangible como esas tensiones generadas en una pequeña comunidad rural donde hierve en su interior el lamento por la pérdida de Niles, quien se precipita en el fondo de un pozo y del que saldría ya sin vida. Esta realidad es negada por Holland, sumergiéndose en ese universo paralelo retroalimentado por la figura de su abuela Ada, depositaria de historias que nos susurran al oído efectos de la sugestión y de la mitología de extracción rusa.
   No he podido leer ninguna entrevista en que Tom Tryon se refiriese al proceso de cómo surgió una novela de la singularidad de El otro pero algunas fuentes que he barajado estos días apuntan a una inspiración proveniente de La semilla del diablo (1967, Rosemary's Baby), de Ira Levin, que asimismo tuvo traducción en el celuloide. A veces cabe ser muy cauto sobre estas referencias cuya génesis, al no obedecer a la reproducción de una cita textual (e incluso así), cabe colocar en cuarentena. No obstante, cubiertas más de tres cuartas partes de la lectura del libro con un total de 310 páginas— saltaría la liebre en forma de «revelación» cuando la historia coloca la mirada sobre el devenir de Eugene, la hija de Torrie (la hermana mayor de los gemelos), quien a pesar de contar con pocos años de vida mira… las imágenes de Satán acompañado de Niles, cuyos hilos mueve desde el Averno Holland. Dejando caer a cuentagotas algún que otro elemento dispuesto para contextualizar el relato por ejemplo, la referencia al secuestro del hijo de Charles Lindberg, que se diera en plena Depresión Americana, El otro se mueve continuamente en esas fluctuaciones, en esa dicotomía entre el Bien y el Mal. La asociación inicial entre la bondad cautiva de Niles el preferido de mamá— y la maldad depositaria en Holland pronto se va espesando, creando una suerte de «ceremonia de la confusión» a medida que el pulso de Tryon se afirma y reafirma en la exploración de esa naturaleza humana despojada de la carga maniqueísta a la que se consagran infinidad de relatos de terror contemporáneos. En las fronteras de la ambigüedad, de jugar a lo uno y a su contrario es donde mejor arraiga un relato cargado de un embriagador perfume asociado a una novela de altos vuelos. Su lectura, no recomendada, obligada para aquellos necesitados de novelas donde también viajar en dirección a las sombras de la humanidad se traduzca, a la postre, en un acto de placentera felicidad. Espero con deleite el próximo acercamiento a la prosa de Tryon, quizás a través de la lectura de Harvest Home (1975), cuya traducción al castellano llama a la puerta con fuerza y tesón desde el más allá… allí donde Holland se camufla de Niles… o viceversa. 


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