«Sra. Fossey, me gustó mucho la película sobre su vida». La supuesta Sra. Fossey responde «¿Has visto el final de la película?: ella muere… y yo estoy aquí». Así se abre el documental El viaje de Jane (2009) que he podido recuperar estos días en una edición en DVD a cargo de Cameo. La Jane a la que alude el título no es otra de Goodall, quien relata a cámara una anécdota que al repetirse seguramente decenas o centenares de veces se la lleva a su molino, aquel capaz de reciclar un enfado en ironía, muestra de un temperamento tranquilo, afable, rayano en lo espiritual. No hay fundas ni cortinas ni maquillaje que valga en este viaje de Jane Goodall (Londres, 1934) por los confines del Planeta Tierra; ella es la vívida expresión de la mujer del siglo XX avanzada a su tiempo, cautiva de sus propias decisiones que abriría nuevos caminos en el conocimiento del comportamiento de los primates en sus hábitats naturales ubicados en el corazón del continente africano. Conservo como oro en paño la edición en castellano de Salvat de su clásico en el campo de la etología, En la senda del hombre (1972) desde mis tiempos de estudiante de biología. Una obra a la que Goodall se refiere al pasar revista a sus logros cosechados in situ, para posteriormente definirse en un espacio mucho más amplio que Gombe, el que la llevaría a volcarse en la construcción de una Fundación llamada Roots & Shoots («Raíces y brotes»), cuya razón social se fundamenta en hacer de este un mundo más sostenible, implicando en el proyecto a comunidades abandonadas a su suerte, sin muchos más recursos que saber autogestionarse y pensar que algún ángel se sobrevolará sobre sus maltrechas vidas. Para tal menester, Goodall no frunce el ceño al manifestar que pasa trescientos de los trescientos sesenta y cinco días (más-menos) del año viajando con destino a numerosos puntos del planeta. Su labor es de aquellas dispuestas para ahogar egos subidos de tono, y que desmontan la idea de que cada uno de nosotros tenemos una fecha de caducidad, a efectos de tributar a la sociedad, superada una determinada edad.
La primatóloga razona que la llave para el futuro del planeta se encuentra en la concienciación de las capas más jóvenes. La labor pedagógica forma parte de su gimnasia diaria, accediendo a dar infinidad de conferencias allá donde se la solicite. Según Pierce Brosnan, Goodall tiene dotes de intérprete; sabe mostrarse serena ante un público que suele contabilizarse por centenares, acudiendo a esa ironía que resta solemnidad a sus esperadas intervenciones, acompañada en los últimos años por un peluche regalo de un mago... invidente. Una vida, la suya, de película pero que, a diferencia de la estadounidense Dian Fossey con Gorilas en la niebla (1988) —rodada un par de años después de su fallecimiento en extrañas (y macabras) circunstancias—, aún no ha tenido traducción en una obra convenientemente ficcionada. De momento, cabe conformarnos con este maravilloso documental que vuelve sobre la idea de que una persona brindada en cuerpo y alma a los demás —muy extensible, en su caso, a su amor por los chimpancés—, un ángel que se posa sobre la faz de la tierra encuentra en su entorno familiar un motivo para sentirse culpable. En el viaje de Jane se cruza el recuerdo de Hugo Erik «Grub» en distintas fases de su vida ese enfant sauvage que vivió la infancia soñada por la propia etóloga. Pero el dinero llamó a su puerta y las existencias de madre e hijo tomaron distancia. La reconciliación vino más tarde, pero el documental evita esos recursos propios de los programas de sobremesa de las cadenas privadas de nuestro país y de otras latitudes, dejando que sendas reflexiones a cámara por separado hablen por sí solas. Un buen termómetro para medir la capacidad de adentrarnos en el interior de una personalidad a través de un documental que se cierra con una respuesta de Goodall franca a la esperanza a requerimiento de un adolescente que graba una entrevista desde la parte trasera de un automóvil mientras la primatóloga emprende su enésimo viaje. Demasiadas dosis de esperanza caben, pues, para que el mundo siga siendo sostenible una vez franqueada la barrera de siete mil millones de habitantes, la mitad de la cual será la cifra de la población en África prevista para finales de la presente centuria. Las predicciones más alarmistas, pues, del escritor Harry Harrison llevan trazas de saltar por los aires, al grito de «¡Hagan sitio, hagan sitio!».
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