Aún a los seguidores más veteranos de Old Trafford se les debe hacer un nudo en la garganta cuando se rememora, en algún que otro homenaje, la tragedia que asoló a los red devils el 6 de febrero de 1958 mientras el avión que llevaba al equipo del Manchester United a Londres se estrelló en las cercanías de Munich después de haber disputado los cuartos de final de la Copa de Europa con el Estrella Roja de Belgrado. Un total de veintitrés personas, entre jugadores de la primera plantilla, directivos, periodistas y técnicos de vuelo, fallecieron en aquel día que tiñió de luto al planeta futbolístico. La reconstrucción del ManU se basó, en gran parte, en la capacidad de liderazgo de uno de los supervivientes, Sir Bobby Charlton. Como suele suceder en la trastienda de las historias que competen a aquellos que fueron o han sido víctimas de una tragedia aérea no faltan las anécdotas del personal que se quedó en tierra y que salvó el pellejo por un golpe de suerte. Entre los favorecidos por la Diosa fortuna de aquel ya remoto 6 de febrero se encontraba Tony Stratton Smith, un personaje de lo más variopinto que por entonces cubría para un periódico londinense los temas de cariz deportivo. Al personarse tarde en el aeropuerto de Stuttgart, Straton Smith puede decirse que se contabilizaría entre los vivos gracias a una impuntualidad que luego se convertiría en costumbre. Quién sabía de la historia que trajo consigo, supo disculparlo.
Sin abandonar su querencia por el mundo del fútbol —se encargaría durante años de la edición de una especie de anuario sobre el deporte del once contra once que nació en las Islas Británicas—, Stratton Smith se movía cada vez más en los círculos de la efervescente escena musical. Grupos crecían por doquier en la Swinging London, siendo Stratton Smith uno de los que estuvieron al quite y que, a través de su sello Charisma Records, contribuyeron decisivamente a impulsar carreras de grupos que, de no haber prosperado a las primeras de cambio, se hubieran quedado varados por los tiempos de los tiempos. Ya se sabe que las urgencias económicas operan como aves de rapiña al despiece de presas propicias. Pero antes que asomara la sombra de algún que otra quebrantahuesos, Stratton Smith tendió la mano a Genesis movido por un sexto sentido que razonaba sobre aquel cuarteto de pijos surgidos de la elistista Charterhouse Public School como futuras figuras de ese movimiento del rock sinfónico que había tenido su particular año Cero merced a un LP que llevaba la rúbrica del grupo The Nice, asimismo auspiciado por Straton Smith. El buen ojo al fichar a la banda en que llevaba la voz cantante Peter Gabriel ayudó a mantener a flote las, a menudo, depauperadas arcas de Charisma Records. El color rojo era el que mejor lucía en la cuenta de resultados de un sello independiente que iba sangrando por otra herida abierta que cabía no perder de vista: la afición a las apuestas a los caballos y la facilidad por ingerir toda clase de bebidas alcohólicas («en ocasiones se bebía dos botellas de vino y algunos brandis con el almuerzo (…) A veces dejaba de beber durante el fin de semana, pero de lunes a viernes iba siempre cargado», relataría la secretaria de la compañía Gail Colson en un volumen dedicado a recomponer la historia de Genesis que, para muestra un botón, hace honor a su subtítulo, El libro de las revelaciones ). Con su hígado sacando la bandera blanca, «Strat» no dejó de visitarlos pubs y locales como el Marquee Club en lugar con mayor asiduidad que el despacho de Charisma Records. Puede que su dipsomanía le hubiera hecho firmar algún contrato de más o de menos —por el sello del Soho londinense desfilaron Van der Graaf Generator, Lindisfarne y los mencionados Genesis, entre otros— sabiéndose que la tesorería de Charisma tenía más bien poco colchón. Pero, por su parte, haciendo honor al título de la compañía —quiso endilgarlo a alguna banda en ciernes sin fortuna alguna—, el carisma, a falta de una robustez financiera, sirvió para llevarse a su vera formaciones que luego lucirían palmito en el panorama musical.
En ese revival sesentero al que se han acogido no pocas producciones británicas en los últimos tiempos —An Education (2009), Nowhere Boy (2009), etc.—, podría tener acomodo en un futuro cercano una historia en clave tragicómica que pivotara sobre un trasunto de Stratton Smith. Quisiera imaginar como el más adecuado para tal envite Stephen Fry, coincidente con Stratton en el plano personal con sus tendencias homosexuales , un cuerpo entrado en carnes, una melena que le cubría parte del rostro ovalado, una mirada burlona y una altura intelectual que ha revertido en la escritura de libros (Colson cita un título, La monja rebelde, que de haber quedado en pie algún ejemplar se estará cubriendo de polvo en librerías de viejo de la esfera británica). Impagable sería la reproducción del episodio en que Stratton Smith entrara en contacto con los Monty Python para financiar, en parte, el estrafalario e irreverente show Monty Python & the Holy Grail. Y una vez se apagara el telón, sobre los títulos de crédito finales se pudiera escuchar el Time to Burn de Peter Hammill, dedicado a la memoria de «Strat», fallecido en 1987 con tan sólo cincuenta y tres años. Pero según se mire, casi treinta años más de lo que el trágico destino le hubiera deparado de haber hecho caso al reloj de pulsera antes que al biológico.
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