domingo, 22 de mayo de 2011

EN BUSCA DE OTRO ESLABÓN PERDIDO: ¿EL HOMO PALAUENSIS?

Uno de las naciones soberanas más pequeñas de la tierra, el archipiélago de las Palau (o Belau, según la pronuncia de sus nativos), cuenta con una extensión de 460 Km2 (bordeada por un arrecife coralino) al parecer, suficiente para albergar en sus entrañas un auténtico «tesoro» para paleontólogos y antropólogos. En este mismo blog ya me hice eco del avance que supuso el descubrimiento de los restos fósiles encontrados en la Isla de las Flores en relación a sendos campos de la ciencia. Esta vez, a diferencia del artículo relativo al Homo floriesensis que leí en las páginas de Investigación y ciencia, un programa documental de televisión (ir a enlace de video al final del post), Los cráneos misteriosos de las Palau,  me ha puesto nuevamente sobre la pista de los avances que sobre materia de paleontología y antropología se han ido sucediendo en los últimos años, muchos de los cuales apuntan a una revisión a fondo de los manuales publicados en el curso del siglo pasado.
  Al albur de una serie de descubrimientos que apuntan a la hipótesis que especies filogenéticamente muy cercanas al Homo sapiens desarrollaron, no hace demasiado tiempo —se calcula que unos 3.000-3.500 años atrás— una capacidad de adaptación al ambiente con el fin de procurar la propia supervivencia. A través de los restos fosilizados hallados en recónditas cuevas de algunas de las minúsculas islas que conforman el archipiélago de las Palau se baraja la hipótesis de que los primeros colonizadores de ese inhóspito enclave del Océano Pacífico debieron corregir su morfología para posibilitar una adaptación a las durísimas condiciones de vida que les había provisto la divina providencia siglos antes que se anunciara la llegada de Cristo a la tierra. La hipótesis más plausible es que, al reducir el aporte calórico, los cuerpos fueron menguando hasta que la estatura de los adultos nativos se correspondiera con la de niños de cinco o seis años de edad de la especie Homo sapiens que conocemos hoy en día. Los hallazgos llevados a cabo por los equipos de Stephen Churchill, antropólogo de la Universidad de Duke, y de Lee Rogers Berger, paleontropólogo de National Geographic, tuvieron la sospecha desde el primer momento que la acumulación de numerosos huesos en el interior de las cuevas de Palau no podía corresponderse únicamente a infantes, sino más bien la hipótesis más razonable era que se trataba de individuos adultos en su mayoría que habían acabado sus días en una suerte de santuario. Las piezas dentales encontradas en un excelente estado de conservación marcarían la pauta que de que se trataba de individuos de avanzada edad para esos tiempos —treinta años de media—, pero con la estatura propia de niños, de un metro o metro veinte de estatura a lo sumo. Sus ojos mucho más separados entre sí que los Homo sapiens, un cerebro pequeño (del tamaño de los chimpancés), una nariz achatada o la protuberancia ósea característica de los Neandertales situada en la parte superior frontal del cráneo eran otros de los rasgos morfológicos comunes de una especie sujeta a debate en estos meses o años venideros por si se trata de un nuevo eslabón procedente de nuestros ancestros los simios. Descartada la hipótesis que estos nativos de las Palau procedieran de las islas de las Flores (el espacio propio de los Homo floresiensis), distianciadas entre sí más de dos mil kilómetros, debido a que no se tiene constancia de poder haberse llevado a cabo rutas marinas tan largas en aquel periodo, de verificarse la teoría que sostienen especialistas como Mr. Churchill o Mr. Berger, los descubrimientos de éstos abren la veda a replantear, reformular ese viejo adagio referido a que los cambios de la evolución humana se miden en decenas de miles de años. Si los primeros moradores del archipiélago de Palau llegaron hace unos cuantos miles de años allí y desaparecieron hace unos 3.000 años (las preubas de radiocarbono así lo certifican) después con una morfología sustancialmente modificada habla por sí solo que la hostilidad de las condiciones de vida les empujaron a ello. La hipótesis de que un tsunami acabara con la vida de sus habitantes de un zarpazo no se sostiene atendiendo a que los dos yacimientos de huesos encontrados —de una variedad y una cantidad excepcional con un grado de conservación favorecido por parámetros relativos a la temperatura ambiental, la humedad de la zona, etc.— se sitúan en posiciones opuestas del archipiélago. Invita a la reflexión, pues, pensar que mientras se empezaba a forjar hace 3.000 años aproximadamente el pensamiento humanista y dar cabida a no pocos aspectos de lo que hoy en día conocemos como civilización, en un remoto archipiélago del Pacífico, situado 800 kilómetros al este de Indonesia, una comunidad insular buscaba su supervivencia en el mundo aun a riesgo de sufrir notables cambios en su morfología. Y todo apunta a que esas modificaciones de sustanciaron en un segmento temporal mucho más reducido del esperado. Los descubrimientos de Palau que se desarrollen en los próximos años pueden abrir la llave para refutar teorías que se daban por válidas y, de paso, ir perfilando la idea de que los eslabones perdidos no fueron la excepción a la regla sino más bien una opción más en el cada vez más complejo entramado de la escala evolutiva humana. Dentro de esta complejidad anida la derivada de lo paradójico, al pasar revista a algunos asuntos que afectan a la humanidad en nuestros días, por ejemplo, en la activación de programas involutivos que someten al individuo a niveles de vida infrahumanos. Entretanto, para la mayoría de los presos no hay juicios, no hay cargos firmes; solo sospechas, indicios… Ya se sabe, justos pagan por pecadores. Para escarnio de la humanidad, Guantánamo existe. Aun pendiente su desmantelamiento, la prisión de Guantánamo, bajo la tutela de la Administración Obama, va aligerando su población de reclusos merced a acuerdos con terceros países o naciones. Hace un par de años, el gobierno de Palau se avino a acoger diecisiete miembros de la etnia uyghur confinados en Guantánamo, previo canje económico. Hubo especies muy próximas filogenéticamente al Homo sapiens que se extinguieron, pero existen comportamientos de nuestra especie que razonan sobre que esas trazas de primitivismo están lejos de desaparecer. Por efectos de los caprichos del destino, desde hace poco conviven en un mismo espacio geográfico de unos cuantos kilómetros cuadrados dos ejemplos de supervivencia que nos pueden ayudar a recomponer el pasado (esos eslabones perdidos que superaban el metro de altura con dificultad) y replantear el futuro de la esencia de nuestra propia especie (los uyghurs). Las lecciones recibidas a lo largo de más de tres mil años es tiempo, pues, más que suficiente como para pensar que Guantánamo ya no forma parte del diccionario de la humanidad. Si no, sería como volver a esa época en donde la tierra cohabitaba una civilización que favorecía al pensamiento humanista mientras unos nativos de una diminuta isla del pacífico se aferraban a la idea de la supervivencia aun a pesar de variar su morfología hasta acercarla a la de los primates.

Enlace al documental emitido en Canal 33 (en catalán e inglés): Los cráneos misteriosos de las Palau
Localización: Las Islas Palau en Google Earth

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