Tamir Pardo, el nuevo cerebro del Mossad |
Está a punto de cumplirse treinta y cinco años de uno de los secuestros aéreos que tuvieron en vilo al mundo durante varios días. Como sucede en la actualidad con poblaciones del Norte del continente africano —Misurata, Sirte, Zahuia, etc.— que no hubiéramos ubicado en un mapa mudo de no haber obtenido celebridad merced, por ejemplo, a la difusión de las estrategias de la disidencia libia presta a derrocar al régimen del terror instaurado por el sápatra dictador Muhammad Al Gaddafi, Entebbe (situada al sur de la capital de Uganda, Kampala) obtuvo relevancia a nivel internacional por haber sido la última parada —que no destino— del avión secuestrado por facciones palestinas (con el apoyo de miembros de la banda Baader-Meinhof) en las que viajaban un total de 248 pasajeros de distintas nacionalidades. En la complejidad del operativo orquestado por el Mossad —el servicio de Inteligencia Israelí— con el objetivo de liberar al máximo número posible de pasajeros del avión de la compañía Air France estuvo Yonatan Netanyahu, el hermano mayor del actual Primer Ministro de Israel Benjamin Netanyahu. De resultas de la acción-rescate, sustanciada en la noche del 4 de julio de 1976, Yonatan Netanyahu, con los galones de Teniente Coronel, fue abatido por uno de los secuestradores, pero esos «daños colaterales» quedarían un tanto oscurecidos por el elevado número de rescatados. No lo sería para Benjamin Netanyahu, que en sus dos periodos al frente de la dirección del país israelí se ha significado por su política de mano dura para con el pueblo palestino. Razones poderosas para pensar que la venganza es un plato que se cocina a fuego lento, y que se cobra, con el paso del tiempo, una serie de gestos colaterales en forma de designaciones de cargos que no hagan más que honrar al buen nombre del hermano de sangre caído en combate. La prensa nacional, escrita o en papel, suele bombardearnos con noticias que traten de dar visibilidad a las personalidades o empresas españolas más influyentes en el orbe mundial —las listas Forbes ya son un clásico—. De ahí extraemos del peso ganado o perdido —en función del puesto del ránking que ocupen— de empresas como el Santander Hispano, Repsol, Zara o el BBVA, o de VIP’s del perfil de Adolfo Domínguez, Emilio Botín o las hermanas Koplowitz, en el ordenamiento de un mundo que gira cada vez más en torno al tándem financiero-especulativo. Pero existen otras personalidades de origen hispano que causan baja a efectos de popularidad, a la par que ganan enteros desde un (semi)anonimato. Desde las barricadas de la discreción se sitúa Tamir Pardo (1953), uno de los hombres de inequívoco ascendente hispano con mayor poder en el actual mundo globalizado. Lo es en función del cargo que ostenta desde el pasado mes de noviembre, toda vez que fuera escogido por Benjamin Netanyahu director del Mossad. Nada o poco se sabía de Tamir Pardo, quien vivió una doble identidad durante treinta años: la de un hombre hogareño y la de agente de espionaje. Con su designación saldría a la luz una hoja de servicios que tuvo su primera contribución significativa a los ojos del Mossad en su labor de intendencia —ocupaba un cargo de subalterno— en la operación rescate de Entebbe. Una designación que para Benjamin Netanyahu parecía guiado por el perenne recuerdo de su hermano mayor. En ese reparto de papeles que se establecería para la puesta en marcha de la serie de proyectos cinematográficos y televisivos que surgieron a la estela de la resolución del secuestro —Victoria en Entebbe (1976), dirigida por Marvin J. Chomsky, al parecer sin sombra de parentesco con el afamado e influyente rapsoda de la política internacional, Noam Chomsky; Brigada antisecuestro (1977) con Irvin Kershner tras las cámaras, y un tercero que entraría en vía muerta, el liderado por Franklin J. Schaffner—, el sosías de Tamir Pardo ocuparía plaza entre los figurantes. Pero desde hace unos cuantos meses el súbdito israelí se revela como una de las «armas secretas» del menor de los Netanyahu, en una etapa que puede resultar clave para la estabilidad o inestabilidad de la zona. Ese Oriente Medio y Próximo convulso cuyas soluciones pasan inexorablemente por la resolución del conflicto palestino-israelí, pero sin perder de vista un Irán que trata de activar sus programas nucleares y un Pakistán situado nuevamente en el ojo del huracán tras la aniquilación de Osama Bin Laden. Presumo que en ese operativo por derrocar al líder de Al Queda por parte de una unidad especializada del ejército estadounidense, el Mossad ha movido sus fichas. Y quien ahora mueve sus hilos no es otro de Tamir Pardo. Algún día no dudo que entre la avalancha de documentales que llegan a las carteleras, Tamir Pardo se correspondería con ese misterio por desvelar de ascendente hispano, como lo habían sido Jesús de Galíndez o Joan Pujol, álias Garbo. Un agente al Servicio de su Majestad Ben Netanyahu que participaría en una producción de capital israelí y que igualmente se echaría mano de otro de los títulos de reminiscencias bondianas, la Operación Trueno, mejor conocida por Operación Entebbe entre los estudiosos de la política internacional, y Operación Yonatan entre los correligionarios del Mossad.
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