Al ir quemando etapas en nuestras vidas el sentimiento de melancolía y de nostalgia se apodera de cada unos de nosotros como un(a) amante posesiva que clava sus tentáculos sobre nuestro corazón. En la juventud relativizamos la importancia de una infancia y de una adolescencia determinante para nuestro desarrollo, pero es en la madurez cuando evaluamos que esa etapa contiene la llave que da sentido a nuestras formas de actuar, de comportarnos y expresarnos. Con el filtro de la nostalgia calibrada, pues, desde la madurez, ese viaje hacia el pasado vira hacia líneas más estilizadas, agradables, sin nubarrones que amenacen sobre ese lienzo que contiene cada uno de los paisajes de nuestras vidas en sus fases primarias. Ahora, más que nunca, siento el pálpito de ese nuevo mundo que se abrió para un servidor a las puertas de una anhelada democracia. Sin la sombra alargada del poder embriagador y, a la par, alienador, de las nuevas tecnologías, esa infancia discurrió por los senderos de una constante y persuasiva experimentación trufada de juegos y de practicar multitud de deportes. Disfrutaba de esas mañanas de invierno cuando el sol embellecía los azulejos de los patios interiores y disfruté cada instante de aquellos veranos infinitos. Lo más cercano a un mundo virtual podría ser esas máquinas de comecocos instaladas en los bares a las que nunca hice demasiado caso. Pero, para el resto, el mundo resultaba tangible. Las bicicletas obviamente eran para el verano; los programas dobles de cine vestían nuestros sábados por la noche; la naturaleza no actuaba como una intrusa en nuestras vidas sino que formábamos parte de ella; un puñado de canicas podían, como un fuego primitivo, encender una llama que perdurara toda una tarde. Cuando leo algunos textos de Ray Bradbury veo pasar los fotogramas de esa etapa de mi vida llena de luminosidad y que marca la llave de la persona que creo ser. Conocer los orígenes de cada uno es determinante para saber a dónde queremos llegar. Muchos lo olvidan por el camino, quedando atrapados en un remolino de vanidad y soberbia. Cromos. Cine con esos fotogramas torneados de colores desvaídos que presidían los vestíbulos de las salas comerciales. El primer beso. Las canciones de Joan Manel Serrat, de La trinca. El olor de las nuevas equipaciones de fútbol que era sinónimo de estrenar un verano. Dire Straits y su Tunel of Love. Jethro Tull y su flautista de Hammelín, Ian Anderson. Las cintas de casette de Whitesnake. Deep Purple y su Made in Japan. Las paletas de madera que propulsaban decenas de metros esos artilugios alargados acabados en sus extramos en punta. El barón rampante de Italo Calvino. Los madelman. Mazinger Z. Los ángeles de Charlie alumbrando ese espacio celestial. Amo esa época de mi vida, de esos años setenta y de las primeras estribaciones de los ochenta. Allí está la arcilla con la que fui moldeado. Entendí que la vida es música, cine, teatro, familia, amigos, amar, literatura, deportes, pensar, creer, razonar…
Instalados en la Gran Depresión —no tan sólo a efectos económicos sino a nivel de escala de valores— por mucho que cierta clase política que se resiste a abandonar el poder trate de desviar la atención de esta lacerante realidad, empiezo a tener dudas más que razonables de si podemos dar por zanjada la idea de que la etapa de esplendor creativo del siglo pasado volverá a darse en un futuro, digamos, al corto o medio plazo. Pienso más bien que pasaremos por una larga y tormentosa etapa de decadencia. Hubo un tiempo que en el insti se hablaba en el recreo de músicos auténticos: Peter Gabriel, Sting, Mark Knopfler, Eric Clapton, Patti Smith, Dave Gilmour... Que alguien destinada a (Lady Gaga) ocupar plaza fuera de su horario laboral en algún que otro karaoke las viernes o los sábados de madrugada sea quien reine en el mercado musical es como para echarse a temblar. En tantos ámbitos de la cultura, la mediocridad, se intuye, el denominador común de esta recién estrenada década y las que vendrán a continuación. En algún lugar del tiempo creí reconocer el esplendor de todo aquello en lo que creo y que sigo aferrándome. Años 70-principios de los 80. That’s Right. Muchas de las cosas que hago y seguiré haciendo buscan la inspiración en aquel periodo donde las luces se imponen a las sombras por abrumadora goleada.
1 comentario:
Absolutamente magistral. (Gracias).
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