Cada año, por estas fechas, hacemos una enmienda a mejorar aspectos que competen a nuestra propia persona o nuestro entorno familiar y de amistades. Desde que tengo uso de razón siempre he considerado la amistad un valor supremo, que se va sedimentando con el paso del tiempo hasta arraigar con fuerza, quizás, en menor proporción de lo que cada uno de nosotros desearía. Hay años particularmente complejos en que ese repaso sobre la «nómina» de amistades tiene un sentido que cobra mayor importancia si cabe y al final uno se formula la siguiente pregunta: ¿he aprendido algo de esta persona? No se trata de un aprendizaje intelectual –que también— sino de una manera de comportarse, de una actitud frente a la vida... Y en este año 2010 preñado de dificultades, sin duda, he recibido una soberana lección impartida por una de esas personas que no defrauda: Tomás Fernández Valentí (1964, Barcelona). Él sabe medir las palabras, tomar la perspectiva necesaria sobre las cosas, y no abalanzarse en la toma de decisiones que luego puedes llegar a arrepentirte. A la postre, él viene a decirte, el tiempo, solo el tiempo, es el que acabará juzgando a cada uno de nosotros.
Generalmente, en ese mundo de la crítica cinematográfica —al que no pertenezco porque siempre me he considerado un outsider, pero sí observo a una distancia relativamente corta— encofrado en vanidades, egos subidos de tono e individualismos mórbidos, el elogio al compañero de profesión es una práctica residual, cuando no marginal. Si éste se produce se puede interpretar como un acto de flaqueza, de debilidad, dando por sentado que hay personas que se sitúan por encima de uno desde el plano intelectual. Un procedimiento, el de negar las virtudes al compañero, dicho sea de paso, consustancial a la idiosincrasia del Homo sapiens «hispánico». Pero para un servidor siempre me he mostrado proclive a destacar, ensalzar, reconocer, en definitiva, el talento de los demás como un acto natural sin menoscabo a zaherir mi orgullo personal (faltaría plus). Por ello, mostrar mi admiración por todo el trabajo profesional desplegado en el haber de Tomás Fernández Valentí a lo largo de veinte años es de obligado cumplimiento. La reverencia para con la labor de Tomás suele provenir de aquellos que lo han leído durante este periodo en distintos espacios, ya sea escritos en papel o en internet. Pero esta dicha se multiplicaría exponencialmente si conocieran a la persona, un privilegio del que un servidor lleva a gala desde hace bastantes años. Esta, sin duda, deviene una de las claves para entender el porqué Tomás escapa a la media —a la mediocridad, diría— y se sitúa en el pórtico de la excelencia con sus escritos: su humanidad traspúa en cada párrafo. Otra de las claves de su gran categoría como escritor cinematográfico se ilustra con un sencillo ejemplo. En el pasado mes de diciembre Nacho Cerdá —director de Los abandonados (2006)— cristalizaba, a través del proyecto Phenomena, una interesante propuesta diseñada para dar cabida en la cartelera cinematográfica barcelonesa a una operación «retro»: recuperar las programaciones dobles de antaño una vez al mes. Tiburón (1975) y Alien, el octavo pasajero (1979) —vistiendo sus mejores galas en copias en 35 m/m subtituladas, en el marco del Urgell, uno de los pocos cines de aquella época que no han sido troceados por esa otra especulación, la de los distribuidores de las salas de cine— abriría el fuego con una respuesta del público encomiable. Pues allí estaba Tomás para bendecir la misma cuando a estas alturas de su vida diez, doce veces habrá visto el film de su admirado Steven Spielberg y otras tantas, calibro, del film orquestado por Sir Ridley Scott. Con su presencia en el Urgell Tomás dejaba constancia que sigue siendo, en su fuero interno, aquel joven imberbe ávido de experiencias cinematográficas de los años setenta, atento a esos programa dobles con los que pasar una memorable tarde, mirando por otra ventana de la vida ajena a la realidad social y económica de un país cuyo Sistema Democrático estaba en pañales o empezaba a gatear. Ese amor por el cine Tomás lo ha conservado en su particular frasco ámbar, además de haber fermentado durante una veintena de años un estilo propio a fuerza de ejercitarse a diario en ese gimnasio que se localiza en nuestra azotea. La combinación de ambos factores, el de la conservación de una mirada límpia, entusiasta sobre un arte que venera, y su gran humanidad edificadas sobre unos pilares de una inteligencia (emocional y cognitiva) suprema, han dictaminado que, a mi jucio, Tomás Fernández Valentí sea uno de los escritores cinematográficos más relevantes de este bendito país. Solo los envidiosos pueden negar semejante evidencia. Una evidencia que, por otra parte, se corrobora al escribir Tomás asiduamente en la revista de crítica cinematográfica por excelencia —Dirigido por—, la mejor publicación de tintes comerciales en este ámbito —Imágenes— y la que contiene la documentación más completa, fiable y elaborada sobre cine en lengua castellana en internet —www.cinearchivo.com—. Si a esto sumamos su serie de libros escritos hasta la fecha —David Lean: la emoción y el espectáculo (2000, Ed. Dirigido, Col. Serie Mayor) sencillamente es un prodigio de obra— y sus diversas colaboraciones para otras revistas (Scifiworld, Quatermass, etc.) nos daremos cuenta que Tomás debería ocupar un puesto de honor entre la crítica de cine de este país. Solo hace falta asomarse a su blog (http://elcineseguntfv.blogspot.com/) para intuir el vértigo que causa su contribución al análisis y a la divulgación del cine. Un espacio que permite esa interacción, ese diálogo del que han sido privados durante mucho tiempo sus seguidores, aquellos que siguen acudiendo al quiosco o una librería para comprar indistintamente Dirigido por... o Imágenes, y buscar en primer o segundo término el nombre de Tomás o las iniciales tfv para saber que en esa crítica, ensayo o artículo reposará el valor de la reflexión, de la inteligencia y porqué no, un pasaporte a discrepar. Porque de eso se trata, de buscar nuevos puntos de vista que te aporten algo. Estos anónimos lectores, al fin y al cabo, han contribuido sobremanera a hacer posible que sigamos gozando a la hora de acercanos a los escritos de Tomás, consolidando una doble propuesta, la de Dirigido e Imágenes, cuyo rumbo no se enderazaría hasta pasados unos años desde su número fundacional. Siempre me alegro de los éxitos de mis amigos. El de su blog —referente inexcusable en el ciberespacio— no es más que la punta del iceberg de esa contribución que vale su peso en oro. Contar con Tomás en cinearchivo es un lujo, pero tenerlo como amigo un privilegio al que espero que accedan algún día su legión de admiradores, hombres y mujeres —muchos de ellos pertenecientes a la generación del Baby Boom, entre los que me incluyo—, diseminados a lo largo y ancho del estado español que con su fidelidad y perseverancia han afianzado un proyecto editorial que se movió en sus inicios por aguas pantanosas. El consuelo, si no llegan a conocerlo, puede provenir del sentimiento que, de algún modo, han aportado su granito de arena para el desarrollo profesional de Tomás, la grandeza de la sencillez personificada.
4 comentarios:
Muy bien y siempre muy bueno, Feliz año Christian.
Nati
Gracias. Igualmente para tí, Nati.
Un beso,
Christian
Totalmente de acuerdo, llevo leyendo a tfv desde que empezó en Dirigido y ahora también en su blog.
Efectivamente pertenezco a la generación del baby boom y es de agradecer a todas las publicaciones que se encargan de hablar(rescatar) determinado cine, al que hoy en día ya no se le presta atención (cine mudo, series b, etc)
Un Saludo y seguir por lo menos otros 20 años
Alain
Qué razón tienes Christian. Cualquier contacto con Tomás delata la exquisita persona y exquisito y loable crítico de cine que es. No se si será el que más admiro, pero desde luego está en la terna finalista.
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