Desde que repesqué en la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya hace casi un decenio Bird (1988) aguardaba expectante la compra de una edición especial en DVD sobre esta monumental producción que orilla el viejo formulismo del rise and fall («auge y caída») por lo que compete a los biopics —en este caso, el referido al saxofonista Charlie Parker—. En esta hipotética edición esperaría encontrar material extra que, además de alguna que otra pieza sobre la «revolución» que supuso la entrada en escena de Charlie «Bird» Parker en el mundo del jazz —más concretamente, el bebop—, relatara el proceso de producción, la forma cómo se gestó un proyecto que tenía todos los pronunciamentos de ser veneno para las taquillas pero que, como contrapartida, ofrecía una creación fílmica concebida con un grado de libertad inusual en el contexto audiovisual de la época, empezando por su metraje de tres horas. Al cabo, la edición que aparecería en el mercado en zona 2 no podía ser más decepcionante: Bird se ofrecía en formato digital desnuda de material adicional. A la conclusión de la lectura de Clint Eastwood. Biografía (2010, Editorial Lumen) de Patrick McGilligan (foto izquierda encabezamiento del post) con motivo de hacer una reseña del mismo para cinearchivo (enlace izquierda del blog), he despejado cualquier incógnita sobe el motivo de semejante ausencia. Al tirar del hilo de las ediciones de DVD ó Blu-Ray publicadas hasta la fecha en torno a Clint Eastwood-director y en un buen número de las que solo aparece el californiano en pantalla, la historia se suele repetir. Curiosamente, entre las excepciones se encuentra el doble DVD de Sin perdón (1992), que contiene un documental firmado por Richard Schickel... el otro biógrafo (el oficial) de Clint Eastwood. Mientras Schickel —uno de los tothems de la crítica cinematográfica estadounidense— iniciaba una serie de entrevistas con él en vistas a conformar una biografía sobre al astro norteamericano, McGilligan escuchaba no sin ciertas reservas el ofrecimiento de su editor para que se metiera de lleno a elaborar una biografía en torno aquel actor dado a conocer con los spaguetti-westerns que había ollado la cima de Hollywood tras la obtención de una doble estatuilla por Sin perdón. McGilligan y Schickel llegaron a hablar sobre el tema en alguna que otra sobremesa, pero estaba claro que cada uno seguiría caminos diferentes a la hora de abordar la vida y obra del personaje en cuestión. Schickel parecía haber ganado la partida al ver publicada su biografía en 1997 con el advenimiento del propio Eastwood; McGilligan, por su parte, experimentaría como éste le interpuso una querella en 2002 que a punto estuvo de sepultar la labor de investigación y de redacción llevada a cabo a lo largo de diez años. «Pulidos» algunos párrafos, por fortuna para McGilligan su obra ya estaba lista al final de ese mismo año para ser vendida indistintamente en librerías reales y virtuales. Ocho años más tarde, Lumen ha presentado su versión en castellano actualizada por el autor aunque sin tiempo para incluir algunas páginas sobre la última de las producciones de Eastwood estrenada hasta la fecha en salas comerciales, Invictus (2009).
Pocas veces la lectura de una biografía me ha provocado un sentimiento de mayor desazón y perplejidad que la procurada por la obra de McGilligan. Bien es cierto que se podrá argüir que McGilligan, movido por no se sabe bien qué prejuicios o malsanas intenciones, ha podido cargar las tintas en contra de Eastwood hasta provocar una distorsión sobre la realidad en aras a un ejercicio en el que prima el retrato dual sobre el personaje, el «Jekyll» y el «Hyde». Pero, bajo mi prisma, salvo que McGilligan haya comprado «voluntades» por doquier en el seno de la industria cinematográfica norteamericana, el veredicto no puede ser más demoledor y, a la par, ajustado a derecho, en torno a un personaje que ha publicitado una imagen de puertas a fuera que se revela, en infinidad de ocasiones, una cortina de humo, un mero espejismo. Para alguien que practica un cine profundamente moral como Eastwood leer ciertos pasajes del libro de McGilligan provoca que se dilaten las pupilas. No sé hasta que punto un artista está legitimado a impartir doctrina sobre la moralidad cuando tuvo siete hijos fuera del matrimonio —al menos, los que se conocen— y concibió un hijo junto a su segunda esposa —Dina Ruiz, presentadora de televisión—... a los sesenta y seis años. Estos detalles bastan por sí solos para darse cuenta que algo flojeaba en alguno de los hemisferios del cerebro de Mr. Eastwood. Todo lo que McGilligan cuenta con la aportación de infinidad de testimonios que abundan en el perfil de ególatra (solo falta echar un vistazo a los carteles de sus películas: su rostro se erige en leit motiv de prácticamente la totalidad), tacaño, vanidoso y mujeriego recalcitrante es pecata minuta frente a esa perversión de ir sembrando su semilla en el útero de algunas mujeres que querían coronar sus fantasías, los hijos o hijas de las cuales luego compensaría con algún que otro papelito en pantalla, o con visitas pactadas cada x meses o cada x años. Ya en edad de jubilación, Eastwood se descolgaría con otro vástago que alumbraría su segunda esposa, unos treinta años menor que él («no hay segundas intenciones», se vanagloriaba en repetir el icono del Séptimo Arte... en fin). En este caso en concreto —como también en el de Michael Jackson— me resulta imposible separar la persona del artista. Seguiré admirando al Eastwood cineasta, un talento inmenso tras las cámaras, dotado de un sentido de la intuición casi inaudito, aunque no comulgo con ruedas de molino de cierta crítica que ante películas muy flojas —Invictus es de un esquematismo que tira de espaldas— emplean el eufemismo «película menor». Pero ello no es óbice para quedarme con la copla, una vez leída la obra de McGilligan, que su cine no es fruto de la mirada de un humanista sino más bien la de un individuo con más oscuros que claros, más cercano al que podría corresponderse con su personaje arquetípico de fascista irredento de Harry Callahan —sin remontarse demasiado en el tiempo, éste hubiera suscrito la escena en que Eastwood persona (sic) embiste con uno de sus automóviles otro (propiedad de una mujer que no había visto nunca), estacionado en su plaza de párking de las oficinas de Warner Bros. en California (hubo juicio, uno más de una considerable lista de visitas a los tribunales)— que cualquiera de los que ha representado en pantalla a lo largo de más de medio siglo. Print the Legend esgrimirán aquellos que se coloquen las gafas de Parménides para guarecerse de cualquier tentativa de ver desmontado a su Mito. Otros, como un servidor, agradeceremos la labor de McGilligan dispuesto a no dar por bueno lo escrito por su colega Schickel. No busquen, pues, entre los extras que desfilan el Día de San Patricio por una de las arterias principales de Boston en una de les secuencias finales de Mystic River (2003) —film magistral, dicho sea de paso, rodado por el cineasta californiano con un espectacular reparto a su disposición— a Patrick McGilligan, de inequívoco origen irlandés. Más bien, McGilligan encabeza la lista negra y se sitúa en el punto de mira de la Magnum 44 de Eastwood si algún día se lo llega a cruzar por la calle... La sexta y última entrega de Harry Callahan estaría servida...
1 comentario:
Lo malo de estas cosas es que puedan ser verdades a medias, que cuenten una parte y no todo... Habría que intentar separar las vidas "reales" y las "de película", y casi por eso, a lo mejor es preferible no leer biografías...
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