Hubo algo turbador en la mirada de Jean Simmons que me inquietó y, a la par, me fascinó de ella. Su fallecimiento este pasado sábado, a los ochenta años de edad, ha supuesto para un servidor una nota de tristeza por cuanto Jean Simmons (1929-2010), desde que tengo uso de razón, ha sido una de mis actrices predilectas. Jean Merilyn Simmons fue un «animal» cinematográfico que entraría en «vía de extinción» cuando el Sistema de Estudios languideció y reparó en que las actrices que sobrepasaban la cuarentena tenían los días contados, salvo que se plegaran a participar en un segundo plano. Una realidad a la que Simmons se enfrentaría y que la llevaría a refugiarse en su adicción al alcohol. Mirarse al espejo cada día y sentir que aquel rostro angelical empezaba a corroerse en un viaje desde el «exterior» hasta el «interior» forzaría a la intérprete inglesa a un voluntario aislamiento, quebrado en puntuales ocasiones, como su presencia en la gala celebrada por el American Film Institute en el que se le tributaba un (obligado) homenaje. A la misma no pudo asistir ni Stewart Granger (1913-1993) ni Richard Brooks (1912-1992), que perecieron en tan sólo un año y medio de diferencia. Para Simmons, la pérdida de los que habían sido dos de los hombres de su vida no hizo sino acuciar su debilidad emocional y buscar amparo en los «beneficios» que le generaba el alcohol como «sedante» de un presente. Imagino que en todos estos años fuera de los focos y de la atención mediática, Jean Simmons tuvo puesto, día si y otro también, el retrovisor de un pasado que le reportaría una gloria «bendecida» por los grandes Estudios, que pugnaban por tener a la morena actriz encabezando los repartos de sus producciones. Simmons supo hacer la transición de ser un «rostro» a convertirse en una «actriz» con pleno derecho, capaz de insuflar vida a mujeres que trabajaban en el espectro del blanco y negro, pasando por una infinita gama de grises. Personalidades ambivalentes, que dejaban traslucir una bondad sin límite para, en el siguiente cambio de plano, mostrar la oscuridad y lo ténebre de sus deseos. Situada en ese frontispicio de emociones contrapuestas Simmons tuvo pocas rivales; así lo atestiguan sus papeles en Trágica obsesión (1950), El torbellino de la vida (1950), Angel Face / cara de ángel (1953) —no pudo haber tenido mejor «pareja de baile»: Robert Mitchum— y Mujeres culpables (1957), entre otros. Pero no sería hasta años más tarde cuando, a mi entender, Jean Simmons daría la medida de su potencial con tres obras de arte que el paso del tiempo no ha borrado un ápice su fuerza y su esplendor: por orden cronológico, El fuego y la palabra (1960), Espartaco (1961) y Con los ojos cerrados (1969). Historias de muy distinto cariz en las que Simmons hizo una pluscuamperfecta lectura de lo que sus directores —Brooks y Stanley Kubrick— querían que transmitieran los personajes de Varinia, la misionera Sharon Falconer y Mary Wilson, respectivamente. Por mucho tiempo que pase, no podré reproducir en mi memoria una escena cinematográfica que exprese mejor la idea de un embrionario amor surgido entre dos seres adultos como la que acontece en Espartaco entre el esclavo que da nombre al film (Kirk Douglas) y la sierva Varinia (Simmons). Alex North ayudaría a sublimar esa escena con un love theme que resuena en mi interior con la mirada puesta en la gran Jean Simmons. Esa década que se iniciaba con el estreno de El fuego y la palabra —adaptación parcial de la novela de Sinclair Lewis que significó una acerada crítica al fanatismo religioso— moriría con otra producción y dirección a cargo de Richard Brooks, dispuesto a extraer de su relación conyugal con la actriz de Desirée (1954) —llena de altibajos— un testimonio de la fina línea que separa el amor del desamor y que deriva en la voluntad de romper un compromiso que se formulaba en el altar sin fecha de caducidad. The Happy Ending es el título original de esta lúcida reflexión sobre uno más de los aspectos que incriminan a la condición humana, cuya interpretación le valió un Oscar a Jean Simmons. Si tuviera que escoger el top ten de las mejores actrices de la Historia del Cine sin duda colocaría a Jean Simmons entre éstas con los ojos cerrados. Descansa en paz allí donde estés, Jean.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
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