El seísmo
provocado por la celebración del Festival de Woodstock en el verano de 1969
tuvo sus consecuencias en forma de «réplicas» registradas al otro lado del
Atlántico, en especial una que llevaría por nombre Stamping Ground. Rotterdam
vivió su particular Woodstock, pues, con la puesta de largo de un macrofestival
que convocó a unas cien mil personas, la mayor parte proveniente de los Países
Bajos y de distintos puntos del viejo continente. Recién inaugurada la estación
estival, del 26 al 28 de junio una des ciudades porturarias más importantes de
Europa acogió un festival de música que pasaría a los anales en nuestro
continente a la hora de repartir en varias jornadas la actuación de numerosas
bandas con un denominador común: favorecer a un ambiente de libertad y
desinhibición en todos los sentidos. Algunas de estas bandas contratadas para
la ocasión por promotores holandeses ya habían participado del evento de
Woodstock, y otras como Pink Floyd ─ausentes de un macroconcierto que había
convocado a cerca de un millón de personas─ serían headliners en un
cartel ciertamente atractivo por su carácter ecléctico y la combinación de
grupos o cantautores consagrados con la de bandas o figuras emergentes del
panorama musical adscrito en mayor o menor medida al rock. Al igual que para la
confección del documental ─con un valor de calado histórico nada desdeñable─ de
Woodstock se dieron cita cineastas que años más tarde tributarían en el espacio
de producciones made in Hollywood ─en singular Martin Scorsese. Ocupando
plaza en funciones de montador─, Stamping Ground sirvió de ejercicio
preparatorio para futuros cineastas de cierto peso en la industria
cinematográfica de los Países Bajos, caso del codirector de la función George
Sluizer ─metteur en scène de Desaparecida (1989) y su «réplica»,
léase remake USA fechado en 1993─, del montador Roger Spottiswoode ─por
aquel entonces requerido por Sam Peckinpah para idéntico menester en la
producción angloamericana Perros de paja (1971)─ y del director de
fotografía Jan De Bont, piedra angular en el cine de Paul Verhoeven, quien
revolucionó la escena cinematográfica en aquella misma década. Al margen de
todo ello, el verdadero foco de interés del certamen musical Stamping Ground
cabe ponerlo en la categoría que ya atesoraban algunas de las bandas que se
subieron a un escenario rodeado por un público entregado a la «causa», en una
estampa típicamente hippie, y por una corriente fluvial por la que
transitaban patos ajenos al hecho de ser «testigos» de excepción un
acontecimiento histórico-festivo. Entre
estas formaciones de primer nivel cabe destacar a Pink Floyd y The Byrds, que habían
pasado en ambos casos por periodos de incertidumbre al tener que reemplazar a
piezas que parecían insustituibles. En el caso de Pink Floyd Syd Barrett fue
sustituido por David Gilmour, y otro tanto de lo mismo sucedería con la salida
(en su caso, temporal) de David Crosby, cubriendo su puesto Clarence White.
Curiosamente, Crosby ─una vez constituido como trío junto a Stephen Stills y
Graham Nash, y ocasionalmente en cuarteto con la incorporación de Neil Young─
sirvió de «molde» para el look de Dennis Hopper en Buscando a mi
destino / Easy Rider (1969). Ejerciendo
de codirector, guionista e intérprete del film de los «Moteros tranquilos» ─Peter
Biskind dixit─, Buscando mi destino supuso un cambio de paradigma
en el seno de la industria cinematográfica estadounidense, constituyendo su
banda sonora una muestra significativa de la efervescencia musical de aquel
periodo con nombres propios como los de The Byrds, liderada por Roger McGuinn,
el letrista e intérprete de The Ballad of Easy Rider ─todo un himno para una
generación─ que hizo acto de presencia en ese summer love en la ciudad
de Rotterdam, a orillas del río Mosa. Allí donde se dieron cita un conglomerado
de grupos que transitaban desde el rock psicodélico y/o progresivo de Pink
Floyd, Jefferson Airplane o Soft Machine hasta el blues-rock practicado por la
banda Santana ─todo un ejemplo de mestizaje─, asimismo presente en el mítico
Woodstock. Los ecos de aquel concierto que desbordó todas las expectativas
posibles no tardarían en dejarse sentir casi un año más tarde, reproduciendo
ciertos comportamientos entre el público asistente ─aunque en mucha menor
escala─ en el que, a los ojos de hoy en día, no quedaría exento el debate sobre
las consecuencias medioambientales que tamaña concentración de personas en un
espacio más bien limitado ─más aún si cabe en una zona limítrofe a un río,
convertido en un auténtico vertedero─ generaría. Daños colaterales que
para muchos de los participantes de aquel evento no parecía revestir demasiada
importancia frente a una experiencia que, a buen seguro, ha perdurado en sus
memorias para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario