martes, 20 de octubre de 2020

«LA TORRE VIGÍA» (1966) de Elizabeth Harrower: LA VIDA VALE MÁS


«Clare miraba ahora por la ventana abierta, el sendero y la puerta, ahora la página impresa entre sus manos. Los cosacos. Nadie venía. Paciencia.

    Aquella ventana era su torre vigía»

 

 

Muestra de la importancia que cobran aquellas editoriales prestas a recuperar novelas descatalogadas la encontramos en el sello Text Publishing, fundado a mediados los años noventa por Diana Gribble y Eric Beecher. Así pues, desde hace un cuarto de siglo Text Publishing ha tenido el empeño de volver a imprimir títulos clásicos de la literatura australiana, saliendo especialmente beneficiada Elizabeth Harrower (1928-2020), a quien se la había perdido el rastro desde la publicación de The Watch Tower (1966). De tal suerte, el sello aussie tomó la iniciativa de editar In Certain Circles (2014), un material que había permanecido inconcluso durante cuatro decenios fruto de un bloqueo creativo por parte de su autora. Con cierto orgullo, pues, una octogenaria Harrower vio cumplido su sueño de completar su sexta novela, después de asistir a la reedición del resto de sus trabajos literarios. Una vez más, los radares de Impedimenta han funcionado a pleno rendimiento para captar la lejana señal proveniente del continente oceánico, al que han regresado tras la publicación de Picnic en Hanging Rock (1967), de Joan Lindsay, en 2009 para editar la penúltima novela de Harrower, La torre vigía, en plena segunda oleada de la pandemia de la COVID-19 y pocos meses después de certificarse su deceso.

    Coetánea de Lindsay, Elizabeth Harrower, a punto de cumplir la treintena, al final de su etapa residiendo en las Islas Británicas, llegó a un acuerdo con la editorial inglesa Cassell & Co. para la publicación de Down in the City (1957), una opera prima en que se puede reconocer en el personaje de Stan Peterson —un representante de la middle-class del Sidney de los años cincuenta— rasgos inherentes a Felix Shaw, cuya crueldad y perfidia es descrita de manera detallada en no pocas páginas de La torre vigía, de cuya traducción al castellano para la edición de Impedimenta se ha encargado Jon Bilbao, un autor que asimismo forma del señorial catálogo del sello madrileño. Las víctimas propiciatorias de un individuo esquinado hacia comportamientos machistas, aparejados de un sentimiento autodestructivo cuyo catalizador deviene —al igual que Peterson— el alcohol, son las hermanas Laura y Claire Vaizey. «Ellas eran australianas, mortales de talla media, carentes, en buena medida, de la fragilidad y de la herencia exótica de su madre. Era natural que corrieran de acá para allá, que se despellejaran las espinillas y las caderas, que sufrieran cortes en los dedos y que les salieran ojeras en el proceso de apañárselas por su cuenta para salir adelante, tanto ellas como su madre». Así las describe en primera instancia Harrower, dejando que el paso del tiempo las libere de actitudes propias de adolescentes y entren a formar parte integral de un mundo adulto que las reserva la tragedia de saberse dominadas por un ser abyecto que tras someterlas —especialmente a Laura, su empleada en una próspera fábrica de chocolate, con quien llega a contraer matrimonio sin que medie el enamoramiento— al chantaje emocional, al maltrato psicológico y físico (aunque sin cargas las tintas por parte de su autora), las gratifica materialmente al asumir un cierto grado de culpabilidad por sus acciones. En ese círculo vicioso transita la trama de una novela que para su tercio final introduce un cuarto vértice, el joven Bernard, fundamental a la hora de alentar a una de las hermanas Vaizey a decidir sobre su propio futuro alejada de la «aniquilación» de la personalidad que significa permanecer junto a Felix Shaw.

    Indiscutiblemente, una novela de las características de La torre vigía gana plena vigencia en la actualidad, siendo la voz de Harrower una de las primeras en alzarse para denunciar a través de su fluida prosa, cargada de matices, el comportamiento de un estereotipo de machos que lejos de representar un complemento para el sexo femenino se han convertido en sus principales depredadores, al activar en ellas unos mecanismos de anulación que pueden derivar en el suicidio.         

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