Constituidos en primera instancia en
trío, a David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash se les presentó una
oportunidad de oro para promocionar su disco de debut en el marco del Festival
de Woodstock, a celebrar entre el 15 y 18 de agosto de 1969 en el municipio de
Belbel, situado a unos veinte kilómetros al norte de la ciudad de Nueva York. El
segundo track de la cara «A» del disco Crosby,
Stills & Nash (1969) quedaba reservado al tema compuesto por Graham
Nash “Marrakesh Express”, que junto a “Suite: Judy Blue Eyes”, fueron escogidos
los singles de esta opera prima
provisionada de unos acordes folk-rock
y de unas voces que les otorgaron de facto
un trazo distintivo dentro de la vanguardia musical. El tema “Marrakesh Express”
sonó con toda su intensidad en aquel descomunal recinto al aire libre en una de
esas jornadas que para muchos de sus asistentes quedarían grabadas a fuego en
sus vidas. Empero, hubo algunos grupos y solistas que evitaron a toda costa
participar en eventos musicales de características similares al considerar que
sus actuaciones habían quedado diluídas en el conjunto de unas sesiones
maratonianas. En cambio, otros no tardaron en desaprovechar la ocasión de vivir
una experiencia que combinara el sentimiento de camaradería entre músicos y el
ejercicio de una profesión que requería de fuertes dosis de persevancia para
cosechar el éxito anhelado. Así pues, los grupos Sha-Na-Na, Ten Years After y
Grateful Dead, y la solista Janis Joplin en apenas un hiato de un año se subieron a un tren rápido cuya estación termini no era la popular
ciudad de Marruecos, lugar de perenigraje
recurrente para artistas iconoclastas a su paso por el norte de África, previa
visita al viejo continente. La última estación programada por el Festival
Express correspondía a Calgary, ciudad situada al Oeste de Canadá. La historia
de ese festival que surgió tras la sombra alargada de su homólogo de Woodstock
sería rescatada del ostracismo por el cineasta Bob Smeaton, especialista en
documentales sobre el mundo del rock en sus distintas acepciones. El británico Smeaton trabajó sobre la base del material original registrado por la cámara de Frank Cvitanovich.
Presentado en una de las secciones no
oficiales del Festival Internacional de Cine de Toronto en septiembre de 2003, Festival Express cuenta con el aliciente
de mostrar la última actuación de Janis Joplin en una serie de conciertos
multitudinarios celebrados en estadios al aire libre. Un volcán en erupción sobre
los escenarios que deleitaría al público canadiense con esos desgarros vocales,
acompasado con unos movimientos eléctricos que llegan al paroxismo con el tema “Tell
Mama”. Smeaton contó con la participación del veterano director de fotografía
galés Peter Biziou –colaborador de Alan Parker, Jim Sheridan y Peter Weir, entre otros— a la hora de armar una pieza
documental de indudable valor para los seguidores de esa estrella fugaz llamada Janis Lynn Joplin fallecida pocos meses
después de la conclusión del Festival Express. Pocas señales de deterioro
físico y sobre todo anímico muestra la cantante y compositora texana al reparar
en el contenido de este documental tutelado tras las cámaras por Bob Smeaton.
Más bien Joplin se siente «hermanada» con aquel espíritu comunitario que reinaba en aquel tren de alta
velocidad que cubrió buena parte de la red ferroviaria de Canadá, desde el
arranque en Toronto hasta Calgary con una parada «imprevista» en el itinerario marcado por los organizadores. Sería la que se produjo
en Saskattont, bajándose del express multitud
de músicos con el objetivo de reponer las bebidas, inexistentes una vez
cubierto algo más del ecuador del trayecto. La propia Joplin, acompañada por el
frontman de los Grateful Dead Jerry García sobre los escenarios de Calgary, se
mostraba exultante al haber recibido como regalo una botella de tequila en el
curso de una noche en que resonaría su característico aullido vocal con ecos de blues.
Un territorio abonado a otros de los viajeros
del Festival Express, Buddy Guy, quien transcurridos más de treinta años desde
aquel evento, no podía borrar de su memoria el haber compartido una experiencia
de tal calibre junto a Joplin, los Grateful Dead o The Flying Burrito Brothers,
entre otros, aunque ello comportara que no pudiese conciliar el sueño más de
una hora en el interior de esos vagones aromatizados
de marihuana. Por el contrario, al ser considerados conforme a un emblema
nacional, los canadienses The Band quedaron confinados
en uno de los vagones, a resguardo de la posibilidad que el sueño roto y un
exceso etílico propiciara una deficiente actuación sobre los escenarios. La
ejecución de los temas “Slippin’ & Sliddin”, “The Weight” y “I Shall Be
Released” muestran el poderío de un quinteto de músicos —Levon Helm, Rick
Danko, Richard Manuel, Garth Hudson y el «capitán» Robbie Robertson— a los que les aguardaba al final de esa década un
concierto-homenaje de despedida que se situaría entre lo más granado de los documentales
sobre música: The Last Waltz (1978).
Su director, Martin Scorsese, había ganado experiencia en esta especialidad del
documental precisamente como miembro del equipo de montadores de Woodstock
(1970), abonado a una tarea ingente a tenor de las centenares de horas de grabación
que se quedarían fuera del montaje final. Por lo que atañe al Festival Express,
Bob Smeaton y su equipo barajaron incluir en el final cut actuaciones de Traffic, pero por cuestiones de derechos
quedaron fuera de esta valiosa pieza documental cuya puesta de largo en el
estado español corrió a cargo del Festival In-edit en octubre de 2003, solo un
mes después que pudiera verse por primera vez en la ciudad que vio arrancar el
27 de junio de 1970 ese tren trufado de figuras del blues, del rock y del folk
contratados por la empresa de Eddie Kramer, un promotor que no dudó en propinar un puñetazo al alcalde de
Calgary cuando éste dio la orden que el concierto a celebrar en su ciudad sería
gratuito. Si hubiese sido de esta forma, el descalabro financiero estaba servido.
Con su acción pugilística, salvaría algunos de los muebles. Con todo, la experiencia valió la pena y en un acto de fe Walker expresa a cámara que volvería a repetirla, pero haciendo algunos cambios.
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