La primera vez que tuve conocimiento de la
existencia de un escritor llamado con el peculiar nombre O. Henry. fue en los
años noventa, a resultas del visionado por televisión de Cuatro páginas en la vida (1952), cuyo título original —O. Henry Full House— razona sobre la
popularidad que en el ecuador del siglo XX aún seguía arrastrando quien había
sido juzgado por un hurto a una entidad bancaria en su etapa de empleado y
luego enviado a prisión por espacio de tres años. Una quinta de las páginas —correspondiente al episodio
rodado por Howard Hawks— sería arrancada
para su estreno comercial. De ahí que la distribuidora española jugara con el
número de episodios que se conservaron —tres de los cuales dirigidos por
cineastas con el nombre de pila Henry, a saber Hathaway, King y Koster; el
cuarto corresponde a Jean Negulesco— para armar
el título de estreno en nuestro país, en detrimento de hacer cualquier alusión
a O. Henry, un escritor poco (re)conocido por estos lares. Dada la dificultad
en encontrar ediciones en castellano de relatos escritos por O. Henry AKA
William Sidney Porter (1862-1910) abandoné cualquier tentativa de leer parte de
su prolífica obra.
Ya
situado en los estertores de la segunda década del siglo XXI doy cobertura a
una vieja promesa, la de satisfacer
la lectura de un escritor que hizo de su paso por la cárcel su particular
escuela a la hora de ir moldeando una formación que, a la postre, se convirtió
en la profesión presta a ofrecerle proyección internacional. Huelga decir que
el cinematógrafo, en su periodo silente, se benefició sobremanera de sus short stories, el género que cultivó con
mayor asiduidad. Los lectores empezaban a tomar la medida de sus escritos,
llegando a popularizarse la expresión «un final a lo O. Henry». De éstos levanta acta
la selección de relatos cortos de O. Henry publicados por el sello Nørdica, siguiendo así la
estela de la recuperación de autores estadounidenses —una de sus diversas
líneas de actuación— integrados en un selecto catálogo. Diecisiete «cápsulas literarias» que nacen de una de las
colecciones de relatos de O. Henry clásicos por antonomasia, The Four Million (1911), un título que
alude al número (en cifras redondas) de habitantes que contaba la ciudad de
Nueva York a principios de la pasada centuria. En realidad, la antología
original constaba de veinticinco historias cortas, llevando a cabo Nørdica un cribaje y un cambio de orden de las
mismas. Ello no debería restar interés por un volumen titulado Historias de Nueva York, que encuentra a
mi juicio en Después de veinte años y
Una historia sin un final un par de
delicatessen ilustrativas de ese don para que en las últimas líneas vire el relato hacia un espacio que crea
desconcierto y/o sorprende al lector. Textos amueblados con un uso preciosista
del lenguaje en su afán descriptivo de individuos y situaciones en el marco de
la que vino a denominarse andando los años la «Ciudad de los Rascacielos». Algunas de estas «cápsulas» favorecen a pensar que O.
Henry serviría de fuente de inspiración para posteriores generaciones, caso de
Ray Bradbury, con expresiones del tipo «Y en la cara de la
señora de James Williams estaba registrada toda una biblioteca en tres
volúmenes de los mejores pensamientos del mundo», inegrados en el relato
Hermanas del círculo dorado. No en
vano, se trata de un título de resonancias bradburianas,
las mismas que se dejan sentir en el último párrafo de la historia de marras: «Así conoce una hermana de la banda del aro-dorado de boda a
otra que se encuentra bajo la luz encantada que brilla solo una vez y
brevemente para las dos. Por el arroz y los lazos de raso cobran conciencia los
simples hombres de las bodas. Pero la novia conoce a la novia con solo una
mirada. Y entre ellas se transmiten rápidamente, un un idioma que el hombre y
las viudad ignoran, comprensión y consuelo». Amén de su conexión con otro cuentista de
tronío como Bradbury, O. Henry deja constancia con estas breves líneas de su
profundo conocimiento del alma humana
femenina, protagonista de varios de los cuentos que jalonan estas Historias de Nueva York, una lectura para
ser degustada, a poder ser, más allá de
medianoche.
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