Desde que
Thomas Mann (1875-1955) fuese el primer alemán en obtener el Premio Nobel de
Literatura, en 1929, pasaron cuarenta y tres años hasta que otro de sus
compatriotas, Heinrich Böch (1917-1985), recibiera semejante distinción. Ocurrió
en 1972, siendo Böch quien precedió a un autor que asimismo hizo historia en
los premios otorgados por la Academia Sueca instaurada por Alfred Nobel, Patrick White
(1912-1990), hasta la fecha el único australiano en obtenerlo, aunque nació circunstancialmente en Inglaterra. De manera
sintética, al otorgar el galardón a White se consensuó por parte de los
integrantes de la Academia con derecho a voto una frase que cobra carta de
naturaleza a la conclusión de la lectura de Voss
(1957): «por un arte narrativo épico y psicológico que ha introducido
a un nuevo continente a la literatura». Una lectura que atiende al relato de John Ulrich Voss,
apodado «el alemán», quien a mediados del siglo XIX
comandó una expedición al corazón de Australia, en el tan temible como
fascinante outback, territorio apto para
estudios antropológicos con una patina de mitología.
Autor de cuatro novelas publicadas —Happy Valley (1939), The Living and the Dead (1941), The Aunt’s Story (1948) y The Tree of Man (1955)— antes que viera
la luz en las librerías Voss, parece
evidente que White tuvo en la literatura germana cultivada, entre otros, por
Thomas Mann, una influencia más que notable. En sus años de juventud visitó en
diversas ocasiones Alemania y en algún momento de su itinerario personal e
intelectual tuvo constancia de las expediciones australianas llevadas a cabo
por el explorador, aventurero y zoólogo Ludwig Leichhardt (1813-1848). La primera de las mismas quedó consignada en
1846, aproximadamente el mismo periodo en que White sitúa el punto de partida
de su quinta novela, aquella capaz de dimensionar su calidad de estilo hasta
unos límites que alcanzan la excelencia en prácticamente cada uno de los tramos
de la historia. Lo hace a través de unos mecanismos que, excusa decirse, transporta al lector a ese espacio
remoto aussie con la precisión de un «cirujano de la palabra escrita», superponiendo los planos de las emociones —esencial, por ejemplo, para
desentrañar el vínculo “casi místico” que se establece entre Laura Trevelyan, sobrina de uno de los filántropos que cubren los gastos de la expedición, y
el personaje epónimo—, el descriptivo, el geográfico y el narrativo. Incluso,
podríamos colegir que existe un plano sensorial y otro olfativo, en la manera cómo
“atrapa” a su presa —léase lector— y no la “suelta” hasta la última página, la
518 en una esplendosa edición a cargo de Impedimenta que rescata para nuestra satisfacción un texto publicado por primera
vez en lengua castellana por el sello andaluz Ícaro, en 2008, con un título «Tierra ignota». En esa tierra ignota discurre, pues, un relato
que anexiona lo épico y lo psicológico, los dos conceptos clave que razonaron
los académicos a la hora de otorgarle el Nobel de Literatura a White. Al cabo
de leer Voss con una pluscuamperfecta
traducción a cargo de Raquel Vicedo, el pensamiento que me sobreviene es que he
convivido durante unas cuantas horas con algunas (medido en centenares) de las mejores
páginas de la literatura del siglo XX, situándola por derecho propio, a día de
hoy, en mi particular top ten de novelas leídas a lo largo de mi vida, aproximadamente
un millar. Soy consciente que hay frases y expresiones de Voss que dormirán conmigo
para siempre y espero no tardar demasiado en releer esta pieza maestra que
parece, por momentos, trazar una línea en
la sombra en paralelo a El corazón de
las tinieblas (1896) de Joseph Conrad, en ese doble viaje entre lo místico
y lo alegórico. Al calor de la lectura, sobre todo en su tramo final, no he
descuidado el recuerdo que pesa sobre mí una novela como Las arenas de Kalahari (1960) de William Mulvihill, en que por
momentos observaba el personaje de O’Brien proyectado en la mesiánica figura de
Voss. Una novela al que el cinematógrafo hizo justicia merced al mago reformulado
en director y guionista Cy Endfield. En relación a Voss, la idoneidad de Peter
Weir para adaptarla sería quizás el último o penúltimo gesto para redimensionar
su obra fílmica y, a la par, contribuir a sacar de la oscuridad (fuera del continente oceánico) una novela que afianza el
valor de la literatura como un ingrediente
fundamental para la alimentación espiritual,
intelectual y sensorial del ser humano.
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