Puede que
centenares de miles de personas de Catalunya contemplen el 9 de noviembre de
2014 como una fecha clave para el devenir de sus vidas y sobre todo del anhelo
de contribuir a la creación de un estado independiente, segregado del estado español. A todo gesto, acto, posicionamiento, idea, expresión le surge su
contrario. En este sentido, el movimiento independentista catalán que ganaría
adeptos para la causa en junio de 2010 —creo que ese fue el verdadero punto de
inflexión en razón de la manifestación por el recorte del Estatut realizado por
el Tribunal Constitucional; luego el 11-S de 2012 y el de 2013 vinieron a
refrendar un posicionamiento en defensa de la terra— no es una excepción ya que los denominados partidos nacionales,
los que abogan por un estado federal (PSOE, UPyD)) o por mantener el status quo (léase PP) han movido ficha
en el sentido de evitar a toda costa la celebración de un referéndum en
Catalunya. Choque de trenes dirán algunos. Si vale el símil más bien un tren
AVE frente a un tren de mercancías al que se van uniendo más unidades en forma
de vagones a medida que el gobierno del PP se empecina en obviar el tema y
acogerse a la Carta Magna
como si fuera el único salvoconducto para preservar la unidad (sic) del estado
español.
Nací y resido en Catalunya desde hace
cuarenta y seis años, es decir, toda una vida. Este es un país para algunos,
una comunidad autónoma (menudo eufemismo en los tiempos que corren) para otros o un lugar para existir (para los menos; los que nos guiamos por una concepción
más universal acorde a un pensamiento utópico) bastante curioso. He recorrido
las calles de sus principales ciudades, he visitado centenares de pueblos, he
transitado por carreteras de toda condición en vehículo, pero también en
bicicleta y sigo creyendo que es un rincón del mundo maravilloso. Quiero a Catalunya y a su gente. Muchos quizás lo desconozcan pero dirigí y coedité la primera
revista de cine en lengua catalana de periodicidad mensual, Seqüències de cinema, y el próximo año
se cumple el veinte aniversario de mi primer libro, La generació de la televisió: la consciencia liberal del cinema americà
(1994). Leo, hablo y escribo con corrección el catalán. Para el uso diario,
en la forma de relacionarme con los demás, el catalán es mi primera lengua.
Pero no me siento nacionalista e independentista por la sencilla razón que considero el idioma un
factor de enriquecimiento, no conforme a un arma arrojadiza que divida a unos y
a otros. El tener una lengua propia es una condición necesaria pero no
suficiente para que un pueblo decida segregarse de un crisol de pueblos
denominado España. Los que básicamente contemplan la vida desde el prisma
económico el independentismo es una razón de peso para justificar su voto
afirmativo en caso de darse vía libre a un referéndum. Desde hace tiempo he
calibrado en mi fuero interno que la cultura y la difusión de la cultura forma
parte de mi «ADN». Y desde esa perspectiva niego la mayor que un
hipotético estado catalán nos conduzca a una prosperidad cultural. Más allá del
folclorismo con el que los dirigentes políticos juegan a su favor para arrimar
el agua a su molino (electoral), nos encontraríamos ante un país encallado en
tantas disciplinas artísticas, obligado a exportar talentos porque la demanda
interna se situaría bajo mínimos pese a ese factor “corrector” en forma de
subvenciones. Por ejemplo, siete millones camino de ocho no da para forjar una
industria cinematográfica “a la catalana”. Un par de planos a vista de pájaro
en una producción de Zack Snyder sería el presupuesto de un cine cuyos
productos acabarían derivándose a la pequeña pantalla, y en concreto, a la sacrosanta casa de TV3 donde
alimentarían el bulo de la existencia de una robusta cinematografía catalana
apadrinada por Ventura Pons en una suerte de video promocional. ¿O acaso creemos
que la cristalización de la independencia catalana llevaría aparejado una
explosión de consumo de la cultura autóctona? Me temo que no sería así. Conozco
la idiosincrasia del pueblo catalán. Salvo excepciones, aquellos tutelados por
un independentismo mórbido (los que
operan en la órbita de Ómnium Cultural y demás entidades apostadas en los
aledaños del gobierno, los que les dan de comer en forma de generosas
subvenciones) prefieren leer en castellano; van a ver películas dobladas al castellano porque aunque les quedara
otra, ya se sabe, la fuerza de la costumbre es un arte en sí mismo; sus guías
musicales se expresan en la lengua de John Milton, y el consumo de videojuegos,
mejor en versión norteamericana que
lucen más. Y no hablo de oídas. Seqüències
de cinema nació cuando se cumplía el centenario del cine. Entonces, existía
un bosque de revistas de cine en
lengua castellana, hasta un total de ocho. La lógica dictaba que protegieran
una iniciativa privada que apostaba por una publicación en catalán. La dejaron
caer. No tuvo subvenciones. Me sentí orgulloso de esa revista por su vocación
universal. www.cinearchivo.com
hubiera podido desdoblarse en www.cinemaarxiu.cat
como una herramienta de consulta válida para el sistema educativo vehiculado en
la lengua de Salvador Espriu, pero han preferido gastarse el dinero, por ejemplo, en el servicio
de cátering de actos pronacionalistas, como diría el sinpar José María García,
reservados a estómagos agradecidos… al poder. Ese poder al que importa la pela (Money, of course) pero hace oídos sordos a esa cultura que no opera
sobre el terreno del folclorismo, del localismo a ultranza. Los
independentistas llevan en mente una idea de país que un servidor no comulga.
No me interesan sus planes; no son los míos. Mi bandera es la cultura y su
difusión. Pero la cultura con mayúsculas, no la de cartón de piedra que aboga
por un sentimiento identitario de signo localista. La que se sostiene con
cimientos sólidos debido al material con el que ha sido efectuado y la que viaja de una parte a otra del planeta
sin que nos interroguemos sobre su procedencia. Quizás me equivoqué de país al haber nacido,
pero sigo amando esta tierra con una de las lenguas más hermosas que existen en
armonía con la lengua castellana, cuya riqueza no es sino una prolongación de
la existente en un crisol de identidades que opera bajo la “marca” España.
3 comentarios:
molt be crhistian de acuerdo en todo ´solo matizar que lo que dices del mundo de la cultura se puede exportar a cualquier sector por ejemplo al deportivo se subenciona al la UAB de perpiñan y se deja morir el rugbi catalan
No se qué entenderás tu por "cultura en mayusculas" pero las culturas con mayor difusión mundial estan todas arraigadas al propio localismo que les hace de sustrato... Dicho de otro modo, a estas alturas el independentismo catalan no se sustenta en la sardana i els castellers. La cultura catalana es transversal, está diversificadísima i és milenaria... Un ejemplo: Camaron revolucionó el flamenco desde Catalunya, con el bajo de Carles Benavent y los arreglos de Joan Albert Amargós. Catalunya posee una CULTURA con mayusculas... Y no me piques que te pongo una docena de ejemplos que deberías conocer :-)
Interesante
Publicar un comentario