Luis Aragonés, el «sabio de Hortaleza», insistía over and over que el campeonato liguero balompédico se dilucidaba en las últimas diez-doce jornadas. Llegada a esa altura de la competición ya no queda margen de maniobra. A la estela de lo sucedido el pasado campeonato con el chileno Manuel Pellegrini (un auténtico gentleman) sentado en el banquillo del equipo merengue, se puede dar la paradoja que frisando un récord absoluto de puntos en el campeonato, el Real Madrid se quede a las puertas de la conquista de la Liga BBVA 2010-2011. La diferencia de puntos existente con su «eterno rival», el FC Barcelona, no es insalvable, máxime cuando queda un partido por disputar en el Santiago Bernabeu, el estadio que está siendo un fortín para el conjunto blanco en lo que llevamos de temporada. El Barcelona, por su parte, sigue demostrando su poderío y no parece que la curva en sentido descendente se vislumbre en un futuro cercano. El acostumbrarse a la victoria puede llegar a provocar un cierto agotamiento o colapso, pero ha habido un par de situaciones en un corto espacio de tiempo que me llevan al convencimiento que en el tramo final de la Liga el Barça no fallará y saldrá nuevamente campeón. Por tierra, mar y aire desde distintos medios de comunicación se ha querido buscar algún resquicio, alguna grieta en el cascarón de esa nave blaugrana que comanda de manera majestuosa Josep Guardiola. Una vía de agua que tan sólo parece anidar en la mente de algunos (pseudos)periodistas dispuestos, a toda costa, a variar el rumbo de ese navío azulgrana con la intención de que quede varado en algún punto indeterminado del océano balompédico y, por consiguiente, dejar el camino expedito para el barco con bandera blanca, no la que simboliza la rendición, sino la reivindicación de ese equipo ganador que ondeaba en el pasado. La calumnia se cobraba, pues, esta semana, una nueva alianza en forma de velada alusión a que el conjunto blaugrana podría valerse del dopaje como revitalizante ante tanto hastío de victorias. A renglón seguido, el desmentido de la COPE —que tiraba la piedra y escondía la mano: el Madrid, al parecer, había filtrado semejante infundio— se solapaba con la noticia de la operación de urgencia a la que se debía someter el defensa Eric Abidal, al que le debían estirpar un tumor localizado en su hígado.
He visto reconocer estos días en las miradas de los pesos pesados del vestuario azulgrana la indignación por esas palabras proferidas desde las ondas con acuse de recibo, pero al mismo tiempo la ilusión por contribuir a que la mejora de Abidal tenga el calor necesario que le procuran sus compañeros de vestuario y sobre el terreno de juego. Esa doble motivación gestionada desde distintos ámbitos del alma culé, harán imbatible a este equipo que si en el terreno de juego brindó algunas de las mejores páginas de fútbol de la historia de la pasada década siguen teniendo en su calidad humana un factor que les hace más cercanos al corazón del aficionado, incluso aquellos que no profesan la fe azulgrana. Del feed-back creado para con el seguidor blaugrana habla por sí solo esa muestra de cariño expresada en forma de ovación en el minuto 22 —si, el de Antonio Puertas y el de Daniel Jarque— en el partido que enfrentaba al FC Barcelona y al Getafe de Michel en el Camp Nou. Una muestra de cuán grande puede ser ese fútbol que une lazos entre lo humano y lo deportivo. Allí estuvo el Madrid para levantar acta de esa señorío que tantas veces ha perdido en las salas de prensa —con un Jose Mourinho ensimismado en un protagonismo que tiene mucho de teatro… del absurdo (lo de sus trifulcas con el calendario de los partidos está en relación con la obra de Ionescu)— y en los terrenos de juego cuando Ramos y Pepe sacan la motosierra a pasear, dejando en mantillas algún que otro cruce de cables del, por otra parte, genial Dani Alves. En el videomarcador del coliseum blanco lucía la imagen de Abidal y el público merengue estuvo presto a ovacionar en un gesto que les honra y dignifica. Espero que ese mismo público sepa rendirse una vez más al arte blaugrana cuando el equipo de Pep Guardiola acuda al Bernabeu y salga airoso del envite en forma de empate o victoria, pasaporte inexcusable para dar carta blanca a esos fastos que se preveen para el mes de mayo en la capital barcelonesa. Y ahí estará en el corazón de Víctor Valdés, Xavi, Piqué, Iniesta, Busquets, Pedro, Messi, Villa, Keita… el recuerdo perenne del compañero convaleciente de una operación que invita al respeto. Pasarán los años y recordaremos aquel grupo de futbolistas del FC Barcelona medidos desde la excepcionalidad, pero no tan sólo enfrentados a sus rivales en el terreno de juego sino desde una calidad humana que Pep Guardiola —cum laude en esta y tantas otras materias— ha sabido inculcar, alimentar y potenciar con buen tino. El fútbol no deja de ser un deporte… practicado por seres humanos. Imagino al francés Eric Abidal recorriendo esa banda izquierda como un fondista keniano (de ahí su sobrenombre) en el Santiago Bernabeu, elevando la mirada al estilo de un mariscal de campo y, tras un precioso centro, brinda a Messi un gol en bandeja (en el minuto 22) que rubrica un campeonato. En las ausencias es cuando damos verdadero valor a determinadas personas. Eric lo ha sido para el vestidor blaugrana, sobre todo en las últimas temporadas, y como todo en la vida tiene retorno, allí estarán sus compañeros para dedicarle una victoria que cobra una dimensión humana que reconforta fuera de lo estrictamente deportivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario