Una de las últimas entrevistas que leí a Neil Young explicaba que pasaba por una etapa en que escuchaba mucha música clásica con el propósito, al margen de otras consideraciones, de ir tomando nota de la estructura melódica de multitud de partituras. Para Young, el aprendizaje en la vida del artista no concluye cuando se doctora ante un público que abarrota un estadio de proporciones, cuanto menos, olímpicas. Muchos confunden el precio de la fama con el del compromiso artístico. Su alma de cantante, compositor y multiinstrumentista es inquieta, sagaz y persuasiva. Si al cabo de la conclusión del libro Neil Young: una leyenda desconocida (2009) me hubieran preguntado porqué derroteros artísticos se manejaría el canadiense en un futuro inmediato, no me hubiera atrevido a vaticinar pronóstico alguno. Imprevisible, esa hubiera sido la respuesta.
Cumplido un año sabático que me he tomado en relación a escuchar música de Neil Young —distanciarse de lo realizado siempre resulta una buena terapia para llevar a cabo nuevos proyectos con mayor fuerza si cabe—, el regreso sobre la obra del artista norteamericano viene presentada en forma de compacto con la denominación de origen de Daniel Lanois —colaborador, entre una larga nómina, de Peter Gabriel, U-2 y Bob Dylan— en el apartado de producción que, a la postre, ha redundado a la hora de titular el disco. Ha transcurrido una semana desde la preceptiva compra; un ritual de obligado cumplimiento para un servidor como ir a ver la propuesta anual de Woody Allen, aunque me genere dudas sobre si asistiré a una representación de déjà vu. Diez, quince escuchas que van penetrando. Buena señal. El mal de San Vito se apodera de mi pierna derecha al compás de Peaceful Valley Boulevard. Otra buena señal. Aquella figura filiforme embutida en el traje de indio que empezaba a hacer sombra al vaquero Stephen Stills, el frontman de Buffalo Springfield, manda, después de más de cuarenta años, señales de humo al espacio musical a través de unas letras cargadas de sinceridad concentradas sobre todo en la canción Hitchhicker. El propio Neil Young levanta acta de sus excesos —anfetaminas, cocaína, marihuana... un cóctel demasiado indigesto para alguien que quisiese ser eterno sobre los escenarios— en esa autopista vital que ha dejado en la cuneta un rosario de amigos —el último de los cuales Ben Keith (1937-2010), su fiel escudero—, y procurada un número de canciones que se cuenta por varios centenares. Con este background es tarea fácil que esos ríos de desbordante caudal creativo no acaben desembocando en un mismo mar de sonidos por mucho que Lanois haya dado su toque de gracia en los estudios de grabación. Fuera de Crosby, Stills, Nash & Young, y los referidos Buffalo Springfield, y dando por descontado que Crazy Horse ha sido un grupo hecho para y por el canadiense, cuando un artista o grupo trabaja con Neil Young sabe del riesgo que corre, nada favorecedor para sus egos. Bien lo saben los componentes de Pearl Jam, quienes nunca más supieron de ese propósito de enmienda a la paridad cuando se acercaban los días previos para grabar Mirror Ball (1995). La voz y la guitarra bastan a Neil Young para plantar cara en los estudios de grabación con la insolencia propia de ese joven que hacía autoestop con destino a la soleada california, la tierra de la gran promesa, visitada nuevamente en las letras del superlativo Peaceful Valley Boulevard. Ocho temas que crecen, maduran a cada escucha si tomamos conciencia de donde viene Neil Young y que la búsqueda de lo infinito es el espacio musical donde él habita. Ahora se presenta desnudo de su habitual parafernalia instrumental —ora el órgano, ora la armónica, el piano...— extrayendo una gama de efectos sónicos de esa guitarra blanca, nívea, que destila una fuerza embriagadora, en algunos de sus acordes en perpetuo rozamiento con las esencias de ese buque insignia del álbum Freedom (1989), Rockin’ the Free World, que parece corporizarse por momentos en los temas Peace and Love y Hitchicker, y que me devuelve a la memoria el sonido sucio del Monsters (1994) de R. E. M. cuando reparo en el tema que abre La Noise (2010). Otra conexión con la banda de Athens asoma al calor de la escucha de ese Angry World, que parece creada ex profeso para que Michael Stipe amortigue su voz rocosa, personal e instraferible en esa nube sónica diseñada por Lanois. Pero aún con este par de referencias a uno de mis grupos favoritos es Peaceful Valley Boulevard la pieza de inescrutable belleza recorrida por un magisterio de sinceridad, de saber leer en las entrañas de uno mismo para proclamar en voz alta las debilidades de un ser humano en perenne gratitud para con su esposa Pegi Young, esa compañera de viaje a la que susurra una y otra vez a la oreja Walk with Me. Walk with Us, en tu 65 aniversario, Mr. Soul Man. Gracias por hacernos creer una vez más en la música. Esa música que nace para ocupar plaza en las estanterías reservadas a las obras inmortales. A este paso, la discografía de Neil Young pronto cubrirá toda una renglera. Y esta será nuestra dicha. Happy Birthday, Neil.
Invitación a ver y escuchar el videoclip de Peaceful Valley Boulevard de Neil Young en Youtube
Invitación a ver y escuchar el videoclip de Peaceful Valley Boulevard de Neil Young en Youtube
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