miércoles, 17 de julio de 2024

«ENTRE LOS MUERTOS: TIEMPO NO PERDIDO, 2» (1949) de STANISLAW LEM: LAS TRIBULACIONES DE UN ASPIRANTE A MÉDICO EN LA POLONIA OCUPADA

Cuando un escritor alcanza un prestigio a nivel internacional que le procura un «estatus» de clásico presto a ser admirado por varias generaciones, empiezan a aparecer en el mercado editorial las denominadas «obras de juventud». En la mayoría de ocasiones se trata de esbozos de futuros trabajos de enjundia, piezas que pueden anticipar un talento emboscado merced a algunos destellos de genialidad, pero sin mayor recorrido. Para tal menester, las editoriales de turno se esmeran en publicitar semejantes «obras de juventud» conforme a un descubrimiento digno de ser conocido por el lector atento al devenir profesional de un determinado autor o autora. Al cabo, el sentimiento de decepción suele predominar cuando nos enfrentamos a este tipo de obras propias de escritores en ciernes que andando los años lograron situarse en un lugar privilegiado de la Literatura Universal. Nada de ello ocurre, a mi juicio, cuando concluyo la lectura de Entre los muertos. Tiempo no perdido, 2 (1949), una suerte de continuación de El hospital de la transfiguración (1948), sendas piezas escritas por Stanislaw Lem en los años inmediatamente posteriores a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. En virtud del hecho que El hospital de la transfiguración vaya, a día de hoy, por la novena edición, la lógica dictaba que el sello Impedimenta no dejara pasar la oportunidad de publicar Entre los muertos. Tiempo no perdido, 2, uno de los «eslabones perdidos» de la fecunda obra de Stanislaw Lem, Con prólogo de su biógrafo Wojciech Orliński —autor de Lem: una vida que no es de este mundo (2021, Impedimenta)—, la lectura de Entre los muertos. Tiempo no perdido, 2 deja al descubierto el talento natural del escritor de origen judío, quien igualmente hubiese sido un extraordinario narrador de relatos o novelas alejadas del espectro de la ciencia-ficción. No obstante, el texto impregnado de un crudo y, en ocasiones, desgarrador realismo del que hace gala la segunda de las novelas de Lem, queda convenientemente «desenfocado» al traspasar el ecuador de la obra en cuestión. En un destello de genialidad, Lem emplea la funda de la metáfora para dejar constancia que su alter ego literario Stefan Trzyniecki observa el mundo a través de los ojos propios de alguien que empieza a emplear los «prismáticos» de un científico y más concretamente de un astrónomo: «Entró en el patio. Por la puerta entreabierta de un amplio barracón destellaba un fuego azul. Se acercó hasta allí y desde el umbral observó con creciente curiosidad el oscuro interior. Le pareció que se abría ante él un modelo a escala del universo. En mitad de la oscuridad brillaba el sol: una llameante esfera encrespada. A su alrededor giraba un planeta rojo e incandescente, más allá se vislumbraban otros planetas y, a gran altura, amarilleaban algunas estrellas inmóviles. Cuando su vista se habituó, se dio cuenta de que el sol era la llama de un soplete de gas; el planeta, un aro de hierro transportado por un empleado; los otros cuerpos celestes, las cabezas agachadas de gente trabajando de rodillas, y las estrellas bombillas». Toda una declaración de intenciones para alguien que con el cambio de década presentaba sus credenciales para figurar entre los «elegidos» de la literatura adscrita a la ciencia-ficción. Al respecto, tal como detalla Orliński en su biografía, Jerzy Pański, director de la editorial Czytelnik, fue quien ofreció a Lem la posibilidad de publicar Astronautas (1950), considerado uno de los títulos pioneros de la ciencia-ficción polaca. A partir de entonces, se iría dibujando un panorama esperanzador para el escritor oriundo de Leópolis, cuyo via crucis en tiempos de guerra quedó convenientemente «enterrado» en el caso de Entre los muertos. Tiempo no perdido, 2. Una forma de mantener distancia para con una realidad lacerante, aquella capaz de ir forjando un carácter indomable, el propio de un escritor con las antenas orientadas hacia espacios del conocimiento como la biología, la geología, la física o la astronomía. Una curiosidad insaciable por el conocimiento científico en sus múltiples disciplinas que paradójicamente obtuvo su impulso a través de la escritura una vez «desertado» del ejército de médicos licenciados durante y en los años posteriores a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Al calor de la lectura de textos como el que nos ocupa, el diagnóstico parece claro: el genio de Lem ya tributaba en una «obra de juventud» que ha aguardado una eternidad hasta su publicación en lengua española con traducción a cargo de Abel Murcia y Katarzyna Modoniewicz, enfrentados a un texto parcialmente escrito en alemán y con algunos adornos, en forma de expresiones, en ucraniano, la lengua propia en la actualidad de Leópolis, la ciudad natal de un ser que tuvo una vida que no es de este mundo. Wojciech Orliński dixit.          

 

No hay comentarios: