miércoles, 24 de julio de 2024

«LA MEMORIA DE LOS ANIMALES» de CLAIRE FULLER: EXPERIMENTANDO CON EL PASADO

 

Ávida lectora, Isabel Coixet hace algo más de un lustro adaptó a la gran pantalla La librería, la novela corta de Penelope Fitzgerald (1916-2000) que alcanza, a día de hoy, su décimo quinta edición a cuenta del sello Impedimenta. Dentro del mismo catálogo de la editorial madrileña, no me cabe duda que Coixet ha reparado en otro nombre propio de escritora inglesa, el de Claire Fuller (n. 1967), cuyo repóker de novelas publicadas hasta la fecha dan la medida de una prosista de primera categoría, además de ser poseedora de propuestas que pivotan sobre personajes femeninos afectados, por lo general, de una dificultad de comprender el mundo que les rodea. A veces lo hacen, como el personaje de Jeanie en Tierra inestable (2021), desde una marginalidad que razona en tiempos de la realidad del siglo XXI, a modo de botón de muestra de la dificultad de sobrevivir en un mundo hostil al albur de la problemática ligada a la precariedad laboral, el cambio climático o de la carestía de la vida, Para su siguiente novela, La memoria de los animales (2023) opera desde planos temporales distintos, al igual que en Swimming Lessons (2017), pero con la particularidad que el pasado de la «heroína» de la función literaria —Nefty— es evocado desde un pasado representado a través del filtro de los recuerdos. Una vez más, en la obra de Fuller se dan cita relaciones paternofiliales trenzado de un sentimiento ambivalente, en ocasiones servidos en un tono de reproche y en otras con apremio a la disculpa o la indulgencia. Claire Fuller, atenta a la realidad de nuestro tiempo, ha creado con La memoria de los animales una de las primeras novelas de verdadero empaque recreadas en el marco de una pandemia, a imagen y semejanza a la vivida con la COVID-19, y que puso en jaque al mundo a lo largo de un trienio, el comprendido entre 2020 Y 2022. No obstante, Fuller desborda semejante espacio temporal en que la humanidad entra en una fase crítica dada las elevadísimas tasas de mortalidad ofreciendo una visión un tanto apocalíptica, y deja que buena parte del relato transite por los recuerdos de infancia y de adolescencia de la protagonista, en tierras helenas. Ello sirve en bandeja el ir hilvanando un relato en que vuelve a aflorar en la literatura las complejas relaciones entre padres e hijos, que ya habían tenido acomodo por primera vez en la opera prima de la escritora, Our Endless Numbered Days (2015), de la que IMpedimenta anuncia edición en español presumiblemente de cara al próximo año.

   Haciendo gala de un proverbial uso de un lenguaje abonado a una descripción minuciosa, acaso puntillistas de cada uno de los espacios por donde se conduce el personaje de Nefty, quien coincide con el Doc de Cannery Row (1945) de John Steinbeck en compartir la condición de biólogo marina. Una formación que representa una rara avis (más allá de los márgenes de la ciencia-ficción o de la fantaciencia) dentro de la literatura universal y que da pie a desplegar un particular animalario, en que gana prestancia un pulpo con resabios de «mascota» a los ojos de Nefty, una auténtica autoridad en el conocimiento de esta especie con capacidad de (auto)regenerar partes de su anatomía. Por su parte, los tentáculos de Fuller se posan para su quinta novela en un tipo de literatura con una formulación de distopía, aunque más alineada con un pronunciamiento metafórico, a juego con el título que luce en una de las portadas más bellas servidas por el sello Impedimenta, cortesía de Lisa Ericson.       


miércoles, 17 de julio de 2024

«ENTRE LOS MUERTOS: TIEMPO NO PERDIDO, 2» (1949) de STANISLAW LEM: LAS TRIBULACIONES DE UN ASPIRANTE A MÉDICO EN LA POLONIA OCUPADA

Cuando un escritor alcanza un prestigio a nivel internacional que le procura un «estatus» de clásico presto a ser admirado por varias generaciones, empiezan a aparecer en el mercado editorial las denominadas «obras de juventud». En la mayoría de ocasiones se trata de esbozos de futuros trabajos de enjundia, piezas que pueden anticipar un talento emboscado merced a algunos destellos de genialidad, pero sin mayor recorrido. Para tal menester, las editoriales de turno se esmeran en publicitar semejantes «obras de juventud» conforme a un descubrimiento digno de ser conocido por el lector atento al devenir profesional de un determinado autor o autora. Al cabo, el sentimiento de decepción suele predominar cuando nos enfrentamos a este tipo de obras propias de escritores en ciernes que andando los años lograron situarse en un lugar privilegiado de la Literatura Universal. Nada de ello ocurre, a mi juicio, cuando concluyo la lectura de Entre los muertos. Tiempo no perdido, 2 (1949), una suerte de continuación de El hospital de la transfiguración (1948), sendas piezas escritas por Stanislaw Lem en los años inmediatamente posteriores a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. En virtud del hecho que El hospital de la transfiguración vaya, a día de hoy, por la novena edición, la lógica dictaba que el sello Impedimenta no dejara pasar la oportunidad de publicar Entre los muertos. Tiempo no perdido, 2, uno de los «eslabones perdidos» de la fecunda obra de Stanislaw Lem, Con prólogo de su biógrafo Wojciech Orliński —autor de Lem: una vida que no es de este mundo (2021, Impedimenta)—, la lectura de Entre los muertos. Tiempo no perdido, 2 deja al descubierto el talento natural del escritor de origen judío, quien igualmente hubiese sido un extraordinario narrador de relatos o novelas alejadas del espectro de la ciencia-ficción. No obstante, el texto impregnado de un crudo y, en ocasiones, desgarrador realismo del que hace gala la segunda de las novelas de Lem, queda convenientemente «desenfocado» al traspasar el ecuador de la obra en cuestión. En un destello de genialidad, Lem emplea la funda de la metáfora para dejar constancia que su alter ego literario Stefan Trzyniecki observa el mundo a través de los ojos propios de alguien que empieza a emplear los «prismáticos» de un científico y más concretamente de un astrónomo: «Entró en el patio. Por la puerta entreabierta de un amplio barracón destellaba un fuego azul. Se acercó hasta allí y desde el umbral observó con creciente curiosidad el oscuro interior. Le pareció que se abría ante él un modelo a escala del universo. En mitad de la oscuridad brillaba el sol: una llameante esfera encrespada. A su alrededor giraba un planeta rojo e incandescente, más allá se vislumbraban otros planetas y, a gran altura, amarilleaban algunas estrellas inmóviles. Cuando su vista se habituó, se dio cuenta de que el sol era la llama de un soplete de gas; el planeta, un aro de hierro transportado por un empleado; los otros cuerpos celestes, las cabezas agachadas de gente trabajando de rodillas, y las estrellas bombillas». Toda una declaración de intenciones para alguien que con el cambio de década presentaba sus credenciales para figurar entre los «elegidos» de la literatura adscrita a la ciencia-ficción. Al respecto, tal como detalla Orliński en su biografía, Jerzy Pański, director de la editorial Czytelnik, fue quien ofreció a Lem la posibilidad de publicar Astronautas (1950), considerado uno de los títulos pioneros de la ciencia-ficción polaca. A partir de entonces, se iría dibujando un panorama esperanzador para el escritor oriundo de Leópolis, cuyo via crucis en tiempos de guerra quedó convenientemente «enterrado» en el caso de Entre los muertos. Tiempo no perdido, 2. Una forma de mantener distancia para con una realidad lacerante, aquella capaz de ir forjando un carácter indomable, el propio de un escritor con las antenas orientadas hacia espacios del conocimiento como la biología, la geología, la física o la astronomía. Una curiosidad insaciable por el conocimiento científico en sus múltiples disciplinas que paradójicamente obtuvo su impulso a través de la escritura una vez «desertado» del ejército de médicos licenciados durante y en los años posteriores a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Al calor de la lectura de textos como el que nos ocupa, el diagnóstico parece claro: el genio de Lem ya tributaba en una «obra de juventud» que ha aguardado una eternidad hasta su publicación en lengua española con traducción a cargo de Abel Murcia y Katarzyna Modoniewicz, enfrentados a un texto parcialmente escrito en alemán y con algunos adornos, en forma de expresiones, en ucraniano, la lengua propia en la actualidad de Leópolis, la ciudad natal de un ser que tuvo una vida que no es de este mundo. Wojciech Orliński dixit.